Fantasistas de los cuarenta
En los años cuarenta, cuando las grandes estrellas de la pantalla cómica habían desaparecido o estaban en declive, el género sufre un duro revés ya que las nuevas generaciones habían perdido esa genialidad característica de sus precedentes, aunque aún vayan saliendo muy buenos intérpretes. Fueron los años de la Segunda Guerra Mundial, de gran patriotismo, donde se superó la Gran Crisis Económica nacida tras el crack de 1929 y los Estados Unidos estaban en plena expansión.
Ya hemos hablado de Martha Raye, nacida en 1916 debuta en la segunda mitad de los treinta en las pantallas. Buena cantante, buena bailarina, sí fue una excelente actriz cómica tal vez debido a que no era hermosa físicamente, razón por la cual los productores la relegaron a papeles secundarios en títulos como "Rhythm on the Range" (1936) de Norman Taurog, con Bing Crosby; "Give Me a Sailor" (1938) de Elliot Nugent, con Bob Hope, etc. Su gran éxito fue sin embargo "Muchachos de Siracusa" (The Boys from Syracuse, 1940) de Eddie Sutherland, una comedia musical de enredo, basado en una obra de Broadway escrito por Richard Rogers y Lorenz Hart.
Se trata del clásico argumento de Plauto ("Los hermanos") que William Shakespeare reconvirtió en su célebre "Comedia de los errores", es decir basado en la confusión de entidades. Martha Raye era feucha pero simpática. Su especialidad consistía en perseguir a los hombres con el mismo desespero con que Harpo Marx hacía lo propio con las chicas. Lástima que los productores no los hayan emparejado en algún film, la combinación hubiera resultado como mínimo explosiva.
Otros éxitos suyos fueron la ya mencionada "Loquilandia" y una intervención en "Monsieur Verdoux" (Monsieur Verdoux, 1947) de Charles Chaplin, primer film de su autor donde no aparecía su célebre personaje Charlot. La ausencia del vagabundo perjudicaba sensiblemente la película. Por su parte Martha no tuvo suerte en apariciones posteriores, desapareciendo tras un papel secundario en "Jumbo" (Billy Rose's Jumbo, 1962) de Charles Walters, su canto del cisne al igual que el de Busby Berkeley.
Al final de la década aparecía otra actriz cómica de características similares, la no menos sensacional Betty Garrett, que en "Take me Out to Ball Game" (1948) de Busby Berkeley acosaba frenéticamente a Frank Sinatra con intenciones lascivas. Un año después, en "Un día en Nueva York" (On the Town, 1949) del tandem Gene Kelly y Stanley Donen, era la taxista prendada una vez más de Sinatra repitiendo el número del film anterior. Sinatra era un galán melódico muy codiciado en aquella época por las chicas casaderas, y fue una idea brillante el emparejarle con una cómica feucha, simpática y descarada como fue Betty en estas dos joyas del cine musical...
Tras otros films como "La hija de Neptuno" (Neptune's Daughter, 1949) de Edward Buzzell y "Mi hermana Elena" (My Sister Eileen, 1949) de Richard Quine, Betty Garrett desapareció súbitamente de las pantallas debido al tristemente célebre "Caza de Brujas" del senador McCarthy, razón por la cual tanto ella como su marido, el también actor Larry Parks, fueron acusados de pertenecer al partido Comunista Americano y por ello apartados de la industria.
Tampoco nos podemos olvidar de Charlotte Greenwood, una actriz alta y de largas piernas, célebre porque las levantaba hasta lo infinito en sus grotescos bailes. Empezó en el mudo, a principios del sonoro sorprendió a Hollywood acosando a Buster Keaton en "Pobre tenorio" (Parlor, Bedroom and Bath, 1931) de Edgar Sedgwick, pero fue en los cuarenta cuando alcanzó su mayor celebridad: "Serenata argentina" (Down Argentina Way, 1940) de Irving Cummings y "Se necesitan maridos" (Moon Over Miami, 1941) de Walter Lang. Charlotte en cierto modo era el equivalente americano de nuestra Mary Santpere, pero la cómica catalana tuvo la desgracia de encontrarse con una industria que nunca le dio la menor oportunidad de demostrar su enorme talento.
Ligado a la Metro, tal vez con el beneplácito del todopoderoso Louis B. Mayer, Red Skelton recibió el cetro de cómico de la casa cuando los hermanos Marx hicieron mutis por el foro. A pesar de la gran admiración que sentían hacia él personajes tan ilustres como Buster Keaton y Groucho Marx, Red Skelton a nuestro juicio no era un buen cómico porque su gracia (?) resultaba excesivamente plomiza.
Su principal defecto consistía en que su papel habitual resultaba demasiado estúpido. Un buen cómico debe sorprender, no denigrar su personaje. Alto, corpulento, pelirrojo, Skelton nacido en 1910 fue compañero habitual de Esther Williams en películas como "Escuela de sirenas" (Bathing Beauty, 1944) de George Sidney y "La hija de Neptuno" (Neptune's Daughter, 1949) de Edward Buzzell, ambas con gags anónimos del gran Keaton. En la primera de ellas, para acosar a su amada, se matricula en una escuela de señoritas. La secuencia en que sale vestido con un ridículo tutú es realmente atroz y de mal gusto.
En "A Southern Yankee" (1948) de Edward Sedgwick, Buster Keaton le escribió muy buenas secuencias. Ambientada en la guerra civil americana, Skelton lleva las dos banderas combatientes cosidas en una sola paseándose en pleno campo de batalla.
En 1950 pasó a la televisión con su "The Red Skelton Show", consiguiendo el premio Emmy, donde obtuvo mejores resultados. Otros títulos de su filmografía fueron "El palomo público Nß 1" (The Public Pigeon No 1, 1956) de Norman Z. McLeod, "La cuadrilla de los once" (Ocean's Eleven, 1960) de Lewis Milestone, con el clan Sinatra al completo, y finalmente "Aquellos chalados en sus locos cacharros" (Those Magnificent Men in Their Machines, 1965) de Ken Annakin.
Antes de cómico cinematográfico, Red Skelton había sido clown de circo, acróbata y saltimbanqui bajo las carpas. Con "The Clown" (1952) de Robert Z. Leonard, el pelirrojo pudo revivir sus antiguas experiencias pero su humor excesivamente americano no obtuvo el mismo resultado allende de sus fronteras.
Uno de los fantasistas más célebres de los años cuarenta fue sin ninguna duda Donald O'Connor. Nacido en 1925, debuta en el cine a los doce años en "Melody for Two" (1937) de Louis King. Generalmente formaba pareja con Gloria Jean o Peggy Ryan, o ambas a la vez, en una serie de musicales simpáticos, siempre en papeles de adolescente cómico. Recordemos "Ritmos modernos" (Gep Hep to Love, 1942) de Charles Lamont, "Give Our Sisters" (1942) de Edward Cline, realizador muy familiar en estas páginas; "De tal palo tal astilla" (A Chip of the Old Block, 1944) de Lamont; "El diablillo ya es mujer' (Something in the Wind, 1947) de Irving Pichel.
Donald era un muchacho alegre, simpático, vivaz. Cantaba con una bella voz y era un excelente bailarín. Con "Cantando bajo la lluvia" (Singin' in the Rain, 1952) de Gene Kelly y Stanley Donen, parecía que había superado el dificil escollo de la edad adulta. La mayoría de los actores juveniles desaparecen al crecer porque el público que les aplaudió les ha encasillado y no les acepta en otro tipo de papel.
En cambio, Donald O'Connor consigue un gran triunfo en el clásico musical, donde era el amigo de Kelly, destacando por encima de todo su excelente número "Hazlos reír", que aún hoy causa hilaridad al contemplarlo.
En "Luces de candilejas" (There's No Business Like Show Business, 1954) de Walter Lang, Donald fue emparejado con Marilyn Monroe. Aunque muchos cronistas hayan considerado un error esta elección, yo no estoy absolutamente de acuerdo porque ambos comediantes tenían una gran categoría artística y ejecutaban excelentes números musicales, aunque como es natural el preferido sea aquel que interpreta Marilyn, "Ola de calor", cuyo erotismo y sensualidad aún enciende los corazones de todo cinéfilo masculino que se precie.
Tal vez el error de esta etapa sea haber sido el compañero de reparto de una mula parlanchina, "Mi mula Francis" (Francis, 1949) de Arthur Lubin, un film de corte familiar, muy simpático y agradable, que originó una serie de películas similares con los mismos personajes como "Francis Joins the Wacs" (1954) o "Francis in the Navy" (1955), ambas del mismo director, en las que debutó un jovencito llamado Clint Eastwood. Pero esos vehículos no eran apropiados para un actor de la talla de Donald O'Connor, quien después de su trabajo en "Cantando bajo la lluvia" se merecía unas películas de mayor enjundia.
En "The Wonders of Aladdin" (1961) de Henry Levin, uno de sus últimos largos como protagonista, Donald O'Connor fue el gentil héroe Aladino, con Vittorio De Sica en el papel de genio. La fantasía oriental era un género extraño para el intérprete, a pesar de que sea un título divertido, se le notaba algo desplazado.
En esta última etapa, destaca por encima de todo su enorme esfuerzo en interpretar al gran Cara de Palo en "The Buster Keaton Story" (1957) de Sidney Sheldon, una biografía falseada del genial cómico que no obstante dio ocasión de recrear algunos momentos de su filmografía que son sin duda lo mejor de este metraje. Si O'Connor no puede soportar la comparación interpretativa con Keaton, ya que ambos son de muy diferente registro, sí que debemos aplaudir su entrega y entusiasmo.
El principal problema que tuvo Donald O'Connor al hacerse adulto fue que empezó a engordar, había perdido toda su agilidad pero no su maravillosa voz, razón por la cual abandonó el cine para dedicarse a los espectáculos de Las Vegas y Broadway, más alguna aparición aislada en programas de televisión. Recordemos su espléndido show en La Escala de Barcelona que tan buen sabor de boca nos dejó a los cinéfilos españoles.
Las últimas veces que le vimos en cine fueron en una breve intervención en "Ragtime" (Ragtime, 1980) de Milos Forman, otra en "Toys" (Toys, 1992) de Barry Levinson, al lado de Robin Williams, y finalmente "Out to Sea" (1996) de Martha Coolidge, secundando a la impagable pareja Jack Lemmon y Walter Matthau, entonces tuvimos la sensación de encontrarnos con un viejo amigo que es, en realidad, ese gran fantasista que fue Donald O'Connor.
Pero sin ninguna duda, la figura más representativa de la generación de cómicos de los años cuarenta fue Danny Kaye, que contó por vez primera con el brillante Technicolor, al contrario de sus hilarantes predecesores que se vieron relegados al cine en blanco y negro. Desde luego el color añadía vistosidad al cine de humor, aunque jamás se ha igualado ni de lejos la genialidad de la Edad de Oro del Cine cómico cuando los Charlie Chaplin y Buster Keaton eran los verdaderos reyes de las pantallas.