La risa bolchevique
Durante la Primera Guerra Mundial un acontecimiento histórico sobrecogió el mundo entero la mal llamada Revolución de Octubre, que en realidad fue un golpe de estado del Partido Bolchevique dirigido por Vladimir Ilich Ulianov (Nicolái Lenin) contra el Gobierno Provisional de Alexander Kerenski, socialista. Aún hoy es necesario desmentir la falsedad de que Lenin derrocó al zar Alejandro II, quien en aquel fatídico mes de octubre ya no tenía el poder que estaba en manos de un Gobierno Provisional que el 14 de septiembre de 1917 había proclamado la República. (5)
La historia se ha encargado ya de desenmascarar la falsa Revolución de Octubre, pero aquí me interesa hablar de cine cómico, género cinematográfico evidentemente ausente en las carteleras soviéticas durante la larga noche de este sistema político.
Por lo tanto hablar de cine cómico en la Rusia comunista (después llamada Unión Soviética) es perder el tiempo. Las excepciones son muy raras pero existieron.
Lev Kulechov fue profesor en la Escuela de Cine de Moscú. Lenin al menos se interesó por el cine aunque sea como arma propagandística, entonces no existía la televisión, sistema ideal para este menester, y procuró que sus cineastas tuvieran una sólida formación artística.
Sin embargo de Kulechov recordamos un extraño título visto en la Filmoteca madrileña, "Aventuras de Mr. West entre los bolcheviques" (Neobichainiie priklucheniia Mistera Vesta v Stranie bolshevikov, 1925), con un argumento estrambótico. Un millonario americano impresionado por las noticias aparecidas en la prensa que muestran a los bolcheviques como unos bárbaros, decide iniciar su cruzada particular acompañado por un pintoresco cowboy.
Al llegar a Moscú se verá involucrado en un intento de secuestro por parte de unos zaristas que se hacen pasar por bolcheviques para desacreditarlos. Finalmente los villanos serán desenmascarados y el millonario hará propaganda del comunismo en los Estados Unidos.
Como se ve este argumento no resiste el menor análisis, es infantil e incluso ridículo, sin embargo Kulechov insistió en dos películas de semejantes características: "En nombre de la ley" (Po zakony, 1926) y "La periodista" (Vasha znakomaia, 1927).
Sergei Milhailovich Eisenstein, tras participar en la Guerra Civil al lado de los insurrectos, debuta en el cine con un cortometraje burlesco "Kinodenevhik Glumova" (T.L.: El Diario de Glumov, 1923), rodada en un sólo día del mes de marzo. Este corto estaba destinado a participar en un espectáculo colectivo, "El sabio", pero luego se programó en los noticiarios de Dziga Vertov. Esta primera muestra de uno de los mejores cineastas soviéticos se perdió para siempre y no la podemos disfrutar en la actualidad.
En el resto de su filmografía el humor está presente pero con intermitencias en sus célebres películas dedicadas a glosar el nuevo régimen, pero el Estado Soviético fue ingrato con quien tanto luchó para darle prestigio. El camarada Stalin se encargó de deshacerse de la vieja guardia y de eliminar al molesto León Trosky.
Otra víctima del stalinismo fue Aleksandr Ivanovitch Medvedkine, original cineasta que viajaba por la Unión Soviética con una especie de Cine-Tren, en cuyos vagones disponía de toda clase de material cinematográfico.
Medvedkine filmaba lo que veía y luego lo mostraba a los campesinos y obreros soviéticos que se quedaban perplejos al verse a sí mismos en una pantalla.
Su título más celebrado fue "La felicidad" (Schtschastje, 1934), sobre las aventuras de un buen mujick Chmyr (Piotr Zinoviev), una comedia muda donde se atacaba al zarismo pero también al stalinismo. Se decía entonces que si con Chaplin el gag era individualista, con Medvedkine era socialista. "La felicidad" era asimismo una parodia de "La línea general" (Staroe i Novoe, 1929) de Eisenstein.
"Chudiesnitsa" (1936) fue otro título de Medvedkine cuya carrera está completamente olvidada en la actualidad. A los stalinistas no les gustaba ese tipo de cine tan espontáneo y no tardaron en llamarle al orden.
Tuvo que llegar el deshielo para que las pantallas soviéticas volvieran a reír otra vez, "Las doce sillas" (Dvinatsat Stulyev, 1971) de Leonide Gaidai y "El sauquillo rojo" (Kalina krasnaia, 1974) de Vassili Shukshin intentaron ocupar el lugar que Medvedkine dejó vacante, pero eso es ya otra historia. (6) Al término de la Segunda Guerra Mundial, los países del Este europeo cayeron bajo las garras del comunismo stalinista, sojuzgando diversas naciones e imponiéndoles a la fuerza su sistema político ante la inexplicable mitificación occidental. No obstante, en estos pueblos siempre latía los deseos de libertad, como ocurrió en la Checoslovaquia de Dubcek, una nación actualmente dividida en dos estados para deleite de ciertos políticos autonómicos.
Sin embargo apareció una juventud rebelde, deseosa de verse libre del yugo soviético, que rechazaba frontalmente toda la demagogia de un Estado todopoderoso y asfixiante. Milos Forman era uno de ellos. Nacido en Kaslov, en 1932, vio como sus padres eran asesinados en un campo de concentración nazi. En sus primeros años en los Estudios Barrandov, estatales por supuesto, rodó sus primeras películas dotadas de un humor muy especial: "Si no tuviéramos esas músicas" (Konkurs, Kdyby ty muzyky nebyly, 1963), un cortometraje sobre el rock checo; "Pedro el negro" (Cerny Petr, 1963), su primer largo, sobre un antihéroe socialista; la deliciosa comedia "Los amores de una rubia" (Lásky Jeáne Plavovlasky, 1965), con actores no profesionales y una gran espontaneidad; "El baile de los bomberos" (Hori má paneko, 1967), delirante film coral que reflejaba el inconformismo de su tiempo.
El mismo espíritu aparece en "Trenes rigurosamente vigilados" (Ostre sledovane vlaky, 1966) de Jiri Menzel, autor de "Mi dulce pueblecito" (Vesnicko ma strediskova, 1986). Pero la llamada Primavera de Praga fue abortada, muchos realizadores fueron silenciados durante muchos años y otros se vieron obligados a exilarse. Milos Forman marchó a los Estados Unidos iniciando una nueva etapa de su carrera que nada tiene que ver con este libro.
También el polaco Roman Polanski tuvo que marcharse a Occidente para poder trabajar con plena libertad. En sus primeros títulos podemos destacar "El baile de los vampiros" (The Fearless Vampire Killers, 1967), una versión irónica del cine de terror con una perfecta ambientación gótica.
Al llegar los noventa los sistemas comunistas cayeron estrepitosamente, resurgiendo las mafias que han sacado provecho del vacío de poder para instalarse en el sistema. Como en estos países era el Estado el productor de sus películas, al desaparecer éste ha provocado el desplome de sus cinematografías favoreciendo los intereses de Hollywood que se ha encontrado con un mercado completamente virgen para poderlo explotar sin ninguna competencia molesta.