Capítulo 93

- Te he organizado una cita -dijo Sam.

- No, no y no.

- Sí, sí y sí -Sam dio un trago a su botella de cerveza-. Una cita a ciegas.

- Por descontado, ella tendría que estar ciega para querer salir conmigo.

- La gran Gemma es una mujer encantadora. Justo de las que te van.

- ¿La gran Gemma?

Con las manos, Sam reprodujo la parte de la anatomía de Gemma que destacaba por su gran tamaño. No daba la impresión de que fuera el cerebro.

- Es una de las que has desechado, ¿a que sí?

Sam evitó mirarle a los ojos.

- La he probado antes de ofrecértela, si te refieres a eso.

- Venga ya, tío -protestó Nick-. Ya tengo bastante con los coches usados. No quiero novias de segunda mano.

- ¿Te han dicho alguna vez que eres muy exigente?

Se encontraban en All-Bar-One, un establecimiento situado en Midsummer Boulevard. El ambiente era tranquilo, aún no se había producido la aglomeración habitual de última hora de la tarde, pero tal circunstancia no impedía que Sam pasara minuciosa revista a las escasas mujeres que por allí merodeaban. Nick pensó que le gustaría ser como su amigo y, sin más problemas, volver sus atenciones hacia otra mujer; pero ambos eran como el día y la noche. Aunque, por otra parte, tampoco estaba seguro de que Sam lo hubiera hecho, pues se le daba mejor que a Nick disimular su tristeza.

- Nos reuniremos con ellas en el Cincuenta por Ciento.

- No -respondió Nick.

- Sí. Es la alternativa a la clase de baile con tu madre y sus septuagenarias amigas, esas que van vestidas con los colores de la bandera norteamericana.

Nick no necesitaba citas a ciegas. Lo que le hacía falta era alguien con quien hablar. Una persona que le devolviese su magullada autoestima. Ser abandonado por dos mujeres en un mismo año era más de lo que cualquier hombre podía soportar. Pero sus amigos, Sam entre ellos, eran un desastre a la hora de ofrecer consuelo. Nick había albergado la esperanza de que, ahora que los dos habían sido rechazados por las mujeres que amaban, encontrarían un terreno común para las conversaciones relativas a lo emocional, pero no se había dado el caso. Si le hubiera confesado a Sam que de vez en cuando le venían pensamientos de suicidio, que estamparse contra un árbol a toda velocidad le parecía en ocasiones una idea atractiva, su amigo habría chasqueado la lengua en señal de apoyo y hubiera dicho:

- ¡Mujeres! Por cierto, ¿me toca a mí esta ronda?

Tal vez esa clase de conversaciones podían perjudicar a Sam, pero Nick deseaba hablar de Anna; sentía la necesidad de hablar de ella. Necesitaba saber que él mismo no era un fracasado total y que algún día, preferiblemente antes de perder el pelo y los dientes, encontraría a otra persona que le amase. Deseaba compartir sus inseguridades y sus penas con su mejor amigo. En cambio, Sam le había concertado una cita con la gran Gemma.

A las mujeres les resulta más fácil. En el momento en que algo sale mal en una relación, legiones de amigas se plantan a su puerta pertrechadas con pañuelos de papel, botellas de vodka, películas de DVD protagonizadas por Orlando Bloom o Johnny Deep -famosas por fomentar los vínculos afectivos entre el género femenino- y cajas de bombones. Se ponen a soltar frases del estilo: «Mejor para ti, el capullo ese no valía la pena» o «Quien hizo una, hará ciento», y luego diseccionan maliciosamente hasta el más mínimo fallo de la técnica sexual del individuo en cuestión. Siempre que se produce una crisis, una docena de amistades se encuentran a la distancia de un mensaje de texto dispuestas a ofrecer una solidaridad totalmente parcial. Si todo eso falla, existen una docena de revistas a las que las mujeres pueden recurrir, las cuales ofrecen páginas y más páginas de consuelo por parte de sus congéneres. En el caso de los hombres, el tema es bien distinto. Si te abandonan, te quedas más solo que la una. Y aun así, todo el mundo, en particular otras mujeres, espera de ti que te encojas de hombros y te dirijas al pub con paso alegre para escoger a tu siguiente conquista. Nick volvió la vista a Sam, que estaba haciendo eso mismo. Suspiró.

- Venga -dijo Sam mientras se acababa de un trago su cerveza-, no hagamos esperar a las chicas.

- Quiero que sepas que actúo bajo la más absoluta coacción.

El bar empezó a llenarse de mujeres escasas de ropa y de hombres bien arreglados, dispuestos sin duda a pasar un buen rato. Sam y él encajaban en el perfil. Nick no soportaba «salir de caza»; siempre le había resultado una experiencia humillante. Incluso cuando tenía suerte, no era de la clase de hombres capaces de meterse en la cama con una mujer sin más preámbulos, si bien parecía ser lo normal en los días que corrían. Si eso era lo que le esperaba de ahora en adelante, tendría que empezar a prestar atención a las uñas de los pies y los pelos de la nariz, dejar de comer los postres de su madre -atestados de calorías- y acudir al gimnasio con más frecuencia, La idea de quedarse desnudo ante una desconocida le aterrorizaba. Y es que estaba pasando por una especie de entumecimiento sexual. Si no podía estar con Anna, el sexo no le interesaba.

- No pienso volver a casa con ninguna mujer -declaró Nick con firmeza mientras seguía a su amigo hacia la salida del bar-. Quiero dejarlo claro desde el principio.

Sam le guiñó un ojo.

- Cuando la gran Gemma se haga cargo de ti, puede que no tengas elección.

Las dobles de Dolly Parton entradas en años y ataviadas con los vestidos de flecos propios del Oeste norteamericano se le iban antojando más atractivas por momentos.

Me vuelves loca
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