Capítulo 68

Nick aparcó su viejo y abollado coche frente al apartamento de Sam. Se bajó de un salto y al cerrar de un portazo observó con consternación que un tapacubos se desprendía. Tras recogerlo del suelo y encajarlo en su sitio, se juró que iba a conseguir unas ruedas nuevas en cuanto volviera a la tienda. Atravesó a toda prisa la calle azotada por la lluvia y llegó a la puerta del edificio, donde pulsó el timbre del portero automático.

- Hola -la voz incorpórea de Sam se escuchó entre interferencias.

- Soy yo, colega -dijo Nick-. Estoy empapado, así que date prisa.

Sonó un chasquido y la puerta se abrió. Nick la empujó y, tiritando, subió las escaleras a paso lento. Qué día tan horroroso para salir a hacer una buena obra, cuando podría estar tan a gusto en la oficina con Anna, disfrutando de un café caliente y galletas de chocolate.

Como le había ocurrido a Sophie, Nick no reparó en que todos sus movimientos estaban siendo vigilados por el hombre que se encontraba al otro lado de la calle, desplomado sobre el volante de su automóvil.

Mientras Nick se aproximaba al apartamento de Sam, su amigo abrió la puerta. Tenía el pelo alborotado y llevaba la bata puesta.

- ¿Qué haces aquí? -preguntó Sam con brusquedad, lo que a Nick le pareció un tanto grosero.

- Los de tu oficina me han dicho que estabas enfermo -explicó Nick-, y no contestas los mensajes de tu maldito contestador. Pensaba que te habrías desmayado en el suelo y estabas rodeado de un charco de vómito.

- ¡Qué pensamiento más agradable!

- Tienes buen aspecto -comentó Nick, mirando a su amigo de arriba abajo-. ¿Qué te pasa?

- Nada -respondió Sam-. He decidido pasar el día entre las sábanas -guiñó un ojo y giró la cabeza en dirección al dormitorio.

De pronto a Nick se le encendió la bombilla.

- ¡Vaya! -resopló-. Por eso me tienes aquí de pie, en el vestíbulo.

- Sí.

- Esto empieza a complicarse demasiado para mí -Nick sacudió la cabeza-. En efecto, tienes que estar enfermo; o loco, más bien.

- La amo -declaró Sam sin rodeos-. Y ella me ama.

Nick levantó una mano.

- No quiero tener nada que ver en este asunto, colega.

- Entonces, ¿por qué has venido?

- Mira -dijo Nick-, Anna ha estado tratando de localizar a Sophie. Cree que su marido sospecha algo.

- Hazme caso -repuso Sam con altanería-, no tiene la menor idea.

- Bueno, según mi experiencia, el último en enterarse no es siempre el marido.

Sam colocó una mano sobre el hombro de Nick.

- Amigo mío, te preocupas demasiado.

- Y tú no te preocupas lo suficiente.

- En cualquier caso -prosiguió Sam, pasando por alto el comentario-, ¿qué tal van las cosas con Janine? ¿Es como montar en bicicleta, otra vez en el sillín como si nunca te hubieras bajado?

- Pues no -admitió Nick-, la verdad es que no. Se parece más a andar pisando huevos.

Sam le lanzó una mirada compasiva.

- Me he instalado en el cuarto de invitados -continuó Nick-. No podía… Me parecía tan… De alguna forma, me daba la impresión de que mi lado de la cama permanecía aún tibio -concluyó por fin.

- Colega -dijo Sam-, tenemos que hablar de esto. Lo que pasa es que ahora mismo me va un poco mal -lanzó una mirada añorante en dirección al dormitorio.

- De acuerdo -dijo Nick-. Tienes razón. Lo siento. En serio, lo siento mucho. Sólo es que pensé… Quería asegurarme de que estabas bien.

- Estoy perfectamente -insistió Sam-. Mejor que nunca. Te llamaré, cuenta con ello. Luego te doy un telefonazo y nos tomamos unas cervezas.

- Sí -respondió Nick, aunque sabía de sobra que Janine no le iba a dejar salir esa noche con Sam, de ninguna manera.

Esa noche su mujer y él iban a sentarse uno enfrente del otro, envueltos en un tenso silencio degustando salmón de cultivo orgánico a la plancha y tratando de recomponer las piezas de su destrozado matrimonio. Unas cervezas con Sam entre bromas y risas suponían una magnífica alternativa.

- Gracias, colega -dijo Sam, y le empujó hacia la puerta-. Te lo agradezco, de verdad.

A Sam le costaba disimular el tono de urgencia en la voz y el destello de lascivia en los ojos. Era evidente que se moría por regresar a sus asuntos, y Nick pensó que él también tenía que volver a los suyos, ahora que sabía que su amigo no se hallaba en peligro inminente.

- Ya salgo solo.

Estaba claro que su presencia en el apartamento no era bienvenida. Y Nick siempre captaba las indirectas.

Me vuelves loca
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