Capítulo 46
Dos largas horas de atasco más tarde, aparco frente a la casa de Sophie. Nick sigue sentado a mi lado. Ha oscurecido por completo y no veo el momento de que acaben estas interminables noches de invierno.
- ¿Estás seguro? -pregunto.
- Claro que sí.
Nos bajamos del coche y caminamos hasta la puerta. Percibo que la tensión en el ambiente va en aumento y eso me desconcierta. Imagino que Nick ni se habrá fijado, pero ahora que baja la mirada hacia el espacio que separa nuestros brazos pienso que tal vez sí ha notado algo.
Llamo con los nudillos a la puerta y espero hasta que Sophie abre, con Charlotte sujeta a la cadera. Eleva las cejas sorprendida.
- ¿Te acuerdas de Nick? -pregunto.
- No mucho -admite ella con cierta timidez-, aunque desde entonces he oído hablar de ti a menudo.
Gracias, Sophie.
- Bueno -digo mientras atravesamos el umbral-, Nick también sabe más cosas de mí. Ha venido a conocer a los niños.
- Estás loco -suelta Sophie con una sonrisa.
Entramos en la casa. No sé a qué se habrá dedicado hoy mi amiga, pero seguro que no tiene que ver con las tareas domésticas. Nos abrimos camino entre una expectante cesta repleta de ropa para planchar y a través de un campo de minas sembrado de juguetes abandonados hasta que, en el salón, encontramos una hilera de niños en el sofá que, hipnotizados, miran los dibujos animados en el televisor.
- Estos dos son míos -explico al tiempo que Connor se baja de un salto del sofá y sale disparado hacia mis piernas.
A pesar de que estamos en pleno invierno, mi hijo nada más lleva puesta una camiseta interior. Siempre he pensado que tiene tendencias nudistas, porque se quita la ropa a la menor oportunidad; aunque tal vez Sophie se haya hartado de que no deje de vomitarse encima.
- Saludad a Nick.
- Hola -dice Poppy mientras se lame un mechón de pelo.
Mi hija se cree demasiado guay como para interesarse por el hombre que acompaña a su madre.
- Nick es mi jefe -le explico.
- Ah.
No hay nada que hacer; sigue siendo imposible impresionarla.
- Hola -dice Nick con tono vacilante.
- ¡Hola! -grita Connor a pleno pulmón.
- Hola -Nick se inclina hasta la altura de Connor y de inmediato es recompensado por el detalle.
- ¡Doggy! -exclama mi hijo, y entrega al recién llegado su peluche harapiento y costroso.
Tengo que decir a favor de Nick que no retrocede espantado, como sería lo normal. Coger a Doggy es como coger una pelota de tenis empapada de babas que ha disfrutado de una prolongada estancia en la boca de un travieso perro labrador.
Ellie se baja furtivamente del sofá y, con el pulgar en la boca, se apoya en mi pierna.
- Hemos comido con el tío Sam.
Nick deja de juguetear con Doggy. Yo clavo la vista en Sophie por encima de las cabezas de los críos. ¿Qué era eso de que los borrachos y los niños siempre dicen la verdad?
- ¿El tío Sam?
Mientras Sophie se encoge de miedo, Nick se dirige a mí moviendo los labios en silencio: «¿Mi Sam?».
- ¿De veras, tesoro? -le digo a Ellie.
- Es simpático. Se mete las patatas fritas por la nariz -nos cuenta.
Con aire resignado, Nick asiente en señal de confirmación: «Sí, mi Sam».
- Mamá y yo tenemos que hablar -hago una seña a Sophie para que suelte a Charlotte y me acompañe a la cocina para un tête à tête-. ¿Nos disculpas un momento, Nick?
Por unos instantes, se deja llevar por el pánico.
- ¿Te importa hacerte cargo de los niños?
- Claro que no -responde con voz temblorosa-, lo haré encantado.
- Poppy, ayuda a Nick a cuidar de los pequeños -decreto.
- Vale -responde mi hija con un tono que, para mi gusto, recuerda en exceso a Vicky, la canguro promiscua.
Saco a Sophie de la cocina a empujones y escucho llorar a Connor, pero me da igual. Nick tendrá que apañárselas. Cierro la puerta a nuestras espaldas.