Capítulo 33

Nick y Janine se encontraban junto a sus respectivos coches, bajo el resplandor anaranjado de una farola situada al extremo del aparcamiento del pub. Se les veía un tanto incómodos, entre otras razones por el contraste entre el elegante BMW de Janine y el viejo y destartalado cacharro de Nick.

- Gracias -dijo ella-. Ha sido muy agradable.

- Sí -coincidió Nick, quien se preguntó si, en efecto, era verdad.

Aún no estaba seguro del propósito de la cita. No se habían producido discusiones sobre el dinero ni anuncios de embarazos inminentes, gracias a Dios. A primera vista, sólo se trataba de unas cuantas bebidas entre amigos en un ambiente cordial. En todo momento habían esquivado el tema del divorcio. Nick miró a Janine, a quien se la veía menuda y vulnerable bajo la oscuridad. Parecía imposible que la persona que había sido su mujer, su amor, su vida entera fuera la misma que la desconocida que tenía enfrente.

- ¿Y ahora qué hacemos? -preguntó él.

- Veamos cómo van las cosas.

¿Qué se suponía que significaba eso? ¿Por qué las mujeres siempre querían hombres expertos en la lectura avanzada de la mente?

- No he tenido muchas ex esposas -respondió él con tono desenfadado-. No conozco el protocolo que hay que seguir en las despedidas.

Janine adoptó una actitud de recatada coquetería.

- ¿Debería darte un beso amistoso en la mejilla o qué?

- Puedes hacerlo -respondió su ex mujer-, si es que quieres.

Nick se inclinó hacia abajo y le plantó un dubitativo beso en la mejilla. A pesar de que Janine le había pateado el corazón hasta dejárselo como un balón deshinchado, seguía añorando el olor y el tacto de su piel. Resultaba deprimente acostarse solo en una cama individual mientras pensaba en su mujer, acurrucada con su nuevo novio en la confortable cama doble que antes compartieran Nick y ella. ¿Había sido el matrimonio de ambos tan terrible como para que terminaran así? Nick siempre había pensado que el amor era como un río: a veces, apacible como un meandro; otras veces, un torrente furioso, y en ocasiones, durante los periodos de sequía, se vaciaba y desaparecía por completo. Pero el cauce siempre estaba ahí, trazado en el paisaje. Y Nick no había contado con que Janine tratara de borrarlo como si no hubiera existido jamás.

¿Acaso el matrimonio no consistía en jurar que permanecerías junto al cónyuge en lo bueno y en lo malo, y que si las cosas se ponían difíciles no saldrías corriendo a los brazos del primer hombre que agitara su ternera de primera clase ante ti? A Nick le gustaba pensar que si las cosas hubieran sido al contrario y él fuera quien hubiera sido tentado por una aventura amorosa, la habría rechazo. Amaba a Janine demasiado como para portarse de esa manera. Y había confiado en que ella sintiera lo mismo hacia él. Quizá la traición a esa lealtad le dolía más que el hecho físico del adulterio.

Janine levantó la mano, le pasó los dedos por la mejilla y luego le besó en los labios con ternura.

- ¿Sabe Phil que estás aquí? -preguntó Nick.

- No -admitió ella bajando la voz.

- En ese caso, más vale que te marches -le aconsejó-. No vaya a preocuparse.

Janine se giró en dirección a su coche.

- Te llamaré.

- Sí.

Nick observó cómo se subía al asiento del conductor, arrancaba el motor y se adentraba en la oscuridad de la noche. Con un hondo suspiro, se encaminó a su viejo y destartalado cacharro. Jamás, ni en un millón de años, conseguiría entender la mente femenina. Se llevó los dedos a los labios, donde Janine acababa de besarle. Empezaban a aflorar en él sentimientos que trataba de ignorar con todas sus fuerzas. No sabía qué había esperado encontrarse en aquella cita, pero, desde luego, aquello en concreto no lo había previsto.

Me vuelves loca
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