Capítulo 104

- Eres gilipollas, ¿lo sabes? -afirmó Sam.

- Sí -Nick se echó hacia atrás en el sofá, tiritando a causa del frío-. He llegado a la misma conclusión que tú.

El sofá de cuero negro había sido adquirido en eBay. Se trataba de un mueble tan sensual como varonil, y ahora se encontraba en la parte trasera de la furgoneta que Nick había tomado prestada para trasladar las escasas posesiones destinadas a su nuevo apartamento. La furgoneta estaba aparcada a las puertas del bloque de apartamentos de forma curvada que pronto pasaría a ser su hogar.

- De modo que Anna te hace una generosa oferta, tú le respondes que no vuelva y ahora la echas de menos como un loco porque has caído en la cuenta demasiado tarde de que eres tonto del culo.

Nick asintió con un breve gesto.

- El resumen no está mal.

- Es una lástima que un hombre guapo como tú tenga el cerebro del tamaño de un guisante -prosiguió su amigo.

Sam tenía razón. Pero ¿cómo podía explicarle que le asustaba tanto volver a perder a Anna que era incapaz de arriesgarse a otra decepción? Su corazón era una flor delicada y herida que necesitaba protección. Además, el encuentro con Anna le había pillado completamente por sorpresa. Si hubiera tenido unos días para pensárselo, tal vez habría tomado una decisión diferente. ¿Tal vez? ¡Pues claro que habría tomado otra decisión! Podía estar magullado y apaleado, pero su vida nunca sería completa sin esa mujer. Para llenar ese hueco, el riesgo tenía que merecer la pena.

- No sé qué hacer.

- Por ejemplo, llámala -propuso Sam.

Nick chasqueó la lengua con impaciencia.

- ¿Y cómo?

Sam levantó en alto su móvil.

- Es una pieza de una tecnología asombrosa: pulsas las teclas, Anna contesta y entonces habláis.

- Haces que suene muy fácil.

- Es que lo es, amigo mío. Tú eres quien hace una montaña de un grano de arena.

Nick pasó por alto el comentario.

- Lo peor que puede hacer es decirte que no.

- ¿Como hice yo?

- Si quieres, la llamo yo.

- Ni hablar -respondió Nick-. De ninguna manera. Lo que menos me apetece es que te entrometas en mi vida amorosa.

- Permíteme señalar que careces de una vida amorosa en la que pueda entrometerme.

- Ya sabes a lo que me refiero.

- Sí, es verdad -responde Sam con un suspiro-. Por eso me preocupo por ti -aparta su móvil de la vista-. Sé por lo que estás pasando, colega.

- No lo sabes.

- Sigo echando de menos a Sophie -admitió Sam en voz baja-. Que no me ponga a hablar de ella cada diez minutos no quiere decir que me duela menos que a ti -asestó un puñetazo amistoso en el brazo de Nick-. Puede que a veces dé la imagen de un cabrón sin sentimientos…

- La mayoría de las veces.

- Pero he acabado por aceptar que las cosas son así. He pasado página. No he tenido más remedio. Tú, en cambio, estás estancado, a pesar de la maravillosa oportunidad que el destino te ha puesto en bandeja.

- No sé si se puede calificar de maravillosa una colisión en cadena de diez vehículos.

Sam ignoró el sarcasmo y prosiguió:

- No quieres volver atrás, pero tampoco avanzas hacia delante.

- Es que a lo mejor no estoy preparado.

- Y mientras tanto tu vida se te escapa de las manos, junto a una fantástica oportunidad de ser feliz.

- Ya lo sé, y no creas que no me duele -replicó Nick, y lanzó al aire gélido un suspiro que formó una nube de infeliz aliento.

Antes de que pudieran concluir la conversación, a la hora señalada, Lauren Baker, de Ketley amp; Co., llegó en su BMW de la empresa.

- Aquí está -dijo Nick.

Ambos se levantaron del sofá y se bajaron de la furgoneta de un salto. Lauren Baker se acercó a ellos con paso firme, la carpeta llena de papeles en la mano. No cabía duda de que era una mujer muy atractiva, pero Nick nunca había aceptado su oferta de llamarla. Le avergonzaba admitir que tampoco había llamado a la encantadora Cassie Edmonds, a quien había conocido en la clase de baile. Le faltaban las ganas y no soportaba dar falsas esperanzas a una mujer ni podía fingir que se lo pasaría en grande con una cita cuando lo más probable era que no fuera así. Daba la impresión de que estaba destinado a pasarse la vida rechazando las escasas ofertas que recibía por parte de mujeres apetecibles. Sin embargo, a su madre no le había hecho ni pizca de gracia que sus planes de casamentera hubieran sido en vano. Tampoco le hacía gracia que Nick abandonara definitivamente su dormitorio infantil, pero para él suponía una enorme liberación. Ahora podría empezar a recuperar su cintura y su independencia.

Lauren Baker agitó frente a él la llave del apartamento.

- Enhorabuena -le felicitó con una sonrisa distante.

Se notaba a la legua que estaba resentida por la ausencia de llamadas telefónicas privadas de parte de Nick, aunque todo el tiempo había mostrado una actitud de lo más profesional en las relaciones comerciales que ambos habían mantenido referentes a la compra del apartamento.

Cuando Nick cogió la llave se percató de la trascendencia del momento.

- Gracias.

Su amigo le apartó a un lado de un codazo.

- Sam -se presentó-. Soy colega de Nick. Le estoy ayudando con la mudanza.

Sam estrechó la mano de Lauren y, cómo no, la retuvo un tiempo excesivo. Nick sospechaba que de un momento a otro él mismo pasaría a convertirse en carabina.

- Hola, Sam -de pronto la sonrisa de Lauren Baker se tornó más cálida-. Subiré con vosotros para asegurarme de que todo está en condiciones -anunció, y, tomando la delantera, entró en el edificio.

Sam se situó al lado de Nick. «¿Ésta es la que te dio su número de teléfono?», preguntó en silencio, sólo moviendo los labios. Nick asintió con un gesto. Sam abrió unos ojos como platos y soltó un silbido para sí. «¿Y no la llamaste?» Nick negó con la cabeza.

- ¿Es que eres gilipollas o qué? -preguntó su amigo en voz alta. En voz muy alta.

Lauren se dio la vuelta y lanzó un sensual mohín en dirección a Sam.

El apartamento parecía más grande y más luminoso que la primera vez, aunque debía de ser por la ausencia de muebles. Aunque Nick trataba de disimularlo, como manda el auténtico carácter británico, le invadía una oleada de emoción. Ahí estaba su hogar, su nuevo hogar.

Lauren terminó su breve inspección de la vivienda.

- Todo parece en orden -concluyó-. Confío en que seas feliz entre estas paredes.

Nick abrigaba la misma esperanza. Y estaba convencido de que así sería. El apartamento era fabuloso.

Sam se apoyó con aire despreocupado en la pared, junto a la puerta. Lanzaba la más potente de sus sonrisas en dirección a Lauren, quien al parecer no resultó inmune al ataque.

- Vivo en el piso de arriba -Sam levantó la cara hacia el techo-. En el ático de lujo.

No se trataba de una descripción exacta, pero la vivienda era más grande y de más calidad que el apartamento de Nick, de modo que éste le dio un poco de cancha.

- ¿En serio? -la noticia pareció entusiasmar a Lauren Baker.

- Si te apetece, puedes subir y echarle un vistazo. Quizá podrías hacerme una tasación profesional.

- No sabía que estabas pensando en mudarte…

Las palabras de Nick se fueron desvaneciendo. Por descontado, Sam no estaba pensando en mudarse.

- Tardaremos diez minutos -dijo Sam mientras Lauren se dirigía a la puerta-. Puede que quince.

Nick estaría de suerte si Sam se acordaba de volver esa misma tarde.

- Creía que me ibas a ayudar con la mudanza -siseó a espaldas de Lauren.

- Y es lo que pienso hacer -respondió Sam, también entre susurros-. Tardaré media hora. Como máximo.

Sí, claro. Su amigo rodeó con el brazo la esbelta cintura de Lauren y ambos atravesaron el umbral. La única esperanza de Nick residía en que ella tuviera algo que hacer y no pudiera quedarse mucho tiempo ahí arriba.

Se sentó en el suelo de roble, en la zona que pronto ocuparía su romántica mesa para dos, y se preguntó cómo iba a subir él solo dos pisos cargando con un sofá y cómo, además, iba a conseguir que Anna regresara a su vida. Contempló el espacio a su alrededor y se preguntó si cabría una mesa para cuatro.

Me vuelves loca
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