Capítulo 12

- ¿Qué es eso?

- Copos de maíz -responde mi hija con una nota desafiante que, en este crítico momento, de buena gana le borraría de una bofetada.

- ¿Y qué hacen aquí?

«Aquí» es debajo de la cama, donde, a juzgar por el avanzado estado del moho que se aprecia en la capa superior, deben de llevar algún tiempo.

Poppy se encoge de hombros, como si nunca en su vida hubiera visto semejantes cereales. Agito el cuenco frente a sus narices con gesto amenazante.

- Con esto que tienes aquí se podrían realizar experimentos sobre la guerra bacteriológica.

La niña no parece convencida. Ni amenazada.

He descubierto las tendencias antihigiénicas de mi hija esta mañana porque no quedaban cuencos en el armario. ¿Acaso las familias de verdad se sientan juntas a desayunar en agradable compañía, o también empiezan la jornada con una pelea a gritos?

- Esta noche vas a limpiar tu habitación, jovencita -decreto con una voz que se parece a la de mi madre más de lo que estoy dispuesta a admitir. Incluso agito el dedo índice.

Mi hija, molesta porque su negligente comportamiento haya quedado al descubierto, procede a actuar a un ritmo con el que podría haber competido hasta el caracol más reticente. Hay veces que lamento la circunstancia de que pegar a los niños no esté bien visto hoy en día, ya que en este preciso momento encuentro un cierto atractivo en la violencia física. Poppy sabe que estoy nerviosa por culpa de la entrevista a la que me voy a someter única y exclusivamente para el bien de mis hijos; aun así, no hace nada por facilitarme las cosas. Cada fibra de su cuerpo irradia odio hacia mi persona, y es en estas ocasiones cuando no me vendría mal un poco de ayuda. Me encuentro sin fuerzas para razonar con ella, y sé que si tuviera a mi lado a alguien que se uniera a mí en su contra, tendría la oportunidad de alzarme yo con la victoria. Ya temo lo que será cuando la pille con su primera copa, su primer cigarrillo o su primer novio.

- Te quedas sin desayunar -declaro. Lo que no supone un gran castigo para mi hija, ya que en todo caso come menos que un gorrión y por lo general me cuesta convencerla de que se alimente, de lo que culpo a todas las famosas flacas como palos que salen en televisión, desde Victoria Beckham hasta Kate Moss-. Dentro de cinco minutos quiero verte vestida y montada en el coche.

Todo eso está muy bien, sólo que yo aún estoy sin vestir. Me atormenta la duda ante la elección de vestuario. En serio, es aún peor que si estuviera tratando de encontrar un atuendo para la ceremonia de los Oscars entre las limitadas opciones de mi armario. Debido a que me paso los días con unos vaqueros manchados de vómito infantil -mi querido hijo aún no ha superado la etapa de la regurgitación repentina-, existe una penosa carencia de elegantes trajes de chaqueta ocultos en mi vestidor. Tengo un conjunto negro que compré hace cinco años para el entierro de la abuela de Bruno, de modo que eso es lo que voy a tener que ponerme. De todos los malos presagios, éste tiene que ser el peor: acudir a una entrevista de trabajo vestida para una incineración. No obstante, me enfundo el traje de chaqueta al tiempo que doy gracias por no haber dispuesto del dinero suficiente para permitirme lujos y, por lo tanto, apenas he engordado desde entonces. Confío en que Connor se porte bien y no me vomite encima ni me embadurne de mermelada.

Hoy precisamente tengo que ser más puntual que nunca y, puesto que creo firmemente en el dicho «Vísteme despacio que tengo prisa», voy con retraso. El lugar de mi entrevista de trabajo se encuentra sólo a diez minutos en coche en condiciones normales, pero por culpa de la hora punta tardaré más del doble. Cuando consigo acomodar a Connor en el coche, Poppy está sentada sin pronunciar palabra y con la mirada fija al frente. Salimos despedidos calle abajo haciendo caso omiso del límite de velocidad hasta que nos topamos con el primer atasco. Cuando por fin dejo a Poppy en el colegio, mi hija continúa sin hablarme.

- Te quiero -le digo mientras estampo un beso en su rígido rostro-, aunque a veces no me caes bien.

Soy de la opinión de que hay que evitar despedirse de las personas en un clima de resentimiento, no vaya a ser que suceda algo terrible durante el día y no se tenga la oportunidad de hacer las paces. Mi hija me conoce. En sus ojos se aprecia un desafiante destello de victoria.

- Deséale suerte a tu madre en la entrevista.

Poppy se baja del coche con un portazo, lo que provoca que Connor rompa a llorar. Doy por perdida la oportunidad. Mi hija ve a su amiga Stephanie Fisher y corre hacia ella, sin duda para entretenerla con el cuento de lo bruja que es su madre. Por descontado, Stephanie Fisher debe de tener una madre perfecta. Y un padre maravilloso.

Connor y yo nos ponemos en marcha y nos abrimos paso como posesos entre las calles secundarias hasta que llegamos a casa de Sophie. ¿Cómo demonios voy a hacer esto mismo todas las mañanas si consigo un empleo? Trato de recordarme a mí misma lo maravillosa que será mi autoestima cuando me las arregle para dejar de vivir de las ayudas estatales y pueda mantener a mi familia con un espléndido sueldo ganado por mí misma. Entonces, todo este estrés añadido, todo este esfuerzo, merecerá la pena.

Lanzo una fugaz mirada al reloj con la vana esperanza de que, por una vez, el tiempo haya conspirado para ayudarme y esté avanzando hacia atrás. Arranco a un sobresaltado Connor de su silla de seguridad y salgo corriendo por el camino de acceso hasta la puerta principal de mi amiga.

- Te has retrasado -suelta Sophie nada más abrir.

- Ya lo sé -respondo falta de aliento-. Con suerte, puede que llegue justo a tiempo.

Connor, descontento por tanta sacudida nada más desayunar, me vomita en el hombro.

- ¡Joder!

Sophie me quita al niño de encima y me lleva a la cocina, donde procede a apartarme el vómito con una bayeta húmeda. ¿Por qué, Dios mío? ¿Por qué he tenido un hijo con un estómago tan sensible?

- ¿Y si no se quita? -pregunto entre gemidos.

- Tonterías -replica Sophie-. Quedará perfectamente -saca del armario un ambientador en spray y me rocía con aroma fresco de pino-. Y ahora, vete de una vez.

Me precipito hacia la puerta de salida seguida por Sophie y por Connor, ahora encajado en la cadera de mi amiga.

- Un beso para mamá.

Doy un beso precipitado a mi pegajoso hijo antes de salir corriendo.

- ¡Buena suerte!

- Voy a necesitarla -el labio de Connor empieza a temblar-. ¿Seguro que estará bien?

- Estará perfectamente -me asegura Sophie-. Di adiós a mamá.

- Adiós a mamá.

- Os quiero -grito a Sophie y al niño, y me monto en el coche. Pienso que tengo que conseguir ese trabajo; no puedo estar sometiéndome a este infierno para nada.

Mientras les veo a través del espejo retrovisor agitando la mano como locos, salgo despedida calle abajo, donde, a los cinco segundos, me encuentro con otro atasco. Así es la conducción hoy en día en el Reino Unido, a pesar de la cacareada política del Gobierno con la que se intenta convencernos de que utilicemos los medios de transporte público, lo que resulta patético, ya que el transporte público en general se encuentra o bien detenido en otro atasco o sufriendo un descarrilamiento. Por lo visto, el ciudadano medio pasa seis semanas de su vida en el coche, rodeado de tráfico, y me da la impresión de que me estoy convirtiendo en una ciudadana media a toda rapidez. A este paso, llegaré a mi entrevista sin un solo diente, porque me habrán desaparecido de tanto rechinarlos.

Necesito algo que me ayude a calmarme, pero no puedo poner la radio, ya que alguien me arrancó la antena muchas noches atrás y no me he podido permitir el coste de la reparación. A medida que avanzo centímetro a centímetro, elevo el volumen de la cinta Pat, el cartero, propiedad de Connor, ante la ausencia de algo más adecuado para adultos, o más relajante, y me pongo a practicar técnicas de respiración. Por desgracia, el jovial cartero no está en condiciones de competir con Classic FM.

- Hola -trato de esbozar una sonrisa-. Anna Terry.

«Demasiado tensa. Relaja los labios. Tranquila. Tranquila.»

- Hola. Encantada. Soy Anna Terry.

«Mejor. Mucho mejor.»

- ¿Qué tal? Soy Anna Terry.

El reloj capta mi atención y no doy crédito a la manera en la que el tiempo, el tráfico y la vida en general se han unido para conspirar en mi contra.

Bajo la ventanilla y grito al atolladero de coches:

- ¡Moveos de una puta vez, malditos cabrones!

Mi voz es arrastrada por la fría brisa matinal y vuelvo a subir la ventanilla.

Pat, el cartero, sigue parloteando sin parar. Respiro hondo diez veces.

- Hola. Soy Anna Terry.

No es suficiente. Respiro otras diez veces más.

- Encantada de conocerle. Lamento llegar tarde.

Mientras una cacofonía de bocinas comienza a sonar a mí alrededor, apoyo la cabeza en el volante y hago esfuerzos por no llorar.

Me vuelves loca
titlepage.xhtml
sec_0001.xhtml
sec_0002.xhtml
sec_0003.xhtml
sec_0004.xhtml
sec_0005.xhtml
sec_0006.xhtml
sec_0007.xhtml
sec_0008.xhtml
sec_0009.xhtml
sec_0010.xhtml
sec_0011.xhtml
sec_0012.xhtml
sec_0013.xhtml
sec_0014.xhtml
sec_0015.xhtml
sec_0016.xhtml
sec_0017.xhtml
sec_0018.xhtml
sec_0019.xhtml
sec_0020.xhtml
sec_0021.xhtml
sec_0022.xhtml
sec_0023.xhtml
sec_0024.xhtml
sec_0025.xhtml
sec_0026.xhtml
sec_0027.xhtml
sec_0028.xhtml
sec_0029.xhtml
sec_0030.xhtml
sec_0031.xhtml
sec_0032.xhtml
sec_0033.xhtml
sec_0034.xhtml
sec_0035.xhtml
sec_0036.xhtml
sec_0037.xhtml
sec_0038.xhtml
sec_0039.xhtml
sec_0040.xhtml
sec_0041.xhtml
sec_0042.xhtml
sec_0043.xhtml
sec_0044.xhtml
sec_0045.xhtml
sec_0046.xhtml
sec_0047.xhtml
sec_0048.xhtml
sec_0049.xhtml
sec_0050.xhtml
sec_0051.xhtml
sec_0052.xhtml
sec_0053.xhtml
sec_0054.xhtml
sec_0055.xhtml
sec_0056.xhtml
sec_0057.xhtml
sec_0058.xhtml
sec_0059.xhtml
sec_0060.xhtml
sec_0061.xhtml
sec_0062.xhtml
sec_0063.xhtml
sec_0064.xhtml
sec_0065.xhtml
sec_0066.xhtml
sec_0067.xhtml
sec_0068.xhtml
sec_0069.xhtml
sec_0070.xhtml
sec_0071.xhtml
sec_0072.xhtml
sec_0073.xhtml
sec_0074.xhtml
sec_0075.xhtml
sec_0076.xhtml
sec_0077.xhtml
sec_0078.xhtml
sec_0079.xhtml
sec_0080.xhtml
sec_0081.xhtml
sec_0082.xhtml
sec_0083.xhtml
sec_0084.xhtml
sec_0085.xhtml
sec_0086.xhtml
sec_0087.xhtml
sec_0088.xhtml
sec_0089.xhtml
sec_0090.xhtml
sec_0091.xhtml
sec_0092.xhtml
sec_0093.xhtml
sec_0094.xhtml
sec_0095.xhtml
sec_0096.xhtml
sec_0097.xhtml
sec_0098.xhtml
sec_0099.xhtml
sec_0100.xhtml
sec_0101.xhtml
sec_0102.xhtml
sec_0103.xhtml
sec_0104.xhtml
sec_0105.xhtml
sec_0106.xhtml
sec_0107.xhtml
sec_0108.xhtml
sec_0109.xhtml
sec_0110.xhtml
sec_0111.xhtml
sec_0112.xhtml
sec_0113.xhtml
sec_0114.xhtml