Capítulo 85

Los ojos me duelen como si les hubieran arrojado varios kilos de arena y los párpados me erosionan los globos oculares, inyectados en sangre. Estoy vestida y preparada para irme a trabajar, pero me encuentro hecha unos zorros. La cocina parece el escenario de una guerra de guerrillas. La adorable Lorraine Kelly parlotea sin parar desde el televisor situado en un rincón y me está poniendo los nervios de punta.

- ¡Venga, venga! ¡Vamos -le grito a Poppy-, come más deprisa!

Mi agotada hija ingiere sus cereales Crunchy Nut de uno en uno. Por mucho que alardeara de que podía pasarse la noche en vela sin apenas notarlo, ahora sufre como yo los efectos de la falta de sueño. No es el caso de Bruno, claro está. Entra con parsimonia en la cocina con unos vaqueros y desnudo de cintura para arriba. Tiene el pelo enmarañado y se nota que no se ha acabado de despertar.

Mi marido se frota el pecho con ambas manos.

- En esta casa hace un frío de muerte -protesta.

- Pues vístete -replico yo con sequedad.

Se apoya en la encimera ocupando más espacio del debido. Procurando esquivarle, arrojo los platos sucios al fregadero al tiempo que me zampo a toda prisa una tostada fría. Connor golpea la cuchara contra su trona a ritmo de jazz. Le arranco la cuchara de la mano y se echa a llorar. Bruno se muestra aturdido.

- ¿A qué viene todo este jaleo?

Le miro boquiabierta.

- Es por la mañana -respondo-. Hay que darles de desayunar. Poppy tiene que ir al colegio. Yo tengo que ir a trabajar. Si te apetece tomar algo, tendrás que apañártelas tú solo. Deberíamos haber salido hace diez minutos -mientras pronuncio la última frase, clavo en Poppy una mirada furiosa. Mi hija, con notable apatía, sigue llevándose a la boca la leche con cereales-. ¡De acuerdo -estallo-, se acabó! -retiro el cuenco de un tirón y cojo una manzana del frutero-. Llévatela para el recreo.

Guarda la manzana a regañadientes y, no sin cierto placer perverso, observo que hace caso omiso de su padre.

- Ponte el abrigo -le digo mientras la empujo hacia la puerta.

- ¿Es que no vas a despedirte de tu padre?

Poppy se acerca a él con paso tranquilo y le planta en la mejilla un beso poco entusiasta. Bruno se queda un tanto desconcertado.

- Hasta luego, cocodrilo.

- Adiós -masculla ella entre dientes.

Ni siquiera el regreso del héroe es capaz de hacer mella en su caparazón preadolescente. Desato a Connor de la trona.

- Volveremos hacia las cinco.

Ahora Bruno se queda desconcertado de verdad.

- ¿Desde cuándo tienes un empleo?

- Desde que te marchaste y nos dejaste para que nos las arregláramos por nuestra cuenta -respondo yo girando la cabeza-. ¡Poppy, termina de una vez!

- ¿A qué hora volverás?

- Ya te lo he dicho, más tarde. Adiós.

No me apetece despedirme con un beso, de modo que rodeo la mesa y me dirijo a la puerta.

- Sabes que no me gusta que trabajes -dice Bruno mientras una expresión sombría le cubre el semblante.

Suelto una carcajada carente de todo humor.

- Y a mí no me gustó que desaparecieras en mitad de la noche dejándonos sin un céntimo, pero tuvimos que acostumbrarnos. Ahora te toca acostumbrarte a ti.

Bruno relaja un poco la expresión de contrariedad, lo que no deja de sorprenderme. Me estaba preparando para una pelea y, por lo que parece, él se ha echado atrás.

- ¿Qué voy a hacer solo todo el día? -pregunta.

- Por lo que dices, estás sin trabajo.

- De momento sí -admite-, pero tengo varios contactos.

- Puedes empezar por lavar los platos.

Dirijo la mirada hacia la pila de cacharros que abarrota el fregadero. No parece que le haga mucha gracia, pero responde:

- De acuerdo.

- Hay un montón de ropa para planchar y no queda comida en la nevera.

- Me pondré con la plancha -dice mi marido con una nota de perplejidad en la voz-; pero eso del supermercado… ¿Qué compro?

En contra de mis intenciones, me ablando.

- Ahí está apuntado -señalo la lista, esperanzada, aunque creo que seguirá en el mismo sitio cuando regrese a casa-. Hasta luego.

Antes de salir, sujeto a Connor en alto y lo acerco a su padre.

- Dale un beso a papá.

Connor obedece y luego choca la palma contra la de Bruno.

- ¡Qué gracioso! -comenta mi marido-. ¿Quién le ha enseñado eso?

- Todas sus malas costumbres las aprende de la tía Sophie -respondo yo-. ¿Verdad, cielo?

- Choca -balbucea Connor, y alarga su diminuto puño gordinflón.

Bruno propulsa con entusiasmo su puño de adulto y yo retiro al niño hacia atrás.

- Le vas a hacer daño.

Bruno deja caer la mano.

- Les he echado de menos -dice-. Y a ti también, nena -me clava una mirada que parece sincera-. Te prometo que las cosas van a cambiar a partir de ahora.

- Sí -respondo yo-. Cambiarán -y hablo en serio. Si Bruno piensa quedarse, bajo ningún concepto vamos a volver a lo mismo de antes-. Bueno, voy con retraso y mi jefe se va a poner hecho una furia.

Es una vil mentira, porque el amable, afectuoso y encantador Nick se mostrará tan comprensivo como de costumbre.

Me vuelves loca
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