Capítulo 11

El dormitorio de Nick no había cambiado desde que él tenía catorce años, y se preguntó si alguna vez sería capaz de encontrarse satisfecho sobre el particular. Cuando todos sus compañeros escuchaban a Deep Purple y pintaban de negro sus habitaciones, la de Nick seguía decorada con dibujos de aviones y contenía una librería de lo más cursi cuya parte posterior, eso sí, le servía para esconder revistas pornográficas. Su osito de peluche, Georgie Best, seguía ahí plantado como siempre, sonriendo amablemente, con las patas extendidas entre la sobrecarga de libros de la balda superior.

Ahora que había vuelto a casa, su cuarto le ponía los pelos de punta, como si se tratara de una especie de altar dedicado a todo lo que Nick aborrecía. Unos cuantos pósters de fútbol manoseados ocultaban los biplanos del papel pintado, y le vino a la memoria lo furiosa que se había puesto su madre cuando él los colocó en la pared con plastilina adhesiva. Nick exhaló un suspiro para sus adentros. Aquellas sublevaciones de la infancia siempre habían ocurrido a pequeña escala, igual que en la actualidad.

Bajó la vista para mirarse. Por razones que sólo su madre comprendía, llevaba puesto un pijama de su padre. El hecho de haber visto a su hijo envuelto en una simple toalla camino del cuarto de baño había supuesto un asalto excesivo a la sensibilidad de Mónica. Tal vez le recordó con excesiva crudeza que ya no era su niño pequeño. En un gesto de desafío, Nick se quitó la parte de arriba del pijama y la arrojó al suelo. Tenía que marcharse de aquella casa lo antes posible, antes de que su madre consiguiera sobreprotegerle hasta el punto de anular cualquier intento por parte de Nick de funcionar en el mundo real como cualquier adulto independiente. Alguien llamó a la puerta con suavidad. Nick soltó un gruñido silencioso.

Su madre asomó la cabeza por la puerta.

- ¿Estás durmiendo?

- Sí -respondió Nick.

- Soy yo.

- Ah, creía que Meg Ryan venía a violarme.

Su madre le apartó los pies a un lado y se sentó en el extremo de la estrecha cama individual.

- A veces hablas igual que tu padre. ¿Te apetece una taza de chocolate caliente?

Nick se incorporó en la cama y su madre le pasó el tazón al tiempo que clavaba las pupilas en la parte superior del pijama, tirada en el suelo, y evitaba mirar el torso desnudo de su hijo. Ante esta pequeña victoria, Nick esbozó una sonrisa.

- Gracias, mamá.

- Estuviste muy bien en el baile. Todos comentaron que te movías con mucha soltura.

Mónica le dio unas palmadas en la pierna, oculta bajo la ropa de cama. En la casa de los Diamond no existían las fundas nórdicas, y Nick volvía a encontrarse con sábanas y mantas «como Dios manda». Los edredones resultaban demasiado escandinavos para el gusto de su madre. Nick añoraba su propia cama, con sus mullidas capas de plumón de ganso. Y también añoraba, más de lo que nadie podía imaginar, la manera en la que Janine se introducía a su lado, arqueaba el cuerpo fresco y terso y lo apretaba contra el suyo.

- Has salido a tu madre.

- Qué bien.

Mónica estiró la mano y le acarició el cabello.

- Me preocupo por ti.

- No tienes por qué.

- La hija de la señora Bather va a divorciarse.

Nick fingió un bostezo.

- Ah, ¿sí?

- A lo mejor te apetecería llamarla por teléfono.

- No lo creo.

- Tienes que empezar a salir otra vez, ya lo sabes.

Nick se colocó los brazos detrás de la cabeza.

- Ya fui a practicar baile country contigo.

- Y pasamos un rato estupendo -añadió Mónica-, pero sabes muy bien que no me refiero a eso.

- Bueno -repuso Nick con tono triunfal-, pues te encantará enterarte de que mañana por la noche voy a salir con Sam. A una discoteca que se llama Nenas Calientes, o algo parecido.

- Vaya -su madre parecía horrorizada-. ¿Volverás tarde a casa?

- Si juego bien mis cartas, puede que no vuelva -Nick hizo un guiño con tintes lujuriosos.

Su madre le quitó el tazón de chocolate de un manotazo.

- En ese caso, más vale que duermas bien para encontrarte en forma mañana.

A paso de marcha, se dirigió hacia la puerta de la habitación y dedicó una sonrisa al osito sentado en la librería.

- Que sueñes con los angelitos, Georgie Best.

A continuación cerró la puerta con firmeza. Nick volvió la vista a la mullida criatura, el oso de peluche más inocente que imaginarse pueda, y preguntó:

- ¿Cómo puedo quedarme en esta casa y no asesinarla?

Pero claro, el animal, que debía de haber sido sobornado por la madre de su dueño, permaneció mudo. Nick se acomodó en la cama.

- Que sueñes con los angelitos, Georgie Best.

Antes de cerrar los ojos, Nick recogió uno de sus zapatos y se lo lanzó al peluche, que cayó en picado desde su estante. A continuación se dispuso a conciliar el sueño mientras soltaba por lo bajo una risita diabólica.

Me vuelves loca
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