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Las reglas del juego que seguía Stalin se manifestaron dramáticamente en las últimas etapas de la guerra. En abril de 1945, Churchill presionó a Eisenhower, comandante supremo de las fuerzas aliadas, para que se apoderara de Berlín, Praga y Viena antes que los ejércitos soviéticos, que no dejaban de avanzar. Los jefes del estado mayor norteamericano no consideraron siquiera esta petición, y la aprovecharon como la última oportunidad de enseñar a su aliado británico la necesidad de una planificación militar libre de consideraciones políticas: «Las ventajas psicológicas y políticas que resultaran de la posible toma de Berlín antes de la llegada de los rusos no deben superar la imperativa consideración militar que, en nuestra opinión, es la destrucción y desmembramiento de las fuerzas armadas alemanas.»545
Como no quedaban considerables fuerzas armadas alemanas que desmembrar o destruir, el rechazo de la petición de Churchill fue, sin duda, una cuestión de principio para los jefes del estado mayor norteamericano. De hecho, les importaba tanto esta opinión que el propio general Eisenhower escribió directamente a Stalin el 28 de marzo de 1945 para informarle de que no avanzaría sobre Berlín y para proponer que las tropas norteamericanas y soviéticas se unieran cerca de Dresde.
Stalin, sin duda asombrado de que un general se dirigiera a un jefe de Estado para tratar el tema que fuera, ya no digamos una cuestión de tal importancia política, no tenía, sin embargo, la costumbre de rechazar regalos políticos. El 1 de abril contestó a Eisenhower que estaba de acuerdo con su apreciación; también él consideraba que Berlín sólo tenía un interés estratégico secundario y que él dedicaría pocas fuerzas soviéticas a tomarlo. Así mismo, convino en la unión a lo largo del Elba, en la zona general de Dresde. Habiéndosele otorgado el regalo, Stalin procedió a mostrar que él, por lo menos, tenía bien claras sus prioridades políticas. Contraviniendo las garantías dadas a Eisenhower, ordenó que el principal esfuerzo de la ofensiva de tierra soviética, se dirigiera hacia Berlín, dando a los mariscales Zhúkov y Koniev dos semanas para lanzar un ataque que, según había dicho a Eisenhower, no se haría antes de la segunda mitad de mayo546.
En abril de 1945, dos meses después de Yalta, las violaciones de Stalin a la Declaración de Yalta sobre una Europa liberada eran ya flagrantes, sobre todo en Polonia. Churchill sólo pudo escribir una carta de queja en que apelaba a «mi amigo Stalin». Churchill aceptaba la propuesta de Stalin de que nadie que fuese hostil a la Unión Soviética debía formar parte del nuevo gobierno polaco, pero solicitaba la inclusión de algunos de los miembros del gobierno polaco en el exilio de Londres que pasaran esa prueba. Para entonces, a Stalin ya no le bastaba la simple falta de sentimientos hostiles; sólo lo satisfaría un gobierno totalmente favorable. El 5 de mayo de 1945, Stalin respondió:
[...] no puede satisfacernos que en la formación del futuro gobierno polaco participen personas que, como dice usted, «no son fundamentalmente antisoviéticas», o que sólo se excluyan de participar en esta obra las personas que, en su opinión, sean «extremadamente hostiles a Rusia». Ninguna de estas normas puede satisfacernos. Insistimos e insistiremos en que sólo participen en consultas sobre la formación del futuro gobierno polaco aquellas personas que hayan demostrado activamente una actitud amistosa hacia la Unión Soviética y que estén honrada y sinceramente dispuestas a cooperar con el Estado soviético