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l impacto de la flecha dejó al muchacho sin aliento. El repentino dolor en el hombro hizo que una visión se extendiera como el humo por su mente.

Entre ese humo una mujer con velo le sonrió, luego frunció el ceño y empezó a protestar mientras su imagen se diluía con un soplo dejando al muchacho tosiendo y escupiendo agua. La visión volvió a aparecer. La mujer estaba sentada en un trono bajo y un joven delgado, vestido de negro, se aferraba a sus rodillas.

—Únete a nosotros.

—¿Dónde estoy? —preguntó.

La mujer se quedó perpleja, como si esto no fuera lo que tenía que haber dicho.

Pero el muchacho ya estaba pensando en otras cosas. Agarrándose a los fragmentos de sus recuerdos, trató de entender por qué había sido emparedado tras la falsa mampara de un barco. Fuego y hielo, tierra y aire. Todo comenzó con un fuego. Un incendio arrasa un edificio. Un hombre mata a otro. Una mujer de cara agria le odia más que nunca. Luchó para recordar quién era ella.

Quién era él.

Pero la laguna pestilente se le tragó antes de que pudiera recordar más que una sola palabra: Bjornvin. La palabra no tenía más sentido para él que la visión de la mujer con velo. Mientras los hombres que le liberaron se dirigían en una dirección, el chico dejó que las corrientes cruzadas le arrastrasen en otra. Se preguntó qué le iba a pasar. Moriría, pensó. ¿Tal vez debería dejar de nadar para averiguar qué se siente cuando uno se hunde?

El muchacho dejó de patalear y sus cadenas le arrastraron hacia el fondo.

Notando el sabor salado del agua se dejó sumergirse aún más. Opacidad por encima, oscuridad por debajo. Los dedos de los pies se hundieron en el blando cieno del canal. En Venecia los canales menores se dragaban cada diez años; las vías fluviales y los canales grandes, siempre que fuera necesario. Pero él no sabía nada de eso. Simplemente sentía la suavidad bajo sus pies.

Hundiéndose un poco más notó que pisaba la grava.

Sus pulmones buscaron vida en el agua que se precipitó en su interior.

Destellos de relámpagos recorrieron sus miembros mientras un fuego se encendía en el interior de sus ojos. El muchacho sintió que su cuerpo luchaba por su cuenta y, sin comprender cómo, estaba ganando la batalla por su vida. Chocó contra los restos de un antiguo naufragio que se derrumbaron al intentar agarrarse a ellos; entonces, dejó que una corriente brutal lo arrastrara de lado antes de empezar a impulsarse para volver a la superficie.

El barco en llamas se había quedado atrás. Delante, en el horizonte, se alineaban algunos edificios. Arriba, por los huecos que dejaban las nubes, se veía un negro cuenco lleno de estrellas. Más estrellas de las que un hombre podría contar. Si supiera contar más allá de sus dedos.

El muchacho había llegado al Gran Canal, sin saber dónde estaba, ni quién era. No sabía nada de sí mismo. Se dejó llevar por la marea que subía. Sus ojos luchaban por enfocar la vista, su cuerpo se estremecía y sus entrañas vomitaban agua sucia. De repente un espasmo le cerró el estómago, el cielo se volvió morado, la luz de la luna hizo daño a sus ojos y la garganta se le llenó de amargura.

Aquí estás…

Las palabras no eran suyas.

Habían llegado a su mente sin ser llamadas. Y con ellas la imagen de la mujer que había surgido en su cabeza cuando se estaba ahogando. Una anciana con la sonrisa de una mujer joven. Una mujer joven con ojos de anciana. Finos hilillos de humo como un velo en el rostro, que desaparecieron cuando su mirada se endureció.

—¿Alexa?

—¿Quién te dijo mi nombre?

Al no obtener la respuesta, el muchacho sintió cómo la mujer intentaba encontrar alguna pista entre las ruinas de sus recuerdos. Todo lo que halló fueron nombres con los que los demás le habían llamado alguna vez.

Pelo blanco es descriptivo. es un pronombre. Tadsi es como llamaban a la mierda en Nórdico antiguo y Tychet significa idiota. Aquí lo hemos latinizado en Tycho —su voz sonaba siniestramente divertida—. Quédate con el último. Te pega.

Con un esfuerzo Tycho alejó la voz.