Capítulo 27
El taxi tardó una eternidad en llegar al apartamento de Sam. Pero claro, en estos tiempos que corren, los niños se niegan a recorrer a pie una distancia superior a cien metros, de modo que los taxis de la zona están contratados de antemano para recorridos escolares. Sophie había llamado a Anna a su casa, pero debía de haberse marchado a trabajar y su móvil no estaba disponible. Aunque, la verdad, no sabía qué iba a contarle. En cualquier caso, ése era el menor de sus problemas. Antes de nada, tenía que enfrentarse a Tom.
Tras un trayecto angustioso, el vehículo se detuvo ante su casa. A toda prisa, Sophie pagó al conductor y luego se bajó del coche con ademán cauteloso. Objeto de atención a causa del extravagante atuendo de la noche anterior, se preparó para afrontar las consecuencias. Esquivó el cochecito de muñecas de Ellie, que se había quedado en el jardín, y subió corriendo hasta la entrada. Cuando estaba intentando meter la llave en la cerradura, la puerta se abrió. Allí estaba Tom, con aspecto indignado.
- ¡Gracias a Dios! -explotó-. ¡Has vuelto!
- Tom -empezó a decir ella-, puedo explicarte…
- No me lo digas -Tom levantó la mano-. Te emborrachaste y caíste inconsciente en casa de Anna.
- Yo… -Sophie se interrumpió en seco, boquiabierta-. Sí.
- Las niñas no han desayunado aún -protestó Tom-. Y llego tarde. Me voy. Hasta luego.
Dicho esto, pasó corriendo junto a su mujer y se subió de un salto a su coche de la empresa.
Sophie se quedó observando cómo salía embalado calle abajo sin saber si debería sentirse aliviada o decepcionada por el hecho de que a su marido no le interesase demasiado saber dónde había pasado la noche. ¿O acaso debería sentirse aún más culpable por la confianza que depositaba en ella? A lo mejor sólo se trataba de que Tom era incapaz de imaginar que otro hombre la encontrase atractiva. ¿Por qué la vida y el amor tenían que ser tan complicados? Si Sophie se hubiera mantenido en sus trece y se hubiera metido a monja, tal como era su intención a los once años, nada de esto habría llegado a suceder. Se frotó la cara.
Ellie se acercó a la puerta. Llevaba puesto su tutu de ballet y sus alas de hada. Su cabello enmarañado recordaba al de una bruja loca.
- Mamá -gimoteó-, me muero de hambre.
Sophie también se moría de hambre; pero no de comida, sino de cariño y comprensión.