Capítulo 24
Estoy sentada tras el escritorio de Nick y quien me viera se percataría al instante de que sufro una resaca monumental.
- ¿Más café? -pregunta él.
Hago un gesto de afirmación con la cabeza. Aunque me encuentro a morir, podría enamorarme seriamente de este hombre. Tiene la paciencia de un santo, además de un toque maestro con el hervidor de agua que no había visto desde hacía una eternidad.
Me entrega otra taza de intensa y estimulante cafeína.
- Por lo que veo, tendré que aumentar el presupuesto destinado a bebidas calientes.
- No voy a tomarme esto como una costumbre -prometo yo, tratando de pasar por alto el viento que se cuela a través de los huecos de las ventanas y me azota los tobillos. Daría cualquier cosa por llevar vaqueros, calcetines gruesos y zapatillas de deporte en vez de mi traje elegante, medias lamentablemente finas y zapatos de tacón de aguja-. Lo de anoche fue un caso aislado, te lo aseguro. He llegado a la conclusión de que, a mi edad, la mezcla de minifalda y alcohol no resulta conveniente.
- Lástima -mi nuevo jefe me sonríe por encima de su taza de café-. Tienes mucha gracia cuando empinas el codo.
Examino los montones de papeles que se alzan frente a mí y me esfuerzo en mantener la cabeza quieta mientras desplazo los ojos. Me temo que hoy el movimiento va a tener que restringirse al mínimo imprescindible.
- No parece un gran comienzo de mis medidas de choque para sacar a flote tu imperio económico.
Nick se encoge de hombros y se acomoda en la silla de jardín, al otro lado del escritorio.
- Estos asuntos llevan su tiempo. Por el momento, sigue sentada y empápate del ambiente.
Mi jefe y yo paseamos la vista por las paredes salpicadas de moho.
- Tenemos que hablar de mis funciones.
Me llevo una mano a la cabeza, más que nada para que ésta no se preocupe, en el sentido de que no voy a someterla a nada peor.
- Ah, ¿sí?
- Verás -digo yo-, la verdad es que no me veo de secretaria.
- ¿Acaso porque careces por completo de técnicas de secretariado? -bromea Nick.
- Entre otras cosas.
- Y dime, ¿qué quieres ser? -pregunta él-. ¿Directora gerente? ¿Jefa ejecutiva? ¿Vicepresidenta de sujetapapeles?
- Me veo más como ayudante ejecutiva -respondo yo-. Y asesora comercial.
Aún debo de estar borracha.
- Ah, perfecto.
- Puedo ayudarte a poner el negocio en forma -le aseguro-. De veras, estoy convencida.
A través de la ventana, contemplo los coches azotados por el viento y adivino un enorme potencial. Como la mayoría de los negocios dirigidos por hombres, éste carece por completo del toque femenino.
- Tienes que avanzar hacia el futuro.
- ¿Y no es eso lo que hacemos a diario sin necesidad de ayuda? -pregunta él.
- Elaboraré estrategias y declaraciones de objetivos -declaro yo, sin añadir que hoy probablemente no sea el momento.
Nick se muestra un tanto alarmado:
- No sé mis viejos armatostes y yo estaremos preparados para semejantes enfoques.
- Confía en mí -me acabo el café de un trago al tiempo que noto un escalofrío-. Será pan comido.
Cuando le entrego mi taza para que la rellene, la puerta de la oficina se abre de improviso. Una mujer joven y de físico atractivo, ataviada de pies a cabeza con ropa deportiva de Juicy Couture, se encuentra en el umbral y resopla, falta de aliento. Lleva encajados en las orejas los auriculares de un CD portátil y Nick se muestra tan desconcertado que sólo puede tratarse de una persona.
- ¿Puedo ayudarle? -pregunto con tono jovial mientras Nick sigue de pie, paralizado, aferrado a las tazas vacías.
La recién llegada gira bruscamente la cabeza para mirarme. Ahora le toca a ella quedarse desconcertada.
- Hola, Janine -dice Nick tras una incómoda pausa-. ¿Qué haces aquí?
- Estoy entrenando -responde Janine-. Voy a participar en la maratón de Londres.
- ¿Otra vez? -pregunta él.
- Otra vez -replica ella con sequedad-. Me faltan unos kilómetros y tengo que practicar.
No puede evitar que los ojos se le vayan en mi dirección y, francamente, a mí no me engaña. Hay decenas de parques y lagos que Janine podría haber elegido para una agradable sesión de entrenamiento. En pleno centro de Milton Keynes tenemos doscientos cincuenta kilómetros de pistas de ciclismo y atletismo que atraviesan la zona de bosque y prados, y Janine no tiene la menor necesidad de arriesgarse al envenenamiento por dióxido de carbono recorriendo las aceras que rodean la tienda de vehículos usados de Nick. Además, está lloviendo. ¿Cuándo se ha visto que alguien que viste un chándal de Juicy Couture practique deporte bajo la lluvia? Nunca. Mi opinión se ve respaldada por el hecho de que Janine está seca de la cabeza a los pies. Estoy habituada al fraude a gran escala, por lo que detecto los indicios reveladores a mil metros de distancia. Sin embargo, no parece que a Nick le suceda lo mismo.
- Se me ha ocurrido acercarme a saludarte.
- ¿Por qué? -pregunta él.
Se me escapa una sonrisa, de modo que entierro la cabeza en una pila de papeles y finjo estar ocupada mientras me esfuerzo en concentrar la mirada. Mis oídos no tienen problemas a la hora de concentrarse, claro está, incluso cuando Janine baja el tono de voz.
- Sigo siendo tu mujer -sisea ella.
- Sólo te quedan unas semanas -puntualiza Nick en tono afable-. He firmado los papeles del divorcio.
- Nick -dice Janine con tirantez-, estoy tratando de ser considerada en lo referente a este asunto.
- Yo también -una expresión de perplejidad se ha asentado en la frente de Nick.
Janine me lanza una mirada mordaz, dando a entender que no quiere hablar del tema mientras haya otra persona presente. Sobre todo una persona a la que desconoce.
Nick sigue la mirada de sus ojos.
- ¡Ah! -dice-. Te presento a Anna, Anna Terry.
Me pongo de pie y me coloco junto a Nick, presentando así un frente consolidado. No sé por qué actúo de esta manera, pero la sola presencia de Janine me irrita hasta límites insospechados. Y creo que no me equivoco al pensar que el sentimiento es mutuo.
Janine es hermosa. Su melena corta y oscura se mueve de forma seductora y su figura es tan buena que muchas mujeres desearían apuñalarla; yo no soy una excepción. Pero se percibe que es antipática. Además, alrededor de la boca tiene pequeñas arrugas verticales, aunque creo que es más joven que yo, un vejestorio con dos hijos agotadores. Por mucho que lo intento, no me la imagino formando pareja con Nick. No se lo merece ni por casualidad.
Alargo la mano y Janine, a regañadientes, la estrecha. Seca como la mojama.
- Soy la ayudante ejecutiva y asesora comercial de Nick.
- Mi… ayudante ejecutiva -corea Nick con cierta vacilación, y me lanza una mirada de desconcierto.
- Y asesora comercial -apunto.
- Y asesora comercial.
Nick y yo sonreímos alegremente. Janine, sin embargo, parece muy disgustada.
- ¿Desde cuándo? -pregunta.
- Eh… -dice mi jefe.
- Desde hace siglos -la informo-. Vamos a ampliar el negocio a escala internacional.
- Vaya -dice Janine-, eso es estupendo. Estupendo, claro que sí -no da la impresión de que le parezca estupendo en absoluto-. Me alegro.
- ¿Podemos ayudarte en cualquier otra cosa?
He adoptado mi expresión más agradable y servicial, pero conseguir que mis rasgos faciales me obedezcan me supone un esfuerzo monumental, ya que aún se encuentran en ese estado de desgana que es consecuencia del alcohol.
- Eh… no -responde Janine-. No -vuelve la vista hacia Nick en busca de alguna aportación, pero el pobre permanece impertérrito. O puede que anoche también bebiera demasiado-. Bueno, tengo que marcharme. Me quedan unas cuantas aceras por recorrer.
- Claro -responde Nick-. Me alegro de verte.
Da la impresión de que Janine está a punto de decir algo, pero se lo piensa mejor. Me lanza una mirada gélida con la que expresa que yo podré haber ganado una batalla, pero que, sin lugar a dudas, esto es una guerra. Y yo me pregunto por qué una mujer que acaba de abandonar a su marido por otro hombre ha de mostrarse tan malévola con alguien a quien claramente considera una rival, aunque estoy en condiciones de afirmar que no lo soy.
- Llama de vez en cuando -dice Janine a Nick.
- Sí. Tú también.
Sin despedirse de mí, se da media vuelta y se marcha.
Atrincherada tras las cortinas con agujeros, observo cómo sale corriendo a través del patio de exposición y esquiva los charcos con la pericia de un experto. Luego, veo que mira hacia atrás en dirección a la oficina y, a hurtadillas, se sube al volante de un BMW aparcado un poco más abajo de la calle. En mi fuero interno esbozo la sonrisa propia de los intuitivos terminales. Así también practico deporte yo.
- Bueno… -me quedo mirando a Nick con gesto pensativo.
De pronto se pone triste y se me parte el corazón.
- Ojalá fueras mi abogada -comenta en voz baja.
- Así que ésa es la mujer que desconoce las estrías.
- Humm -Nick asiente con la cabeza.
- ¿Viene a saludarte con frecuencia?
- Nunca -Nick se frota la barbilla, y en su rostro se perciben señales de confusión-. Es la primera vez, te lo aseguro.
- Quiere que vuelvas -afirmo yo.
- No digas tonterías -Nick se echa a reír ante la mera sugerencia.
- Hablo en serio. Las mujeres entendemos de estos asuntos -trato de poner en la voz una nota de sabiduría; pero el efecto se echa a perder, pues me sale una especie de graznido seco. No voy a contarle que la he visto subirse al coche y que todo eso del entrenamiento es una patraña-. Puede que el machete del carnicero esté perdiendo su atractivo.
- Ya me han hecho esa broma -suspira Nick-, además de toda clase de chistes en los que aparecen salchichas.
- Entiendo -digo yo.
De todas maneras, sé que tengo razón. Doña «Pezón de Corredora» parecía demasiado molesta como para ser una observadora imparcial. ¿Por qué si no habría trasladado su atractivo culo hasta la oficina de Nick sin motivo alguno?
- ¿Pongo a calentar más agua?
- Ya me encargo yo -responde mi jefe, siempre tan encantador-. Estás más blanca que una sábana.
Vuelvo a sentarme tras el escritorio y resisto la tentación de tumbarme sobre él y quedarme dormida. Mis dos hijos se metieron en mi cama cuando por fin conseguí acostarme y, como consecuencia, después de que se hubieran alzado con la victoria, acabé durmiendo en unos cinco milímetros de colchón.
Nick vuelve a hacer maravillas con un bote de Nescafé.
- Perdona por no haberte invitado anoche a entrar en mi casa -mascullo-. Es que no me parecía… oportuno.
- No -coincide Nick-. Tienes razón.
Da la impresión de que le hubiera apetecido la invitación a café, lo que me pone un tanto nerviosa, ya que a mí también me hubiera gustado que hubiera entrado.
- De todas formas, estamos recuperando el tiempo perdido -añade mientras se afana con las tazas-. En fin -dice girando la cabeza-, de modo que vamos a ampliar el negocio a escala internacional, ¿eh?
Le dirijo una sonrisa.
- A su debido tiempo.
- Pues da la casualidad de que mañana tengo una reunión importante con un empresario japonés -comenta Nick-. Vamos a hablar sobre un futuro concesionario de vehículos. A pesar del aspecto desastrado del negocio, es verdad que tengo grandes planes de expansión.
- Creo que debo acompañarte.
- Me temía que ibas a decir eso.
Nick se aproxima a mí, concentrando la atención para no derramar el líquido, aunque bien sabe Dios que las manchas de café no conseguirían empeorar el estado de la moqueta. Observo cómo frunce la frente con ahínco y saca la punta de la lengua por la comisura de la boca a medida que se acerca al escritorio. Es un hombre tan agradable que me hace sentir cosas extrañas por dentro, y no es ésa mi intención, en absoluto. Lo que quiero es desempeñar un trabajo serio y formal, y no enamorarme como una adolescente de mi jefe, como si fuera mi propia hija o Stephanie Fisher. Nick me entrega la taza y, en contra de mis intenciones, le planto un fugaz beso en la mejilla.
Por segunda vez en el día de hoy Nick se muestra desconcertado, lo que no me extraña nada. Yo misma estoy un tanto sorprendida.
- Entonces, ¿me acompañas? -pregunta Nick.
- Ya lo verás -respondo-, seré tu mejor baza.