Capítulo 105

- Cualquier idiota se daría cuenta de que está loco por ti -Sophie me lanza una mirada de desesperación-. Excepto tú, claro está.

Su comentario no hace que me sienta mejor. Estoy en casa de mi mejor amiga contándole por séptima vez, más o menos, los detalles de mi accidentado encuentro con Nick y su parachoques delantero, y me explayo apoyándome en su negativa a mi oferta de volverme a arrojar a sus brazos.

- No quiere que vuelva, Sophie. Lo ha dejado bien claro.

- Le hiciste mucho daño -replica mi amiga, como si yo no me hubiera dado cuenta-. Dale una oportunidad al pobre hombre.

- Quizá no consiga recuperarle nunca, y entonces ¿qué?

- Inténtalo al menos. Acababais de tener un accidente de tráfico y vuestras emociones habían sufrido un giro de ciento ochenta grados. Por eso, lo más probable es que Nick se encontrara conmocionado. ¡Ya sabes cómo son los tíos!

Es cierto que parecía un tanto aturdido y confuso.

- Debo irme -digo yo-. La nevera está vacía y tengo que dar de comer a estos dos.

- Quedaos a cenar -propone Sophie-. Hay espaguetis con salsa boloñesa casera, nada de esos botes de Dolmio, y de postre tarta de limón horneada con mis propias manos.

- ¡Caramba! -exclamo yo-. ¡Vaya si has mejorado, Sophie! Espero que Tom sepa valorar tu esfuerzo.

Mi amiga se encoge de hombros de manera evasiva.

- ¿Qué tal van las cosas? -le pregunto.

- Bien -responde Sophie-. No son una maravilla, pero tampoco un horror. Los milagros no se producen de la noche a la mañana, pero, paso a paso, vamos mejorando.

- Me alegro.

Mi amiga me da un abrazo.

- Ojalá vuelvas con Nick. Si fuera así, pensaría que todo lo demás ha merecido la pena.

- No digas que no lo he intentado.

- Pero a lo mejor digo que no lo has intentado lo suficiente.

Por fin me las arreglo para meter a Poppy y Connor a la fuerza en el coche, que tiene el aspecto de haber sido atacado con un abrelatas por un maniaco demente.

Desde el accidente, mi hija se muere de vergüenza cada vez que la ven a la luz del día en semejante cacharro. La verdad es que no me sorprende. También me debería avergonzar a mí que me vieran al volante. Recuerdo que mis padres tenían un Austin Princess naranja chillón que me resultaba un suplicio. Cuando me sentaba en el asiento del acompañante, me asaltaba el temor de que me reconociera alguna persona, en especial del género masculino. De modo que comprendo a Poppy perfectamente. Yo siempre llevaba un libro que simulaba leer, aunque me mareaba. Poppy se encoge en el asiento delantero y se tapa la cara con la mochila del colegio.

- Mamá, este trasto es un peligro.

- Ni hablar.

Lo cierto es que tiene razón. El faro está sujeto con esa cinta marrón de embalaje que se pega a todas partes y que, como todo el mundo sabe, es un espanto. Ni siquiera sé si está prohibido por el código de la circulación, pero me enfrentaré a ese problema a su debido momento.

- A lo que te refieres es a que, aparte de que está oxidado, le falta un toque de diseño, además de un reproductor de CD, calefacción y aire acondicionado.

Por no hablar de los agujeros originados por la herrumbre, claro está. A pesar de la pretendida preocupación de la niña, sé que le interesa más la estética del vehículo que la seguridad del mismo. Al fin y al cabo es digna hija de su madre. Y es verdad que este armatoste carece de ambas cualidades.

- Sé que el coche de tus sueños haría que tu vida mereciera la pena, pero no nos lo podemos permitir. No creo que el sentido de tu existencia dependa de que la música de Will Young suene a todo volumen por unos altavoces de tecnología punta.

Mi hija no parece convencida.

- Pero, mamá, ahora que trabajas puedes hacer lo que quieras.

Entramos traqueteando en el aparcamiento del supermercado y, mientras me meto en un hueco libre, se me enciende una bombilla en la cabeza. Mi hija tiene razón. No va desencaminada en absoluto. Reparar este montón de chatarra no me va a salir barato. Podría comprarme un coche nuevo; bueno, a lo mejor. En este momento no me lo puedo permitir, pero ¿quién puede? ¿Acaso no se compra todo a plazos hoy en día? Estoy en condiciones de pagar una pequeña entrada y, gracias a mi nómina, me concederían un crédito para las mensualidades. Lo que necesito es una buena oferta -la idea me produce una cálida sensación- y sé exactamente dónde conseguirla.

Noto que una sonrisa me ilumina el semblante. Entonces tiro de Poppy hacia mí y la estrecho entre mis brazos.

- ¿Qué pasa? -espeta ella con tono beligerante.

- Acabo de decidir que voy a invertir en nuestro futuro -respondo.

Lo haré mañana mismo, antes de que las fuerzas me flaqueen.

Me vuelves loca
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