7
a brillante luna se reflejaba en el Canalasso, la elegante ruta acuática que divide en dos la ciudad a la que el barco, ahora en llamas, trajo a Tycho. Su brillo dibujaba láminas de plata sobre la superficie del agua. Los reflejos de esa luz iluminaban las paredes de la lonja de pescado de la orilla opuesta. Pero los tres niños inmóviles que, al borde del Gran Canal, contemplaban los resbaladizos peldaños no eran conscientes de toda esa belleza.
Estaban absortos mirando el agua que bañaba la escalinata. Era la zona donde la marea arrastraba toda la basura del canal. La pesca de esta noche consistía en una muchacha ahogada cuyo largo pelo plateado se mecía con el suave oleaje.
—Sácala.
Rosalyn supuso que Josh se dirigía a ella. Porque era a ella a quién estaba mirando ahora. Se arremangó el blusón hasta la cintura y se metió en el agua sucia del canal.
—Está fría.
—Sácala ya.
Los cadáveres se pueden vender, decía Josh.
A los nigromantes, probablemente. Rosalyn no podía imaginar quién más querría uno. Boqueó cuando el agua llegó a la altura de sus muslos, se dio cuenta de que todavía no podía alcanzar al cadáver y bajó un peldaño más para agarrar a la chica del pelo.
—Al menos podríais echarme una mano —protestó Rosalyn.
En vista de que Josh no se movía, su hermano Pietro se metió en el canal para ayudarla a acercar el cuerpo a la escalinata.
—Dios mío —dijo Rosalyn.
Con el ceño fruncido, Josh se dignó a echar un vistazo.
Se trataba de un chico, a juzgar por sus genitales y el pecho completamente plano, su ombligo parecía un nudo intrincado. Si no fuera por el ombligo, podría haber sido un ángel con las alas cortadas. Nunca había visto a nadie tan hermoso.
—Le han disparado.
—Como si eso nos importara.
Rosalyn sacó la flecha de todos modos.
—No podremos vender eso —se enfadó Josh—. ¿Qué lleva en la muñeca?
Rosalyn se puso en cuclillas al ver un destello de luna reflejado en una superficie metálica.
—Un grillete, parece que tiene incrustaciones de plata.
—No seas estúpida. Nadie…
Al acercarse Josh, Rosalyn juntó las rodillas. No le gustaban las miradas de reojo que le echaba. Tras un segundo se arrodilló ante el cadáver.
El carácter de Josh nunca había sido bueno. Y empeoró todavía más después de aquella noche en Cannaregio, cuando se tuvieron que esconder en el pozo de un curtidor, mientras luchaban los demonios. Cada día era menos indulgente recordando cómo la había tratado la Ronda. Tal vez ahora se pondría contento por fin, y su estómago se relajó un poco con la esperanza. El muchacho muerto estaba muy pálido y muy muerto. El grillete había abierto la carne de la muñeca y ahora rozaba el hueso.
—¿Qué tiene de interesante?
El estómago de Rosalyn se volvió a contraer.
—Mira —dijo. La sangre que brotaba de la herida de la flecha era negruzca, aunque su color exacto era difícil de determinar en la oscuridad.
—Así que es extranjero —dijo Josh volviéndose hacia Pietro—. Dale tu cuchillo… Y tú, deja de mearte por todas partes y córtale la mano.
Era una prueba, Rosalyn lo sabía. Josh pasaba la mayor parte del tiempo diciéndole que era demasiado estúpida para vivir por su cuenta como él. Su hermano empezaba a creerlo también.
—Voy a cortar el grillete.
Había fallado. Tal como Josh esperaba que hiciera.
—Rosalyn…
Ahora era cuando iba a ordenarle que lo quitara del cadáver como si partiera las manos de un cerdo que hubieran robado. Pero, para su sorpresa, Josh solo chasqueó la lengua con disgusto.
—Date prisa.
Rosalyn dobló el codo del cadáver y agarró el grillete. Era de madera, con refuerzos de alambre de plata incrustados y, lo que era aún más extraño, el cierre estaba soldado en vez de cerrado con llave. Al final, cortó la soldadura preguntándose por qué no lo había hecho el muchacho mismo. Tal vez no había tenido un cuchillo.
No debería estar aquí, se dijo.
No debería estar con Josh.
Rosalyn tenía frío, estaba empapada de agua del canal, iba vestida con harapos que se le pegaban a las piernas, caderas y nalgas, y tenía miedo. Le dolía la vejiga, las entrañas le decían que pronto sangraría, lo que sería una bendición.
—Casi está.
—Ya era hora.
Con un último movimiento de la navaja Rosalyn rompió la soldadura cortándose el dedo hasta el hueso. Inmediatamente se sintió enferma. Se echó hacia atrás todavía arrodillada, pero no antes de que su sangre salpicara la cara del muerto.
—¿Y ahora qué pasa? —dijo Josh al escuchar su quejido.
Rosalyn pegó un brinco cuando el cadáver abrió los ojos para mirarla. Eran oscuros y estaban teñidos de reflejos de ámbar. Sintió cómo se le contraía el estómago mientras el muchacho muerto examinaba su cara. Luego los ojos se volvieron a cerrar.
—Me corté —dijo con voz débil.
—Échalo al agua de una patada.
—Alguien viene —dijo Rosalyn—. Hemos tenido suerte hasta ahora. Vámonos.
Afortunadamente Josh estuvo de acuerdo.