Louis de Funès, rey de las muecas

La importancia de Louis de Funès dentro de la filmografía cómica reside en que por vez primera, un actor europeo rodando en Europa y con repartos europeos consigue romper el monopolio del cine americano dentro del género. Si exceptuamos los casos de Pierre Etaix o Jacques Tati, de mayor creatividad pero menor aceptación popular, nadie había osado desde entonces ocupar los primeros puestos de las carteleras, ni convertirse en el cómico preferido de numerosas personas con producciones francesas, a pesar de que sus recursos interpretativos fueran algo reiterativos y que, para variar, molestara a los críticos de siempre más interesados en las doctrinas de Mao Tse Tung que en el cine que es lo que aquí nos importa.

Louis de Funès nació la misma noche de la declaración de la Primera Guerra Mundial, el 31 de julio de 1914, "lo que constituye mi primer gag, por supuesto involuntario", según declaró con su proverbial sentido del humor. Sus padres eran españoles, padre andaluz y madre gallega: Carlos Luis de Funes de Galarza, natural de Almodóvar del Campo, y Leonor Soto Regueira, de Santa María de Ortigueira. El progenitor ejerció de abogado en Sevilla durante su juventud, trasladándose a París en 1900 donde abrió una joyería.

Tras sus estudios primarios, Louis de Funès pasó por la escuela profesional y los estudios de fotografía y, más adelante, empezó a desempeñar diversos oficios como dibujante industrial y pianista en un bar. Sus interpretaciones al piano iban acompañadas de una mímica muy especial, sus gestos, sus miradas furtivas, le hicieron enseguida ganar el favor del público. Con su amigo Henri Decae, futuro director de cine, el joven de Funès fue a estudiar cinematografía en los cursos de Germaine Dulla, importante directora francesa, quien enseñaba a realizar cortos a sus alumnos, también intérpretes de los mismos. El joven de Funès también estudió interpretación con René Simon.

El 22 de abril de 1943 se casó con otra pianista, Jeanne Barthélemy, y un día de 1945 se encontró en una estación de metro a un antiguo amigo, el actor Daniel Gelin, quien le recomendó al director Jean Stelli que estaba preparando un film, "La tentation de Barbizon" (1945) en el cuál el inquieto cómico inició su larga trayectoria cinematográfica.

Durante cerca de veinte años, Louis de Funès fue el eterno secundario del cine francés, un secundario que siempre caía bien, muy simpático y vivaz que sobresalía por su pequeña estatura, sus modales dicharacheros y graciosos, pero sobretodo por sus gestos un tanto exagerados en los que basaba su hilaridad.

Del largo centenar de películas en la que apareció el hilarante histrión podemos destacar las que hizo para Jacques Becker, "Se escapó la suerte" (Antoine et Antoinette, 1946), o bien para Sacha Guitry: "La poison" (1951), "Je l'ete trois fois" (1952), "Napoleón" (Napoleon, 1954 y "Si Paris nous etait conte" (1955).

Otro realizador con quien destacó de Funès fue Claude Autant-Lara: "Los siete pecados capitales" (Les sept peches capitaux, 1952); "Le ble en herbe" (1954) y la ya mencionada "La travesía de París", tal vez la mejor de las tres, en la que el menudo histrión fue un carnicero avaricioso.

Sus papeles secundarios eran cada vez más importantes. En "Capitaine Fracasse" (1960) de Pierre Gaspard-Huit, un típico film de capa y espada con Jean Marais, de Funès es el director de una compañía de cómicos ambulantes. La película era como mínimo divertida y se veía con agrado dentro de cierta corrección. Y asi se fueron sucediendo los títulos: "La bella americana" (La belle americaine, 1961) de Robert Dhery; "El crimen se paga" (Le crime ne paie pas, 1961) de Gerard Oury; "El diablo y los diez mandamientos" (Le diable et les dix comandements, 1962) de Jean Delannoy; "La muerte juega a carambolas" (Carambolages, 1963) de Marcel Bluwall.

Su vida cambió radicalemente cuando conoció a Jean Girault, el director que le convirtió en estrella en "El pollo de mi mujer" (Pouic-Pouic, 1963) y "El gran golpe" (Faites sauter la banque, 1963), dos producciones modestas, pero su tercer título ya a todo color y scope fue todo un bombazo. "El gendarme de Saint-Tropez" (Le Gendarme de Saint-Tropez, 1964), un film en quien nadie confiaba, obtuvo un importante éxito de taquilla a nivel internacional, provocando la súbita popularidad del actor galo revalidada por los siguientes jalones de la serie, todos ellos dirigidos por Jean Girault: "Un gendarme en Nueva York" (Un Gendarme a New York, 1965); "El gendarme se casa" (Le Gendarme se marie, 1968); "Seis gendarmes en fuga" (Le Gendarme en ballade, 1970); "El gendarme y los extraterrestres" (Le Gendarme et les extraterrestres, 1979); "El loco, loco mundo del gendarme" (Le gendarme et les gendarmettes, 1982), su última película.

Títulos de aire familiar, amables y entrañables, con un gendarme cascarrabias y unos compañeros algo zoquetes como su jefe Michel Galabru (visto en "La Belle Epoque" de Fernando Trueba), Jean Lefèbvre, Grosso y Modo. Aparecía además una monja pintoresca siempre montada en destartalados automóviles y que conducía como una auténtica diablesa, la esposa del gendarme a partir del tercer episodio (Claude Gensac, actriz presente en casi todas las películas de Louis de Funès) y la hija de éste, Geneviève Grad.

Films populares y simpáticos sin más, aunque yo prefiero la trilogía sobre Fantomas. Los personajes de Pierre Souvestre y Marcel Allain, célebres ya por los films de Louis Feuillade, tuvieron nueva vida en los sesenta bajo la dirección de André Hunnebelle, con el sempiterno galán Jean Marais en el doble papel del periodista Fandor y del pérfido Fantomas, personaje muy poco explotado en cine. (10) Louis de Funès fue el comisario Juve, su eterno enemigo, y fue precisamente en esta mezcla de serial policiaco y slapstick donde el histriónico actor brilló con más resplandor: "Fantomas" (Fantomas, 1964), "Fantomas vuelve" (Fantomas se dechaine, 1965), la mejor de las tres, y "Fantomas contra Scotland Yard" (Fantomas contre Scotland Yard, 1966).

Los films posteriores tenían todos buena factura industrial y obtuvieron importantes éxitos financieros, incluso en los países anglosajones tan impermeables al cine extranjero, "El hombre del Cadillac" (Le corniaud, 1964) de Gerard Oury, con Bourvil; "Los alegres vividores" (Les bons vivants, 1965) de Georges Lautner y Gilles Grangier; "El gran restaurante" (Le grand restaurant, 1966) de Jacques Besnard; "Las alegres vacaciones" (Les grandes vacances, 1967) de Jean Girault; "Sálvese quien pueda" (Le tatoué, 1968) de Denis de la Patellière; "El abuelo congelado" (Hibernatus, 1969) de Edouard Molinaro; "El hombre orquesta" (L'homme-orchestre, 1970) de Serge Kober, desaprovechada incursión en el musical; "Caídos sobre un árbol" (Sur un arbre perché, 1970) de Serge Korber, con Geraldine Chaplin; y "Jo, un cadáver revoltoso" (Jo, 1971) de Jean Girault.

La fórmula fue degenerando título a título ya que estaban realizados para exhibir las cualidades histriónicas del actor, no para contar una historia. Es decir, son películas que se adaptan al actor y no al revés, lo cual produce resultados dudosos.

Aparte la trilogía sobre Fantomas, los mejores títulos de este actor son aquellos que tienen un argumento más sólido: "La gran juerga" (La grande vadrouille, 1966) de Gerard Oury, con Bourvil y Terry-Thomas, ambientada en la Segunda Guerra Mundial, con muy buenas secuencias de situación; "Una maleta, dos maletas, tres maletas" (Oscar, 1967) de Edouard Molinaro, un enrevesado vodevil repleto de frescura y de gracia; "Delirios de grandeza" (La folie des grandeurs, 1971) de Gerard Oury, un retorno a sus orígenes hispanos ya que está ambientada en la España Imperial. Oury es tal vez el director galo que cuide más escrupulosamente las comedias que le caen en suerte y es por esto que son las mejores de la filmografía de tan locuaz histrión.

Pero la actividad frenética del menudo actor se interrumpió hacia 1971 con un ataque al corazón razón por la cuál se vio obligado a espaciar sus películas en lo sucesivo: "Las locas aventuras de Rabbi Jacob" (Les aventures de Rabbi Jacob, 1973) de Gerard Oury; "Muslo o pechuga" (L'aile ou la cuisse, 1976) de Claude Zidi; "El avaro" (L'avare, 1980) de Jean Girault y Louis de Funès y "Mi amigo el extraterrestre" (La soupe aux choux, 1981) de Jean Girault.

Títulos éstos donde aparecía un Louis de Funès de aspecto demacrado, había perdido peso y había envejecido mucho, falleciendo el 27 de enero de 1983 de una crisis cardíaca en el hospital de Nantes.

El mayor mérito de Louis de Funès fue precisamente sus indudables aptitudes para comunicarse con el público, pese a su triunfo tardío, y a ciertas reiteraciones de sus títulos como protagonista. Pero por encima de ello estaba su buen hacer, su desbordante humanidad, sabiendo convertir en simpáticos unos personajes antipáticos y cascarrabias, dotados de una fina ironía, bazas que aseguraron una inquebrantable adhesión del espectador medio al que administraba una sana diversión lúdica.

El menudo cómico galo era padre del también actor Olivier de Funès, que apareció en varios de sus films, pero que jamás ha obtenido los éxitos de su progenitor.

El Cine cómico
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