3. Un sombrero bastante pesado
Los momentos más peligrosos para nuestros viajeros serían las centésimas de segundo durante las cuales el vagón proyectil avanza dentro el alma del cañón. Porque durante este intervalo tan pequeño de tiempo la velocidad con que cada pasajero se mueve dentro del cañón debe aumentar desde cero hasta 16 km/seg. Por eso es comprensible la inquietud con que esperaban el disparo. Barbicane tenía mucha razón cuando aseguraba que el momento en que el proyectil sea disparado será tan peligroso para sus tripulantes como si en vez de estar dentro estuvieran delante de él.
Efectivamente, en el momento del disparo, la plataforma inferior del camarote dará un golpe a los pasajeros, desde abajo, cuya fuerza será la misma que tendría el choque del proyectil con cualquier cuerpo que encontrase en su camino. Los personajes de la novela le concedieron demasiado poca importancia a este peligro, pensando que en el peor de los casos sufrirían un aflujo de sangre a la cabeza.
Pero el asunto es mucho más serio. El proyectil avanza por el alma del cañón aceleradamente, su velocidad aumenta por la constante presión de los gases que se producen durante la explosión. En el transcurso de una fracción insignificante de segundo esta velocidad aumenta desde 0 hasta 16 km/seg. Supongamos, para simplificar, que este incremento de la velocidad se produce uniformemente. En este caso, la aceleración, necesaria para hacer que el proyectil adquiera en un lapso de tiempo tan insignificante la velocidad de 16 km/seg, alcanza, en números redondos, la cifra de 600 km por segundo cada segundo.
El significado fatal de esta cifra se comprende perfectamente si recordamos que la aceleración ordinaria de la gravedad en la superficie de la Tierra es solamente de 10 m por segundo cada segundo[3]. De aquí se deduce, que cada objeto que se encuentre dentro del proyectil en el momento del disparo deberá ejercer una presión sobre el fondo del camarote que será 60.000 veces mayor que su propio peso. En otras palabras, los pasajeros se sentirían como si fueran varias decenas de millares de veces más pesados. Esta presión tan colosal los aplastaría en el acto. Nada más que el sombrero de copa de míster Barbicane pesaría en el momento del disparo unas 15 toneladas (¡el peso de un vagón de ferrocarril cargado!). Este sombrerito sería más que suficiente para aplastar a su dueño.
Es verdad que en la novela se describen algunas medidas tomadas para amortiguar el golpe. La bala se supone provista de amortiguadores de muelles y de un doble fondo lleno de agua. Esto hace que la duración del golpe sea un poco mayor y, por consiguiente, que el aumento de la velocidad sea algo más lento. Pero las fuerzas que actúan son tan enormes, que la ventaja que se obtiene con estos dispositivos resulta irrisoria. La fuerza que oprime a los pasajeros contra el suelo disminuiría insensiblemente y, en fin de cuentas, ¡qué más da morir aplastado por un sombrero de 15 toneladas o por uno de 14!