20. A la luz de un relámpago
¿Ha tenido usted ocasión de ver el cuadro que ofrece una calle populosa a la luz de un relámpago? Figúrese que le ha sorprendido una tormenta en una calle muy animada. A la luz de un relámpago notará usted un fenómeno extraño; la calle, en que hasta entonces todo era movimiento, parece que se petrifica en ese instante. Los caballos se paran en posturas forzadas, manteniendo las patas en el aire; los carruajes se inmovilizan y puede verse perfectamente cada uno de los radios de sus ruedas.
La causa de esta aparente inmovilidad es la insignificante duración del relámpago. Los relámpagos, lo mismo que todas las descargas eléctricas duran poquísimo, tan poco, que esta duración no puede apreciarse con los medios ordinarios. Por procedimientos indirectos se ha podido comprobar que la duración de un relámpago oscila entre 0,001 y 0,02 segundos[8]. En un lapso tan pequeño poco es lo que se puede mover de forma sensible a la vista. Por esto no tiene nada de extraño que una calle bulliciosa parezca inmóvil a la luz de los relámpagos, puesto que en ella podemos ver solamente lo que dura menos de una milésima de segundo. En este tiempo cada radio de las ruedas de un carruaje que marche de prisa se pueden desplazar una fracción insignificante de milímetro, cosa que la vista percibe igual que la absoluta inmovilidad. Esta impresión es todavía más fuerte porque la sensación visual persiste en la retina mucho más tiempo que el que dura el relámpago.