Capítulo 50

«Estoy casado», decía Nick para sí. Lo repetía una y otra vez, dejando que la frase le recorriera el cerebro de un lado a otro. «Estoy casado».

El problema residía en que ya no se sentía casado. Sí, había accedido a volver con Janine; pero por algún motivo desconocido la información no había llegado a alcanzar sus conexiones cerebrales.

Tras abandonar la Torre de Londres poco después del almuerzo, se habían dirigido caminando por el Embankment hasta la pista de hielo situada en el suntuoso patio de Somerset House. Instalaron a Connor en la cálida y colorida guardería durante una hora mientras ellos se encaminaban hacia la carpa donde se alquilaban los patines. Le había costado dejar al niño, aunque fuera por tan poco tiempo. Y no es que a Connor le importara: en cuanto se percató de que uno de los coches de plástico quedaba libre, salió embalado sin mirar hacia atrás ni una sola vez.

También pasó un mal rato cuando observó a Anna y Poppy riendo como colegialas mientras se enfundaban sus patines alquilados, dispuestas a lanzarse al hielo, pues pensaba que nunca serían pareja ni formarían una familia.

Nick deseaba traspasar la periferia de sus vidas, pero tenía que recordarse a sí mismo que se trataba de un sueño imposible.

Tomó asiento al lado de Anna en el húmedo banco y contempló sus propios patines con consternación. A él se le había ocurrido ir a patinar, y la idea era excelente, pero no había contado con tener que introducir los pies en unas botas humeantes que sólo ese día habían acogido una docena de pies sudorosos. Con un estremecimiento, se quitó los zapatos e introdujo los pies a presión, tratando de olvidar la repugnancia que sentía. La sensación era espantosa, y le hizo reflexionar que si no soportaba ponerse unos patines que aún estaban calientes, ¿qué sería volver a la cama de su mujer? Apartó ese pensamiento de su mente. Hasta el momento, el día había sido estupendo y no deseaba arruinarlo pensando mal de Janine.

- ¿Todo bien? -preguntó Anna con una sonrisa.

Tenía las mejillas encendidas a causa del frío y, al ponerse de pie con los patines puestos, se tambaleó ligeramente.

Nick alargó el brazo y la agarró de la mano.

- Ya te tengo -dijo él.

Anna se ruborizó más aún.

- Esto del patinaje nunca ha sido lo mío.

- Dame un minuto.

Nick terminó de atarse los cordones de las botas y se levantó de un salto. Bueno, casi eran de su talla. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que Sam y él fueran a patinar sobre hielo juntos, pero a Nick se le daba razonablemente bien. Haciendo caso omiso del aplastamiento al que estaba sometiendo a sus dedos gordos y pasando por alto el hecho de que probablemente iba a contagiarse, al menos, de hongos y de pie de atleta, avanzó de puntillas.

- Demos una lección a Torvill y Dean.

- ¿Quiénes son Torvill y Dean? -preguntó Poppy, que se bamboleaba en dirección a la salida.

- Lo malo de tener hijos -le advirtió Anna- es que siempre te recuerdan la edad que tienes.

Entre otras cosas.

Nick apretó la mano de Anna con firmeza mientras ella entraba en la pista con paso cauteloso. La ráfaga de aire gélido les dejó sin respiración. Poppy, demasiado independiente para que nadie la cogiera de la mano, se agarró a la barandilla lateral y se fue abriendo camino entre la multitud de patinadores. Por suerte, su madre estaba más que dispuesta a aceptar la ayuda de Nick. No es que éste mantuviera una marcha regular, pero poco a poco iba volviendo a coger el tranquillo. Pudiera ser que los jueces no le otorgaran la máxima puntuación, pero al menos podía mantenerse cómodamente erguido. El hielo estaba plagado de surcos, y Nick tenía que concentrarse en guiar a Anna y desplazarse él mismo hacia delante.

Anna le brindó una amplia sonrisa y luego se lanzó a realizar tres escapadas tambaleantes.

- Es divertido.

Sí, lo era. No había nada como volver a comportarse como un niño para despojarse de las preocupaciones de la edad adulta. Además, el marco resultaba idílico, digno de una postal. La pista estaba rodeada de antorchas en las que crepitaban llamas de color naranja, protegidas bajo el saliente del ornamentado edificio de piedra, y por los altavoces ocultos sonaba música clásica. El hielo estaba atestado de personas de todas las edades envueltas en coloridos gorros y bufandas que les protegían del frío.

La mano de Anna se notaba pequeña y cálida, lo que a Nick le hacía sentirse grande y protector. Era un sentimiento muy agradable. Con Janine siempre tenía la impresión de estar cometiendo algún error. Se hallaban a medio camino en el perímetro de la pista cuando Anna, falta de aliento, exclamó:

- ¡Necesito un descanso!

Nick la guió hacia la barandilla y cuando tiró de ella para apartarla del flujo de patinadores, Anna se le quedó pegada al pecho mientras trataba de recuperar la respiración. Tenía la nariz tan sonrojada como las mejillas, y la boca contraída por el frío. Levantó los ojos hacia él, y con los labios un tanto separados esbozó una sonrisa. Habría sido tan fácil inclinarse un poco, sólo un poco, y besarla… Rozar los labios de Anna con los suyos, suavemente. Nick inclinó la cabeza.

Poppy, con un gesto de determinación en el rostro, se estrelló contra las piernas de ambos y la magia se rompió.

- Esto sí que es guay -afirmó.

- Te estás portando muy bien, cielo -dijo Anna, y plantó un beso en la cabeza de su hija mientras ésta se volvía a apartar con paso vacilante.

Nick se moría por besar también a una persona, la que se encontraba justo delante de él.

Me vuelves loca
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