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La tradición universalista norteamericana sencillamente no permitía diferenciar entre las víctimas potenciales basándose en la conveniencia estratégica. Cuando los gobernantes norteamericanos hablaban del desinterés de su nación era porque en realidad creían en él; era más probable que defendieran un país para confirmar sus principios que por el interés nacional de los Estados Unidos.
Al escoger Vietnam como lugar para establecer el límite contra el expansionismo comunista, los Estados Unidos hicieron inevitables ciertos gravísimos dilemas. Si la reforma política era el modo de vencer a los guerrilleros, ¿demostró el creciente poderío de éstos que las recomendaciones norteamericanas no estaban siendo correctamente aplicadas, o que dichas recomendaciones eran erróneas, al menos en esa etapa de la lucha? Si Vietnam era en realidad tan importante para el equilibrio mundial como afirmaban casi todos los gobernantes norteamericanos, ¿no significaba esto que, a la postre, las necesidades geopolíticas predominarían sobre todas las demás obligando a los Estados Unidos a emprender una guerra a 19.000 kilómetros de su territorio? Las respuestas a estas preguntas se dejaron a los sucesores de Eisenhower: John F. Kennedy y Lyndon B. Johnson.