Capítulo 87

Nick recorría la oficina de un extremo a otro. Llevaba despierto desde el amanecer y había aliviado la resaca producida por el jerez con uno de los sándwiches de beicon de su madre. Sam se había reunido con él para desayunar poco antes de las siete, con un aspecto algo más demacrado pero de mejor humor. Una vez que Mónica hubo terminado de malcriarle durante una media hora a base de copiosas cantidades de café, huevos revueltos y beicon, Sam abandonó la casa con paso animado, a pesar de que aún le estallaba la cabeza. Pensó con afecto que la madre de Nick podía resultar a veces fastidiosa y entrometida, pero se podía contar con que te ofrecería una taza de té y un oído amigo cuando la situación así lo requería.

Nick no había pasado la noche en vela por culpa de la resaca, sino discurriendo qué le iba a decir a Anna. Había ensayado mentalmente setenta y cinco discursos diferentes; aun así, ninguno de ellos le sonaba bien cuando lo pronunciaba en voz alta. Echó un vistazo al reloj, Anna llegaba tarde. El retraso en sí no resultaba insólito, tenía que admitirlo, pero aquel día en concreto deseaba que se presentase lo antes posible y le sacara de la incertidumbre que le atormentaba.

Por otro lado, Nick había recibido una llamada del señor Hashimoto, lo que le había proporcionado una agradable distracción. A pesar de los pequeños deslices de Anna en la reunión con el ejecutivo japonés, éste había realizado una generosa oferta de financiación para construir un concesionario de automóviles en el terreno propiedad de Nick. Los últimos días de la caseta prefabricada de mala muerte podían estar tocando a su fin. Era la noticia que necesitaba oír. Había concertado una cita con el director del banco para discutir el asunto lo antes posible, antes de que el señor Hashimoto se lo pensara dos veces y cambiase de opinión. Por lo que parecía, las cosas empezaban a ir viento en popa. Tenía la corazonada de que era un momento espléndido para pedir a Anna que se casase con él (con todo lo que ello pudiera traer consigo). Nick consultó el reloj. Iba a tener que marcharse dentro de poco, hubiese llegado ella o no. Deseaba el máximo respaldo por parte del director del banco, por lo que llegar tarde a la cita resultaba impensable.

En ese mismo instante se escuchó el familiar chirrido de llantas y Nick observó cómo Anna entraba en su plaza de aparcamiento sobre dos ruedas. Cayó en la cuenta de que había estado aguardando su llegada con la respiración contenida y sonrió para sí mientras su ayudante ejecutiva y asesora comercial atravesaba a toda prisa el patio de exposición al tiempo que se alisaba el pelo y la falda. Por fin irrumpió en la oficina.

- Siento llegar tarde -se excusó con voz entrecortada, y arrojó su bolso sobre el escritorio-. Pero puedo alegar circunstancias atenuantes -levantó una mano-. Te las explicaré en cuanto recupere el aliento.

Nick se frotó las manos, nervioso.

- Siéntate. Vamos, siéntate -apremió-. Tengo que decirte una cosa.

- Mataría por algo de beber.

- Té -dijo él-. De acuerdo, té. El agua ha hervido.

Anna se quitó la chaqueta mientras Nick se afanaba en prepararle la infusión. Él mismo no había tenido tiempo para tomar nada, porque tenía que marcharse en cuestión de minutos.

Le entregó la taza y Anna, agradecida, bebió unos cuantos sorbos y suspiró de satisfacción.

- Pareces muy serio -observó ella-. ¿Es que se ha muerto alguien?

- No, nada de eso -Nick se sentó al borde del escritorio-. Aunque podría decirse que algo sí se ha muerto.

- ¡No habré roto el ordenador!

Anna miró al ofensivo artefacto con un sentimiento parecido al terror.

- No, no.

Anna se mostraba confundida, lo que era comprensible.

- No lo estoy haciendo muy bien que se diga -se excusó Nick-. Y eso que me he pasado la noche en blanco; bueno, casi, quitando el rato en el que me he quedado dormido por culpa del jerez…

- ¿Del jerez?

- He vuelto a casa de mis padres. A mi antigua cama -Nick la miró con aire tímido-. Janine y yo hemos terminado. Para siempre.

Anna arqueó las cejas en señal de sorpresa.

- ¡Pero si acababais de volver!

- Ya lo sé -respondió Nick-. Tenías razón, fue una equivocación. Una terrible equivocación. Me di cuenta… Bueno, Janine se dio cuenta de que ya no la quería. Mis sentimientos por ella se habían esfumado. Hace mucho. Se habían muerto, de una vez por todas.

Anna le brindó una sonrisa de compasión.

- Lo siento, Nick.

- No, no, nada de eso. Yo no lo siento en absoluto -repuso él-. Porque la ruptura me ha ayudado a entender otra cosa sobre otra persona…

La expresión de su encantadora ayudante reflejaba la confusión más absoluta. Nick se desanimó, presa de la frustración.

- Estoy actuando como un gilipollas, ¿verdad?

Anna esbozó una amplia sonrisa. Nick suspiró profundamente y siguió adelante.

- Lo que intento decir es que…, es que… creo que podría sentir algo…, algo muy fuerte… por otra persona.

Anna le miró con expectación.

- Por ti -concluyó Nick con un susurro-. Siento algo muy fuerte por ti.

- ¿Por mí? -Anna se cayó hacia atrás en el sillón.

- ¿Tanto te sorprende?

- Sí. No -balbuceó ella-. ¡Ay, no lo sé! -escondió la cabeza entre las manos mientras Nick permanecía de pie, arrastrando los pies-. ¡Madre mía -gimió Anna-, es horrible!

Nick sonrió débilmente.

- No creía que fuera tan horrible, la verdad.

- Pues sí lo es -repuso Anna con voz tensa-. No te imaginas hasta qué punto.

Se frotó la frente, fruncida por la ansiedad. Cuando levantó la vista para mirar a Nick, sus ojos denotaban preocupación.

- Bruno volvió anoche.

- ¿Bruno, tu marido errante?

Anna asintió con expresión melancólica.

- ¡Dios santo, qué situación tan embarazosa!

- Es un momento espantoso -insistió ella-. Sí, no podía ser peor.

Daba la impresión de que Anna se iba a echar a llorar, nada más lejos de la intención de Nick. De alguna manera, éste había albergado la esperanza de que también ella le declarase su amor eterno, de que se hubieran lanzado el uno en brazos del otro, etcétera. Mierda. ¿Por qué nada le salía bien? ¿Es que había nacido bajo el signo del zodiaco inadecuado o algo así? ¿Acaso todos los leo sufrían la misma maldición?

- ¿Piensa quedarse? -la voz de Nick tenía una nota apagada, de desilusión.

- No lo sé -admitió Anna-. No le aceptaría en mi casa de ninguna manera si dependiera de mí únicamente. Dice que ha cambiado, de modo que debo darle una oportunidad. Por el bien de los niños -con los ojos, suplicaba a Nick que entendiera la situación. Y lo malo es que él la entendió-. No sé qué es lo mejor. Poppy le trata como a una especie de superhéroe. Necesita un padre.

- Sí, pero un padre que sea bueno.

- Parece diferente -replicó Anna, un tanto a la defensiva-. Puede ser que esta vez sí que haya cambiado.

- ¿De verdad lo crees?

- No -Anna se recostó en el respaldo del sillón-. Ay, no lo sé.

Nick consultó su reloj.

- Maldita sea -dijo-, me tengo que ir. He concertado una cita con el director del banco. Es importante. El señor Hashimoto nos ha ofrecido el dinero.

- Entonces no eché a perder por completo vuestra reunión.

- Todo lo contrario.

Nick esbozó una sonrisa al acordarse, mientras cogía su abrigo. Se daba cuenta de que Anna estaba consternada y no deseaba dejarla en ese estado. La agarró de la mano y le dio un apretón. Al instante ella se puso de pie de un salto y se lanzó hacia él. Se estrecharon mutuamente, con fuerza. Ella se notaba muy pequeña entre los brazos de Nick.

- Te amo -dijo Anna con un hilo de voz.

El corazón de Nick dio un vuelco de alegría.

- Y yo te amo a ti.

De pronto, cayó en la cuenta de lo mucho que había anhelado escuchar aquellas palabras. Los labios de Anna buscaron los de él. Eran unos labios cálidos, dulces a más no poder. El insípido ambiente de la caseta prefabricada se esfumó y fue reemplazado por un radiante paisaje de cielo azul plagado de flores por donde preciosos conejos de suave pelaje se desplazaban a pequeños saltos. Una vivida alucinación en tecnicolor. Las piernas le flojeaban de pura alegría. Una oleada de sensaciones le ahogaba, le abrumaba, le provocaba que la cabeza le diese vueltas. Anna apoyó la cabeza en su hombro y él le besó el cabello.

- No quiero dejarte.

- Tienes que irte -insistió Anna-. Es importante.

- No tanto como esto -respondió él en voz baja.

Nick notaba mariposas en el estómago a causa de la ansiedad.

- Vete -dijo ella-. Ahora mismo.

Nick recorrió con los dedos el rostro preocupado de Anna, que tenía los ojos cuajados de lágrimas.

- Habrá que decidir lo que tenemos que hacer. Prométeme que hablaremos de ello en cuanto regrese del banco.

Anna asintió. Nick, a regañadientes, se apartó de ella.

- Mientras esté fuera, haz la declaración de objetivos, o como quiera que se llame -dijo él-. Añade un apartado en el que se nos prohíba echar a perder nuestras vidas -salió disparado hacia la puerta-. Volveré.

Anna se quedó inmóvil, con aspecto desvalido, y Nick se dio la vuelta para besarla apasionadamente otra vez.

- Regresaré lo antes que pueda -aseguró-. No te vayas.

Me vuelves loca
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