Capítulo 94

Connor lleva horas fuera de combate. Entro en su habitación para verle y compruebo que duerme plácidamente. Me pregunto cuándo ha sido la última vez que yo misma he disfrutado de un sueño tan apacible. Le acaricio el cabello, rubio y sedoso, y le planto un beso en la frente. Se retuerce y empuja hacia dentro el pulgar que ya tiene en la boca. Aunque sólo lleva puesto un pañal, las mejillas le arden por culpa del calor y abro más la ventana para que entre el aire nocturno. No corre una gota de brisa, pero no parece que le afecte en absoluto.

En el dormitorio de Poppy la escena es bien distinta. Está nerviosa, agitada. Ha tirado al suelo el edredón, así como al sempiterno y repulsivo Doggy, y se revuelve en la cama jadeando y soltando resoplidos. Recojo el edredón, lo doblo cuidadosamente y coloco el peluche en lo alto.

- ¿Qué hace aquí Doggy?

- Pensaba que a lo mejor se sentía solo.

Me siento junto a mi hija.

- ¿Va todo bien?

- Tengo mucho calor.

El flequillo de Poppy está empapado y se le pega a la frente. Las ventanas de la habitación permanecen abiertas de par en par. Se escucha un ligero zumbido de tráfico que proviene de la carretera que se encuentra a corta distancia de nuestra casa. Ahí fuera, en algún lugar al otro extremo de la ciudad, Nick sigue adelante con su vida.

- Puede que haya tormenta -le explico.

- Genial -responde Poppy, aunque sé que se está haciendo la fuerte, porque las tormentas la asustan, como a mí de pequeña.

Ahora entiendo por qué se ha traído a Doggy del cuarto de su hermano y me doy cuenta de que sigue siendo mi niña pequeña, a pesar de lo mucho que se esfuerza por demostrar lo contrario. Ahora, a mis años, sé que la vida esconde mucho más terror que el que puede provocar un simple, aunque aparatoso, choque entre nubes.

- Tranquilízate e intenta dormir -le aconsejo-. Si dejas de moverte, no tendrás tanto calor.

Apago la lámpara de la mesilla de noche.

- Mamá -dice Poppy en la oscuridad-, ¿volveremos a ver al tío Nick alguna vez?

Se me contrae la garganta.

- No lo creo.

- ¿Por qué? -pregunta ella-. Era bueno. Y divertido. Me caía muy bien.

- A mí también -confieso en voz baja.

- ¿Es una de esas situaciones complicadas de las personas adultas?

- Sí -respondo-. Muy complicada.

- A veces pienso que no quiero hacerme mayor -susurra Poppy.

- A veces, yo tampoco quiero que crezcas.

Beso a mi hija en la cabeza. Albergo la esperanza de que disfrute de una vida más sencilla que la mía, de que encuentre un hombre maravilloso que la ame y la cuide, y de que su experiencia del amor esté libre de dolor y sufrimiento. Espero que sepa amar como es debido, y no de forma imprudente. Y cuando sea mayor, confío en poder hablar con ella de estos asuntos y evitar que cometa los mismos errores absurdos que cometió su madre. Suspiro profundamente y le doy otro beso antes de marcharme.

Cuando abro la puerta de mi dormitorio veo que Bruno se pasea nervioso de un lado a otro. No ha dejado de beber desde que regresamos a casa después del picnic y tiene un aspecto terrible.

- Creía que te habías metido en la cama -digo yo.

- ¿Qué pasa con ese tal Nick?

- Nada.

La ansiedad me produce un nudo en el estómago. La cólera ensombrece el rostro de Bruno. Es una expresión que reconozco al instante. Atravieso la habitación hasta la cómoda y abro un cajón para sacar una camiseta limpia para dormir.

- Es un hombre agradable -continúo con voz tranquila, aunque los dedos me tiemblan-. Se portó muy bien con los niños.

- Con mis niños, querrás decir -la voz de Bruno denota un tono de amenaza.

- Sólo son tuyos cuando te conviene -replico mirando por encima del hombro.

Acabo de cometer una equivocación.

Bruno cruza la habitación a la velocidad del rayo. Me empuja hacia un lado, agarra el cajón de la cómoda y lo arroja sobre la cama, provocando que las prendas que contiene se esparzan sobre el edredón. Y cómo no, el tanga ribeteado de marabú aterriza en primer plano. Las absurdas plumas resaltan como un faro en plena noche; resultan chabacanas y de dudoso gusto en contraste con mi colección de bragas desgastadas y más propias de una abuela.

Bruno recoge el tanga y lo agita entre los dedos.

- ¿Te compraste esto para Nick?

- No seas ridículo.

Debería recordar que cuando Bruno se encuentra en este estado es mejor no contrariarle. Lo más sensato es permanecer inmóvil, en silencio, y prepararse para lo que está por venir. Pero como lleva meses haciéndose pasar por el marido perfecto, he bajado la guardia.

Al instante se lanza sobre mí y de un golpe me arroja contra la pared. Sitúa su rostro, contorsionado y horrendo, a escasos centímetros del mío.

- ¿Ridículo yo? -pregunta a gritos mientras me restriega con brusquedad el tanga de marabú por la cara. Noto que me araña la mejilla y me hace un corte en la piel-. ¿Ha estado follándote el tío ese?

- No.

El marido que tan bien conozco aprieta el cuerpo violentamente contra mis costillas. El dolor me resulta insoportable. Me agarra del pelo y tira de él con todas sus fuerzas. Me arranca varios mechones.

- ¡Dímelo!

- No tengo nada que decirte -mi voz suena temblorosa, acobardada.

¿Cómo he podido pensar que este animal había cambiado? La última vez me juré que jamás permitiría que volviera a intimidarme, y sin embargo aquí estoy, de nuevo en una situación que se ha venido repitiendo una y otra vez, como una pesadilla recurrente.

Hago acopio de todas mis fuerzas y le propino un rodillazo en los testículos. No sé si será porque he acertado en el blanco o porque es la primera vez que respondo a sus agresiones, pero una expresión de sorpresa le recorre la cara. Baja las manos para protegerse y aprovecho la oportunidad para apartarle de un empujón. En el instante mismo en que intento alejarme, Bruno se recupera, me agarra del brazo y me empieza a zarandear como a una muñeca de trapo. Aterrizo en el suelo con un golpe sordo. De inmediato se coloca encima de mí. Me inmoviliza contra el suelo y me aplasta con su peso.

- ¿Crees que puedes engañarme? -espeta, lanzándome saliva a la cara.

Me rodea el cuello con las manos y luego me asesta un fuerte puñetazo que me desplaza la cabeza a un lado. Vuelve a apretarme la garganta y trato de gritar, pero sólo me sale una especie de gorgoteo. Va a estrangularme y no puedo impedírselo. Ante mis ojos flotan luces rojas y negras y tengo la impresión de que los tímpanos me van a estallar.

De pronto escucho a Poppy.

- ¡Mamá! -grita.

- ¡Lárgate! -gruñe Bruno, y oigo un golpe.

- ¡Suéltala! ¡Suéltala!

Mi hija emite alaridos histéricos y Bruno me suelta la garganta. La oscuridad se desvanece y veo que Poppy golpea con todas sus fuerzas a Doggy contra Bruno mientras éste trata de apartarla a un lado.

- ¡Deja a mi madre! -grita la niña.

Me incorporo del suelo. Apenas me quedan fuerzas, como si me hubieran machacado el cuerpo entero.

- ¡Poppy! -trato de gritar, pero sólo consigo emitir un graznido.

Aun así, mi hija me oye y sale disparada hacia mí, se arroja contra mi cuerpo a toda velocidad y me rodea con sus brazos. Está llorando y la acuno mientras la abrazo.

- Tranquila, cariño.

Bruno se tambalea; su cólera ha pasado. Le miro y sólo soy capaz de sentir odio hacia él. Se encamina hacia la puerta.

- Volveré -me advierte.

Poppy se da la vuelta y me mira. Nunca, jamás quiero volver a ver esa expresión de terror en los ojos de mi hija. Seguimos abrazadas mientras Bruno baja la escalera y ambas damos un respingo cuando oímos que la puerta principal se cierra de golpe.

- Ya ha pasado -digo con tono tranquilizador, pero en mi fuero interno sé que no es verdad.

Nada cambiará hasta que logre expulsar para siempre a ese hombre de nuestras vidas. La garganta me quema y apenas consigo articular palabra.

- Ya ha pasado.

A Doggy le falta la cabeza. El relleno del peluche se derrama por una infinidad de agujeros y al recoger su cuerpo destrozado se me parte el corazón.

- No te preocupes, mamá -dice mi hija con voz temblorosa-. Conseguirás arreglarlo. Podrás hacer que todo vaya mejor.

- Tenlo por seguro, cariño -le prometo-. Doggy se pondrá bien -acaricio el cabello de mi hija, que, empapado, se le aplasta contra la cabeza-, igual que nosotras.

- No dejes que vuelva papá -suplica Poppy entre lágrimas-. No me gusta. Me da miedo.

Aprieto a mi hija contra el pecho. A mí también me da miedo Bruno. Por última vez, el castillo de naipes en que consiste mi vida de fantasía se derrumba.

Me vuelves loca
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