Capítulo 76

Nick se encontraba en el vestíbulo de la casa que él y Janine habían compartido. Una vez más tenía la maleta a los pies. Sólo que en esta ocasión no se había quedado el tiempo suficiente para desempaquetar sus objetos de aseo o reclamar el espacio que le correspondía en el armario del cuarto de baño.

- No puedo soportar esta situación -dijo Janine mientras agarraba a Nick del brazo. Su rostro mostraba un tinte grisáceo a causa de la ansiedad-. Pareces el oso Paddington.

- Estaré bien -dijo Nick-. ¿Y tú?

- No te preocupes por mí.

- Llama a Phil -sugirió Nick-. Haz las paces con él. Me sentiría mejor.

- Tal vez lo haga -respondió su mujer-, pero puede ser que él tampoco quiera volver conmigo -una lágrima solitaria le rodó por la mejilla y Nick se la limpió con el pulgar-. A la hora de cuidar a los hombres con los que me relaciono, no soy precisamente la primera de la clase.

A pesar de que Nick no le guardaba rencor, tampoco podía refutar el comentario.

- No hace falta que le cuentes que he estado aquí. Dile sólo que has cambiado de opinión en el último momento. Que cometiste un error.

- Creo que el primer error lo cometí contigo, cuando te dejé marchar -respondió Janine con voz llorosa.

- Bueno -dijo Nick-, nadie es perfecto. Todos cometemos estupideces.

- La mayor estupidez de todas fue permitir que mi matrimonio se fuera al traste.

La confianza en que serían capaces de solucionar sus problemas en un abrir y cerrar de ojos también había sido una estupidez destacable.

Janine se secó los ojos con un dedo.

- Más vale que te vayas -dijo con voz temblorosa-. Si no, podría tratar de impedírtelo.

Nick se dio la vuelta para marcharse, pero Janine le sujetó y se abrazaron con fuerza.

- ¿Cómo hemos podido destrozar nuestro matrimonio de esta manera? -preguntó ella sollozando sobre su hombro.

- No lo hemos hecho a propósito -respondió Nick-. Supongo que ha ido ocurriendo poco a poco, sin que nos diéramos cuenta. Son cosas que pasan.

«Sí, pasan cuando haces la vista gorda. Cuando no estás atento y bajas la guardia. Cuando das por sentado tu matrimonio.»

- Estuvimos muy enamorados, ¿verdad?

Nick la besó tiernamente y, cogiéndole los brazos, la apartó hacia atrás.

- Sí, es verdad.

- ¿Seguiremos siendo amigos?

- Pues claro -repuso Nick-. De otro modo, sería como desperdiciar el tiempo que hemos pasado juntos.

- Confío en que te vaya bien con Anna -dijo Janine con la voz entrecortada-. Tiene suerte de que la ames: eres una buena persona.

«Una buena persona», pensó él. Ya estábamos con el maldito calificativo. Nick emprendió la marcha sin volver la vista atrás para comprobar si Janine seguía junto a la puerta. «Buena persona.» Abrió el maletero del coche y lanzó el equipaje al interior. Esperaba de todo corazón que Anna le considerara algo más que una buena persona.

Nick había decidido volver con sus padres, pero pasaría primero por casa de Anna. Tenía ganas de verla. Se moría por estar con ella y hablarle de sus sentimientos antes de que el valor le flaquease. Fue recorriendo las serpenteantes callejuelas de la urbanización. El coche traqueteaba una y otra vez contra los badenes puestos para reducir la velocidad, hasta que por fin reconoció la calle. Se metió en ella y trató de recordar la casa que había visto por fuera la noche que llevó a Anna en taxi desde la discoteca para solteros y divorciados. Nick fue reduciendo la marcha a medida que se acercaba. Tenía que ser aquélla, porque el coche de Anna estaba aparcado enfrente. No hacía falta ser un lince para llegar a esa conclusión.

Se detuvo al otro lado de la calle y observó que había un segundo coche aparcado. «¡Vaya!» Debía de tener visita. Todas las luces estaban encendidas y de las ventanas emanaba una acogedora sensación de vida hogareña. Hubiera dado cualquier cosa por poder pasar un rato de vida hogareña en compañía de Anna. Nick trató de sobreponerse a la decepción. Quizá no era el momento adecuado para hablar con ella, dado que él aún se encontraba emocionalmente magullado. Debería consultarlo con la almohada y decidir la manera en la que se lo iba a decir. Ya que iba a declararle su amor eterno, más le valdría hacerlo como es debido.

Nick puso en marcha el coche. Tal vez debería acercarse a ver a Sam y comprobar si su amigo había sobrevivido a la jornada. Luego consultó la hora. No, tenía que ir a Desford Avenue. Sus padres estarían preparando la cena y debían enterarse lo antes posible de que su huésped regresaba. Además, necesitaba los mimos de su madre. Giró el volante y partió hacia su casa.

Cuando su madre abrió la puerta, tenía las manos llenas de harina, así como la punta de la nariz. Incluso cocinando, Mónica siempre llevaba puesto su collar de perlas. Nick pensó que no podía haberse mostrado más sorprendida, acaso aliviada.

- Saca la tarta de melaza -dijo él-, el hijo pródigo ha vuelto a casa.

A pesar de las manos enharinadas, su madre le abrazó y le mandó pasar.

- Estás herido.

Nick se palpó la nariz inflamada.

- ¿Te ha atacado Phil, el carnicero?

- No -respondió Nick-. Ha sido el marido de otra mujer.

Su madre adquirió una expresión de sobresalto.

- ¡No será el de la luchadora de barro!

- Me temo que sí.

- No voy a preguntar qué ha ocurrido -dijo Mónica-, pero, por lo que veo, Janine y tú vais a divorciaros después de todo.

Nick asintió con tristeza.

- No ha funcionado.

- Por lo menos lo has intentado.

Sin embargo, Nick pensaba que siempre se preguntaría si se había esforzado lo suficiente. Su madre volvió a abrazarle.

- ¡Roger! ¡Roger! -llamó en voz alta.

El padre de Nick se encontraba en el salón viendo un programa de jardinería. El tipo de la pantalla excavaba en unos parterres al tiempo que disertaba sobre las virtudes de los tubérculos comestibles. Roger apartó la vista del televisor.

- Abre el jerez -ordenó su mujer-, Nick ha vuelto a casa.

Mónica cogió la maleta que su hijo sujetaba y le ayudó a quitarse el abrigo.

- Esta noche tenemos pastel de manzana caliente -anunció ella alargando las manos, ya limpias de la harina, que había traspasado al abrigo de Nick-. Tu postre preferido.

Nick no estaba seguro de que el pastel de manzana caliente fuera su postre preferido, pero no se encontraba de humor para discutir, así que se dejó agasajar, sucumbiendo por voluntad propia a las excesivas atenciones por parte de su madre.

Su padre, siguiendo órdenes, apareció con el jerez y tres copas.

- No te vendrá mal una copita -dijo su madre mientras le guiaba hacia la cocina, en cuyo cálido ambiente flotaba el aroma a hojaldre recién horneado.

- Es verdad -respondió Nick.

Si pudiera, se bebería la botella entera en un santiamén.

Me vuelves loca
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