Capítulo 29

Sophie y yo estamos sentadas a la mesa de su cocina y las dos tenemos en las rodillas un niño que se retuerce y al que bamboleamos sin descanso. Sophie acuna a Charlotte con suavidad para inducirla a dormir, mientras que yo imito a un caballo a galope en un vano intento de entretener a Connor, mortalmente aburrido a pesar de mis esfuerzos. El único efecto que surte todo este traqueteo es que estoy sintiendo náuseas por momentos. Aun así, sólo me quedan quince minutos antes de recoger a Poppy en el colegio y averiguar si me sigue odiando o no. Como de costumbre, cualquiera de las opciones es posible.

- Me ha dejado marcharme temprano porque, según él, no tenía buen aspecto -le explico.

- ¿Se ha dado cuenta de que te encontrabas mal? -Sophie pone cara de estupor-. ¿Ha caído en la cuenta de que estabas viva?

- Sí.

- Ese tipo es increíble -se admira Sophie-. En todo caso, es verdad que se te nota hecha polvo.

- A ti también.

Sophie, por algún motivo, esquiva mi mirada.

- ¿Qué tal tu primer día en la oficina? -pregunta.

- Agotador -confieso-. Me he empeñado en impresionar a Nick, para que siga conmigo.

- ¿Aún hablamos de trabajo?

- Quería dar la impresión de que soy dinámica, de que tengo empuje -suelto un resoplido-, pero lo único que he conseguido ha sido mantenerme erguida. No debería haber permitido que me convencieras para salir. Esta noche me voy a acostar temprano. Además, pienso obligar a los niños a que se queden en su cama, a ver si por una vez no tengo que dormir como si estuviera colgada de una repisa.

Sophie se pasa a Charlotte a la otra rodilla. El bamboleo cobra un renovado vigor.

- El asunto parece prometedor.

Niego con la cabeza.

- Es un hombre demasiado bueno para mí -respondo-. Como bien sabes, sólo me relaciono con idiotas, arruinados, mujeriegos y pervertidos. Y Nick no parece nada de eso. En todo caso, creo que sigue ligado emocionalmente a su mujer.

- Ojalá dejaras de leer esos libros de autoayuda de una vez, Anna. Empiezas a decir las mismas cosas.

La paciencia de Connor ante el hecho de que le tenga aferrado a mi regazo empieza a agotarse y tengo que ponerme en marcha.

- ¿Cómo te fue anoche? -pregunto mientras me acabo el té-. ¿El encantador Sam te devolvió a casa relativamente a salvo?

- Bueno, ya sabes lo que pasa -responde Sophie.

Interrumpo bruscamente mis preparativos para marcharme y noto que mis cejas se fruncen en un ceño involuntario.

- Lo sabría si no te anduvieras con tantas reservas.

La puerta principal se cierra de un portazo e instantes después Tom aparece en la cocina y arroja su abrigo sobre la silla más cercana.

- Ah -dice, dirigiéndose a mí-, la otra depravada emerge a la superficie. Confío en que Sophie no te mantuviese despierta toda la noche con sus ronquidos. No los aguanto, hacen que tiemblen las paredes.

Me echo a reír, porque, la verdad, no se me ocurre ninguna otra cosa que hacer. Tom atraviesa la cocina en dirección al salón y caigo en la cuenta de que no ha dirigido la palabra a su mujer, no la ha besado, ni siquiera se ha dado por enterado de su existencia. ¿Acaso todas las relaciones acaban por tener semejante apatía como eje central? La sola idea resulta deprimente.

Sophie me mira avergonzada.

Compruebo que Tom no puede oírnos; de todas formas, bajo el tono de voz:

- ¿No volviste a casa anoche?

Sophie niega con la cabeza.

- ¿En toda la noche?

Mi demente amiga vuelve a negar con la cabeza.

- ¿Estás loca? -creo que la pregunta está de más.

Sophie hace un gesto de asentimiento.

- Y ni siquiera ibas a contármelo -no me lo puedo creer, Sophie me lo cuenta todo. Nunca han existido secretos entre nosotras; al menos eso creía yo-. ¿Qué habría pasado si Connor no hubiera podido ir a Tumble Tots? ¿Y si yo le hubiera traído a tu casa? ¿Por qué no me llamaste para advertirme de que estabas actuando como una auténtica idiota?

- ¡Idiota! -exclama Connor, rompiendo a aplaudir alegremente.

Bajo la voz un poco más:

- ¿Qué le habrías dicho a Tom en ese caso?

Mi amiga levanta a su hija de la rodilla y la sienta en la trona. Se acerca a la nevera y saca un paquete de salchichas baratas que deja caer junto al fogón. La cena de esta noche, claro está. Luego enciende el grill de un manotazo.

- Ha sido un caso aislado -explica Sophie-. Y fue una estupidez, ¿vale?

- ¡No me digas! -exclamo con un susurro.

Sophie se da la vuelta y me clava las pupilas.

- Sí te digo -replica-. Y no quiero que la cosa vaya a más.

- ¿Piensas volver a verle? -percibo que mi amiga mantiene una lucha interior. Se agarra a la encimera con tanta fuerza que los nudillos se le ponen transparentes, y tiene en tensión los músculos de la espalda. Es cierto que no apruebo lo que ha hecho, pero tampoco me gusta verla sufrir-. Sophie…

- No -salta ella-. Desde luego que no.

- Bien -respondo con suavidad-. Me alegro.

Sophie se gira hacia mí con expresión desolada.

- Anna -susurra-, de acuerdo con que ha sido un riesgo terrible, pero lo de anoche fue maravilloso…

La voz de Tom llega desde el salón.

- ¿A qué hora cenamos, Sophie?

Sophie y yo damos un respingo al mismo tiempo.

- … Y en esta casa no me pasa muy a menudo -concluye.

Me vuelves loca
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