Capítulo 106

No hay rastro de la desvencijada caseta prefabricada que antes fuera nuestra oficina y, no sé por qué, su ausencia me entristece. Lo que encuentro en su lugar es un flamante edificio mucho más grande y lujoso. El barro y los charcos también han desaparecido, reemplazados por amplias extensiones de exquisito pavimento de granito. Hileras de vehículos impolutos ocupan el espacioso patio delantero. Noto una ligera falta de aliento. El nuevo concesionario de Nick es fabuloso.

Me he puesto un traje de chaqueta para la ocasión. Se trata de un elegante tweed de Chanel que adquirí a precio rebajado en una tienda Oxfam -mi única concesión a las compras de segunda mano- y hace que me sienta como si fuera Audrey Hepburn. He abandonado a los niños en casa de Sophie, para variar, y en estos momentos me encuentro aferrando mi bolso de la misma manera que Connor se aferra al nuevo Doggy, ahora remendado. Me siento transportada a otro momento, a cuando vine por primera vez a la entrevista de trabajo. Igual que entonces, tengo el estómago encogido; los nervios hechos trizas, y la confianza en mí misma, por los suelos.

Sin embargo, ahora soy una persona diferente y, recordando lo que he aprendido en el cursillo de autoafirmación, respiro hondo y franqueo a grandes pasos la puerta giratoria de cristal que da acceso a la sala de exposición.

El interior climatizado es un oasis de tranquilidad y eficiencia. Unos cuantos árboles de Navidad de color blanco, estratégicamente situados, dan fe de la época festiva con un discreto sentido del buen gusto. Los relucientes automóviles nuevos, exhibidos como trofeos, giran a ritmo lento sobre sus respectivos pedestales. Son vehículos de ensueño, de brillantes tonos rojo, azul y plata, sin el menor rastro de abolladuras. ¡Qué maravilla!

Plantada en medio de la sala de exposición, me alegro enormemente de tener una excusa legítima para haber venido. Soy una genuina consumidora. Me puedo permitir un coche nuevo. Soy una dienta, claro que sí.

Llevada por el entusiasmo, paso la mano por la aleta del coche más cercano. La superficie es suave como el visón, y carece por completo de bultos, muescas o restos de óxido. Dispone de una antena de radio en condiciones, no una percha para la ropa doblada. Es elegante y tiene estilo, justo como yo en este momento. Este coche me sentaría como un guante.

Una pareja y su hijo recién nacido ocupan orgullosos el asiento delantero de un monovolumen; dos niños de más edad se pelean en la parte posterior mientras la vendedora recita su discurso. Apartada en un rincón, lejos de los vehículos deslumbrantes, se ve una zona de juegos infantiles. También me fijo en un concurrido mostrador de atención al público y en una sala de espera donde los clientes pueden sentarse y disfrutar del café que proporciona una máquina expendedora de última generación. Deduzco que Nick ya no se encarga de preparar infusiones.

Los destartalados archivadores brillan por su ausencia, al igual que el arcaico hervidor de agua y el moho de las paredes. La transformación es radical. Me alegro de que Nick haya conseguido todo esto; debe de sentirse muy orgulloso de sí mismo. Me viene a la cabeza el vergonzoso incidente en Nobu, cuando le corté el filete al señor Hashimoto, y me da la sensación de que haya transcurrido una eternidad desde entonces.

Un joven dependiente de rostro lozano se acerca a mí.

- ¿En qué puedo servirle?

- Quería hablar con Nick Diamond, si es posible.

- Por supuesto -responde él-. ¿Me dice su nombre?

- Soy Anna -respondo-. Dígale que ha venido Anna.

El joven se aleja con paso enérgico.

A falta de algo que hacer, abro la portezuela del coche que tengo al lado. Resulta ser uno de los modelos más pequeños de la gama Hivanti, por lo que encaja en mi presupuesto. Me agacho para sentarme al volante. Humm… La sensación es de lo más agradable y hasta mi hija, tan difícil de complacer, le daría el visto bueno.

Pasados unos instantes, la portezuela del acompañante se abre y Nick toma asiento a mi lado.

- Hola -me dice con timidez.

Los dos cerramos las puertas del coche y nos quedamos confinados en el estrecho habitáculo, aislados de la sala de exposición que nos rodea.

- Todo esto ha quedado muy vistoso -comento.

Nick, ataviado con traje gris oscuro y corbata a la moda, también resulta vistoso.

- Se te nota que eres el jefe.

- He prosperado bastante desde los tiempos de la caseta prefabricada -responde con una sonrisa.

- Ya lo creo -suelto las manos del volante-. Me alegro de verte.

Se gira para mirarme.

- Y yo de verte a ti.

- He venido a comprar un coche -explico con voz animada-. Me dispongo a hacer uso de mi riqueza e independencia recién adquiridas.

- Eso está muy bien.

- Además, Poppy me advirtió que si no me deshago de mi montón de chatarra, me repudiará por mi incompetencia como madre.

- En ese caso, no tienes más remedio que obedecer -Nick recorre el Hivanti con la mirada-. ¿Le interesa a la señora este vehículo en particular?

- Puede ser -respondo-. Sufrí un desafortunado accidente con mi automóvil y ahora vale unos cincuenta peniques; eso en el caso de que alguien se apiadara de mí.

- ¿Seguro que no te pasó nada? -pregunta Nick-. Cuando terminé de hablar con ese policía te busqué, pero te habías marchado.

Opto por no decir que seguir allí carecía de sentido.

- Debería haberte llamado para interesarme por ti… -la voz se le va apagando.

- Los tres salimos ilesos -digo yo-, pero desde entonces mi coche se ha ido cayendo a pedazos y ahora se encuentra en estado terminal.

- Entonces, ¿de verdad buscas un coche nuevo?

- Sí.

- Ya veo -dice él-. Confiaba en que hubieras venido sólo para verme.

- Puede que ésa sea otra razón -admito yo-, pero también quiero comprar un coche.

- Pues has venido al lugar perfecto -replica Nick.

Intercambiamos una mirada.

- Estoy segura.

- Sin embargo, he de decir que no tengo una prisa acuciante por llevarte a probarlo en carretera -prosigue-. Aún sufro de estrés postraumático -Nick sacude la cabeza de un lado a otro-. Lamento lo del choque.

- No fue culpa tuya -respondo yo.

- Pero eso no impide que me sienta culpable.

- Veo que algunas cosas no han cambiado -digo en plan de broma.

- No -coincide Nick-. Sigo siendo un blando.

Y me pregunto si su corazón también se habrá ablandado con respecto a mí.

- No podría haber soportado que te hubiera ocurrido algo malo. A ti o a los niños.

No sé qué responder.

- Y te echo de menos en la oficina -confiesa en voz baja mientras el pulso se me dispara-. Tengo una nueva ayudante, pero no es como tú.

- Yo diría que es un punto a su favor.

- Es de una eficiencia sorprendente.

Siento una punzada de celos.

- Y fea como un demonio.

Me echo a reír.

- Así me distraigo menos -confiesa-. La contraté expresamente por esa razón. No puedo permitirme distracciones ahora que estoy al cargo de todo esto -señala con un gesto la sala de exposición que rodea nuestra acogedora burbuja.

- Tiene un aspecto fabuloso.

Nick se sonroja de orgullo.

- Yo también tengo un empleo -anuncio-. Y he conseguido dominar la clasificación de documentos de una vez por todas.

- ¿Y el ordenador?

- Hay días en los que sigue ganando, pero he logrado ciertos progresos -me siento incapaz de mirarle a los ojos-. He cambiado. He organizado mi vida. Ahora sé lo que quiero y estoy dispuesta a conseguirlo. Me encanta mi nuevo trabajo, aunque no tanto como el antiguo -le brindo una sonrisa melancólica-, pero he recuperado mi independencia -además de mi orgullo y mi autoestima.

Nick me coge de la mano.

- Para serte sincero… -me mira a los ojos-, fuera de la oficina te echo aún más de menos.

Justo lo que deseaba oír.

- ¿En serio?

- Pero jamás volvería a mezclar el trabajo con el placer.

- Ah, ¿no?

- No -insiste Nick.

Me atrae hacia sí y me besa con ternura. Sus labios sobre los míos se notan cálidos y suaves. Me siento en la gloria. Éste es el lugar que me corresponde, al lado de Nick.

La pareja del monovolumen, que ha empezado a bajarse del vehículo, se detiene en seco. La madre tapa los ojos de los niños, abiertos como platos.

- ¿Quieres que te enseñe algunas de las maravillosas características de este coche? -pregunta Nick-. El dispositivo automático para reclinar los asientos delanteros resulta particularmente útil.

Le dirijo una amplia sonrisa.

- Sí, me gustaría probarlo.

Nick pulsa dos botones de aspecto inofensivo situados junto a la palanca de cambios y, con suavidad, nos echamos hacia atrás al mismo tiempo. Una vez tumbados sobre los asientos, Nick me atrae hacia él y me mira cara a cara.

- ¿Estás segura de que quieres un modelo nuevo y reluciente? -pregunta-. ¿No preferirías otro diferente, un tanto magullado y maltratado? Uno que ya tenga unos cuantos kilómetros de rodaje, que haya sufrido golpes y abolladuras, pero que siga siendo de absoluta confianza. Un automóvil que tenga el carácter y el encanto necesarios para recorrer hasta el final la autopista de la vida. Uno que necesite desesperadamente cariño y atención.

- ¿Seguimos hablando de coches?

- No.

- En ese caso, acepto -levanto la mano y acaricio la mejilla de Nick-. Quiero uno de ésos, por favor.

- No sabes lo feliz que me haces -dice él- Tan feliz que a lo mejor te llevas de regalo un vehículo a estrenar.

- Te quiero -le digo entre risas.

- Y yo a ti.

Me besa los labios con suavidad, y no sin cierta vacilación. Entonces se escucha un sonido metálico

- Cierre centralizado -explica Nick mientras me rodea con sus brazos-. Otra prestación de gran utilidad.

- No la necesitas para que me quede -digo yo-. Seré una nueva propietaria absolutamente fiel -le acaricio los labios con un dedo-. Te prometo que nunca, jamás, te voy a cambiar por otro modelo.

- Eso es justo lo que este montón de chatarra deseaba escuchar.

Nick enciende la radio y suena una melodía tierna y romántica. Nos acomodamos el uno en brazos del otro. Los asientos de este coche son comodísimos, y menos mal, porque me parece que vamos a seguir así mucho, mucho tiempo.

* * *

Me vuelves loca
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