Capítulo 39

Anna se había quitado la chaqueta del elegante conjunto rojo y Nick pensó que la fina blusa negra que llevaba debajo era la prenda más sensual que jamás se había visto en aquella oficina. Llevaba toda la mañana esforzándose en dejar de mirarla, pues no era la conducta más adecuada para un hombre que podría estar a punto de abandonar la soltería por segunda vez. Pero es que la blusa era provocativa a más no poder. Había que estar ciego, y no sólo casado, para no darse cuenta.

Su ayudante ejecutiva, entre otros títulos que el puesto acarreaba, había dejado de archivar los documentos alegando que resultaba demasiado aburrido -lo cual era una lástima, pues los papeles seguían esparcidos por el suelo- y se había pasado al ordenador, ante el que aporreaba una torturada tecla detrás de otra con lentitud exasperante. Nick no pudo evitar una sonrisa. Lo que a Anna le faltaba en cuanto a conocimientos de secretaria lo compensaba con su empeño y determinación, y el hecho de que fuera una mujer deliciosa no mermaba en modo alguno sus talentos. Anna se pasó la lengua por los labios en señal de concentración al tiempo que clavaba la vista en la Pantalla, y semejante actitud provocaba una serie de alteraciones en su anatomía que para Nick resultaban una tortura. Concluyó que, como había regresado a su dormitorio de adolescente, sus hormonas también habían vuelto a esa fase de la vida. Pudiera ser que Sam le llevara otra vez al CINCUENTA POR CIENTO, donde encontraría a una divorciada con cara de perro deseosa de que alguien se la llevara a la cama. Pero claro, no estaba bien pensar en esas cosas ahora que iba a volver con Janine.

Cierto era que aquella mañana había sentido más deseos de acudir a la oficina que desde hacía meses, acaso años. Había tenido tanta prisa por llegar a tiempo a trabajar que se había zampado su desayuno de huevos con beicon a toda velocidad, lo que había traído consigo otra amonestación por parte de su madre. Mónica era partidaria de mezclar en un mismo plato la dieta del doctor Atkins con algo que podía calificarse como «carrusel de carbohidratos». La montaña de comida yacía en su estómago pesadamente.

Se las había arreglado para regresar a casa tras su encuentro con Janine sin que su madre se diera cuenta, lo que rayaba en el milagro, ya que no se le pasaba una. Sin embargo, durante el desayuno Mónica le había estado lanzando miradas de reojo. Menos mal que se había sujetado la lengua y no le había interrogado sobre su supuesta cita con la luchadora de barro. Se habría encontrado con una respuesta peor de la que esperaba.

Nick consultó su reloj.

- Tenemos que marcharnos -anunció-. El señor Hashimoto es un fanático de la puntualidad y quiero darle una buena impresión.

Anna abandonó el ordenador.

- En Japón son muy quisquillosos con los buenos modales, ¿no es verdad? -Anna lanzó a Nick una mirada nerviosa-. ¿Seguro que no te importa que te acompañe?

- No, nada de eso -le aseguró él-. Será genial.

Anna se levantó, se alisó la falda y, a Dios gracias, volvió a ponerse la chaqueta. Si su ayudante permanecía completamente vestida, quizá él sería capaz de concentrarse en la reunión de trabajo. Anna se abrió camino a través de los montones de papeles esparcidos por el suelo.

- ¿Crees que podríamos continuar mañana con la organización de los papeles? -preguntó Nick.

- Quizá -respondió Anna con cierta displicencia-. Estoy priorizando. He pensado que mi primera misión va a consistir en elaborar la declaración de objetivos de la empresa.

- ¿Y si el primero de esos objetivos fuera devolver los documentos a sus ficheros correspondientes?

Anna le agarró por el brazo y le condujo hacia la puerta.

- Te preocupas demasiado.

Nick agarró su maletín al pasar.

- ¿Necesitas hacer pis antes de que nos marchemos? -preguntó Anna.

Nick parpadeó en un intento por ocultar su sorpresa. El rostro de su ayudante adquirió un atractivo tono remolacha.

- ¿Pis?

- Puede que el camino sea largo -repuso Anna con la voz quebrada.

- Sí, es largo -respondió Nick-. Vamos a Londres. Hemos quedado en Nobu, el restaurante preferido del señor Hashimoto.

Anna se mostró horrorizada.

- Sabía que íbamos a un sitio elegante, pero no tanto. ¿Seguro que voy bien arreglada?

- Para mí, estás muy bien -dijo él aclarándose la voz-. Perfecta, diría yo.

- Gracias.

En el exterior les esperaba el coche de Nick. Anna lanzó una única mirada al destartalado vehículo y volvió la vista hacia su jefe.

- Llevaremos el mío -decidió-. Está en unas condiciones ligeramente mejores.

- Podríamos coger uno de ésos -Nick hizo un gesto en dirección a las hileras de automóviles usados.

- No tenemos tiempo de quitar todas esas pegatinas.

- De acuerdo; pero mañana compraré unas ruedas mejores, te lo prometo.

- Tienes que pensar en tu imagen -le amonestó Anna-. Deberías conducir un coche como es debido.

- Tienes razón -ahora era el nuevo Nick, experto en negocios, pero siempre se le olvidaba-. También tú deberías mejorar de coche. Allí hay un pequeño Corsa que puedes utilizar.

- ¿Un coche nuevo? -sintió que le iba a dar un infarto.

- ¿Te gustaría?

- Estaría en deuda contigo eternamente.

- Decidido -concluyó Nick-. Corre bien. Es de fiar. También tenemos que pensar en tu imagen. Mañana lo organizamos todo.

- Mañana -repitió Anna con un aturdido gesto de aprobación con la cabeza antes de consultar su reloj- Más vale que nos pongamos en marcha.

- ¿Sabes? -dijo Nick-. Creo que voy a hacer un pis, después de todo.

- Buena idea -aprobó ella-. Y yo voy a calentar el motor del montón de chatarra.

Me vuelves loca
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