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En contraste con los Estados de la Europa occidental, a los que simultáneamente admiraba, despreciaba y envidiaba, Rusia no se consideraba una nación sino una causa, más allá de la geopolítica, impelida por la fe y unida por las armas. Dostoievski no limitó el papel de Rusia a liberar a sus camaradas eslavos e incluyó velar por su armonía, empresa social que fácilmente podría convertirse en dominación. Para Katkov, Rusia era la Tercera Roma:
El zar ruso es más que el heredero de sus antepasados, es el sucesor de los césares de la Roma de Oriente, de los organizadores de la Iglesia y de sus concilios, que establecieron el credo mismo de la fe cristiana. Con la caída de Bizancio surgió Moscú, y comenzó la grandeza de Rusia