Capítulo 30
Otra comida familiar había tenido lugar -inevitablemente- en casa de los Diamond. No era de extrañar que Nick hubiera tenido la tentación de quedarse hasta tarde en la oficina, tomando cerveza con Sam. Aún no daba crédito a que su amigo, que podía elegir entre todas las mujeres libres del planeta, hubiera escogido a una casada. Y con hijos, para más inri.
Mónica colocó en la mesa un humeante postre de enormes proporciones. A Nick se le revolvió el estómago. Parte de su indisposición digestiva podía achacarse a la cita que tenía con Janine esa misma noche, pero de ninguna manera pensaba admitir ante su madre que era su ex mujer quien le había quitado las ganas de comer.
- Sólo un poco, mamá -solicitó-. Ponme el trozo más pequeño que puedas.
- Esta clase de comida sirve como terapia contra la depresión -declaró su madre con firmeza-. Si alguien la necesita, ése eres tú.
- Esta comida sirve para provocar infartos. Sólo con mirarla noto que se me estrechan las arterias. Desde que me he venido a vivir con vosotros, mi esperanza de vida se ha rebajado en diez años por lo menos.
- Mira que dices tonterías.
Ignorando las súplicas de su hijo, Mónica sirvió dos enormes raciones y se las entregó a Nick y a su marido. Ella se sirvió una porción diminuta.
- ¿Te lo pasaste bien anoche en la… discoteca? -preguntó su madre con un estremecimiento.
- Fue fabuloso -respondió Nick al tiempo que trataba de engullir el postre.
Mónica se atusó el pelo, lo que nunca era buena señal. Significaba que una pregunta incómoda estaba al caer.
- ¿Conociste a alguna chica agradable?
- No -Nick sacudió la cabeza-. Conocí a una mujer de Macclesfíeld llamada Mandy que es luchadora de barro. Y no, no era nada agradable.
Su madre puso una expresión de horror.
- Tenía los muslos fuertes -detalló Nick-; pero las uñas, asquerosas.
Mónica se aclaró la garganta.
- ¿Y vas a volver a verla, cariño?
- Esta noche -Nick consultó el reloj-. De hecho tengo que marcharme. No es la clase de mujer a la que uno le convenga disgustar.
- Roger, di algo.
- ¿Hay más brazo de gitano? -preguntó Roger.
Nick se acabó el postre y salió a toda prisa hacia la puerta.
- Hasta luego.
- Tráela a cenar a casa, cariño -gritó Mónica a sus espaldas-. Mañana mismo. Mamá quiere conocerla.
Mientras Nick cerraba la puerta tras de sí, escuchó a su padre, que decía:
- Luchadora de barro, ¿eh? -en su voz se apreciaba una nota de admiración.
- ¡Roger! -espetó su madre-. Tienes que ponerte firme con ese chico. Cada vez se parece más a ti.
Nick sonrió mientras se enfundaba la americana, consciente de que su madre se horrorizaría aún más si supiera con quién había quedado esa noche en realidad.