20. "La Esfinge". Narración de Edgar Poe
"Durante la época de la terrible epidemia de cólera que hubo en Nueva York fui invitado por uno de mis parientes a pasar dos semanas en su apartada casa de campo. Hubiéramos pasado el tiempo más bien a no ser por las terribles noticias que llegaban de la ciudad diariamente. No había día que no nos trajese la noticia del fallecimiento de alguna de nuestras amistades. Llegó un momento en que ya temíamos recibir el periódico. Hasta el viento del sur nos parecía que estaba saturado de muerte.

Figura 129. "… El monstruo descendía de la cumbre del cerro".
Este helado pensamiento acabo apoderándose de mi alma. Mi huésped era una persona de temperamento más tranquilo y procuraba animarme.
Al atardecer de un día caluroso estaba yo sentado, con un libro en las manos, junto a una ventana abierta desde la que se veía un cerro lejano más allá del rió.
Mis pensamientos hacía tiempo que se habían apartado del libro para entregarse a la melancolía y a la desesperación que reinaba en la ciudad vecina.
Levante la vista, mire distraídamente hacia la desnuda falda del cerro y vi algo singular: Un monstruo repugnante descendió ligero desde la cumbre y desapareció en el bosque que había al pie. En el primer instante, al ver al monstruo, dude del estado de mi juicio o por lo menos de mis ojos, hasta que pasados unos minutos me convencí de que no deliraba. Pero si describo este monstruo (que vi perfectamente bajar del cerro) mis lectores no me creerán fácilmente.
Comparando el diámetro de este ser con el diámetro de los árboles mas corpulentos, me convencí que era mayor que cualquier buque de línea. Digo buque de línea, porque la forma del monstruo recordaba a la de un barco. El casco de un buque de setenta y cuatro cañones puede dar idea bastante clara de su configuración. Las fauces del monstruo se encontraban en el extremo de una trompa de sesenta o setenta pies de largo cuyo grosor era igual, aproximadamente, al del cuerpo de un elefante corriente. La base de esta trompa estaba cubierta por una masa tupida de cabellos erizados de la cual salían dos colmillos brillantes, torcidos hacia abajo y lateralmente, parecidos a los del jabalí, pero incomparablemente mayores. A ambos lados de la trompa tenía dos cuernos rectos gigantescos, de unos treinta o cuarenta pies de largo, que parecían de cristal, porque, a los rayos del sol, deslumbraban. Su cuerpo era cuneiforme con el vértice hacia abajo. Tenía dos pares de alas superpuestas, que medirían cada una cerca de 300 pies. Estas alas estaban profusamente sembradas de láminas metálicas, cada una con nueve o diez pies de diámetro. Pero lo que más llamaba la atención en este horrible ser era la imagen de una calavera que le cogía casi todo el pecho y que se destacaba claramente sobre su oscura superficie, porque su color era muy blanco, como si la hubiesen pintado.
Mientras yo contemplaba aterrorizado a este horrible animal, y sobre todo a la siniestra figura que tenía en el pecho, el abrió las fauces y lanzó un gemido estruendoso… Mis nervios no resistieron. Cuando el monstruo desapareció en el bosque, al pie del cerro, yo me desplome sin conocimiento en el suelo…
Cuando recobré el sentido, mi primer deseo fue contar a mi amigo todo lo que había visto. Este, después de oírme hasta el fin, se echo a reír a carcajadas, pero después se puso muy serio, como si pensara que me había vuelto loco.
En este momento volví a ver el monstruo y con un grito se lo mostré a él. Miró en aquella dirección, pero me aseguró que no veía nada, a pesar de que yo le explique la situación del animal mientras descendía por el cerro.
Me tape el rostro con las manos. Cuando las volví a separar había desaparecido el monstruo.
Mi huésped empezó a preguntarme sobre el aspecto que tenía la bestia. Cuando le hice la descripción detallada tomó aliento, como si se hubiera librado de una carga pesada, se acercó a la biblioteca y cogió un libro de Historia Natural. Después me pidió que le dejase el sitio, porque junto a la ventana se distinguían mejor los caracteres pequeños con que estaba impreso el libro. Se sentó en la silla y, mientras abría el libro, me dijo:
- Si no me hubiera usted descrito tan detalladamente al monstruo es probable que nunca le hubiese podido explicar de qué se trataba. Pero ahora, permítame que empiece leyéndole la definición que da este libro del género Sphinx de la familia Crepusculariae, orden Lepidóptera, clase Insecta:
"Dos pares de alas membranosas cubiertas de pequeñas escamas coloreadas, con brillo metálico; los órganos bucales están formados por un alargamiento de los maxilares inferiores; a sus lados hay unos palpos o tentáculos rudimentarios vellosos; las alas inferiores están unidas a las superiores por fuertes cerdas: las antenas tienen forma de retoño; el vientre es afilado; la esfinge de la calavera causa a veces miedo supersticioso entre el vulgo por el sonido quejumbroso que emite y por la figura de la calavera que tiene en el pecho[16].
Al llegar aquí cerró el libro y se inclinó hacia la ventana tomando la misma posición que yo tenía cuando vi al "monstruo".
- ¡Ah, aquí lo tiene! - exclamó -, va subiendo por la falda del cerro y hay que reconocer que tiene un aspecto muy interesante. Pero ni es tan grande ni está tan lejos como usted se imaginaba, ¡sube por un hilo que alguna araña debió tender en la ventana!"