Capítulo 21

Una vez en la calle, el aire gélido golpeó el rostro de Nick como una bofetada. Se había levantado viento y un cúmulo de periódicos abandonados, cajas de poliestireno y latas de Coca-Cola recorría la calle armando ruido. ¿Por qué ya nadie utilizaba las papeleras como era debido? A diario, Nick empezaba la jornada apartando de las puertas de su tienda la basura que ciudadanos negligentes habían arrojado a la calle tras la hora de cierre de los pubs. ¿Acaso quedaba alguien que se enorgulleciera de su país, que se preocupara por él? Por lo visto no era así.

Anna se encontraba de pie a su lado, un tanto azorada. Nick sintió deseos de besarla, lo que le provocaba un sentimiento extraño, porque no se le había ocurrido que alguna vez iba a querer besar a otra mujer que no fuera Janine. No es que le hubiera invadido una oleada de lujuria por su nueva secretaria -aunque unos cuantos pensamientos lujuriosos sí que andaban extraviados por ahí-; se trataba más bien del agradecimiento por el hecho de que Sam no hubiera podido endosarle una bestia parda entrada en años y con cintura de elefante bajo el pretexto de poner remedio al actual estado de celibato de su amigo. Además, no se le ocurría una forma más agradable de evitar semejante situación que pasar el rato con Anna.

Volvió la vista hacia Sam. Su colega se encontraba entrelazado con la atractiva Sophie. Sam nunca había considerado su condición de soltero un problema. A pesar de la amistad que los unía, no podían ser más diferentes entre sí. Desde que era capaz de recordar, Nick siempre había deseado una vida hogareña estable, dos hijos, coche familiar, barbacoa de ladrillo, cortacésped de primera calidad. Y eso que el ejemplo de sus padres no era el más afortunado. Tal vez algunas personas nacían con el gen del matrimonio y otras no.

De ser cierto, su mejor amigo carecía definitivamente de ese gen. Aunque los dos se iban aproximando a toda prisa a los horrores de la mediana edad, Sam aún no mostraba la menor inclinación a llevar una vida diferente de la que llevaba a los diecinueve años. Incluso en la actualidad, le encantaba llevarse a casa a una mujer distinta cada noche que salía. A decir verdad, Nick no tenía ni idea de dónde obtenía su amigo semejante resistencia, si bien es cierto que Sam no contaba con el efecto obstaculizador de los indigestos postres de la señora Diamond. Tenía que marcharse de casa de sus padres lo antes posible, de eso no cabía duda. Pero aunque así lo hiciera, no se imaginaba a sí mismo con una ristra de mujeres diferentes pasando por su cama. Ni siquiera aunque ellas hubieran accedido.

Mientras él reflexionaba sobre estos asuntos, los cuatro seguían en la acera, soportando el frío. Anna tiritaba bajo su fino abrigo. Había en ella una cierta fragilidad que incitaba a Nick a sentirse protector. Sam y Sophie empezaron a dirigirse hacia la parada de taxis. Con actitud obediente, Nick y Anna les siguieron.

Cuando llegaron a la parada, Sam se dio la vuelta y tomó la palabra:

- Sophie y yo nos vamos en el mismo taxi.

Anna puso cara de preocupación, como era natural. Se llevó a un aparte a su embriagada amiga.

- ¿Seguro que estarás bien?

- Estaré perfectamente -respondió Sophie arrastrando las palabras-. Hasta mañana.

Dicho esto, regresó tambaleándose hacia Sam, también borracho como una cuba.

- ¡Hasta luego, colega! -gritó Sam a Nick mientras agitaba la mano en señal de despedida. Acto seguido le dedicó un guiño pícaro al tiempo que introducía a Sophie en el taxi.

Anna frunció la frente cuando el vehículo se alejó renqueando.

- Debería haberme ido con ella -empezó a morderse una uña-. ¿Se puede confiar en él?

- Desde luego que no -respondió Nick.

Las arrugas en la frente de Anna se hicieron más profundas a causa de la inquietud.

- Me imaginaba la respuesta.

El siguiente taxi de la fila se detuvo frente a ellos.

- Ya que nuestros respectivos amigos nos han abandonado, ¿qué tal si también compartimos taxi?

- ¿Puedo confiar en ti? -preguntó Anna.

Nick abrió la puerta para que ella entrara.

- Con los ojos cerrados -respondió él, no sin cierta melancolía.

Me vuelves loca
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