Capítulo 73

Nick se despertó con un sobresalto. Janine estaba de pie al lado de la cama y le ofrecía una taza y una sonrisa entristecida.

Se incorporó apoyándose en los codos y se pasó la mano por la cabeza.

- Creía que alguien venía a pegarme otra vez.

- Te he traído un poco de té -explicó Janine.

- ¡Ah, la gran respuesta británica a todas las crisis!

Con suma cautela, se palpó la nariz. Parecía una pelota de tenis plantada en medio de la cara, y se preguntó de qué color sería. El resto del cuerpo no le dolía tanto como antes; incluso la nariz sólo le daba punzadas de vez en cuando, y no de manera constante. Debía de significar que el daño no era permanente. ¿O sí?

Janine se sentó junto a él. La proximidad de su mujer hacía que Nick se sintiera incómodo, por lo que se apartó un poco para dejarle espacio. Jamás había imaginado que iba a resultar tan difícil regresar a una confortable intimidad. Era como si le crecieran varias capas de piel cuando estaba con Janine, una especie de barrera protectora para repeler a los tripulantes no deseados, como los escudos deflectores de la nave Enterprise. Se preguntó si en algún momento sería posible mantenerlos desactivados ante la presencia de su mujer.

Negras sombras se cernieron sobre el dormitorio. Janine encendió la lámpara de la mesilla de noche, que arrojó una luz macilenta sobre los rincones. Aquella habitación era un verdadero espanto. La sobrecarga de adornos, cuadros y flores en tonos rojos y amarillos resultaba agobiante. A Nick le daba la impresión de encontrarse en una casa de muñecas gigantesca; los pretenciosos muebles de pino colaboraban a producir ese efecto. Janine mantenía la habitación en estado impoluto por si algún invitado se quedaba a pasar la noche o el fin de semana, pero, como odiaba alojar a gente en su casa, el dormitorio nunca se usaba. Era un santuario desierto dedicado a su inexistente vida social. Habría sido un cuarto perfecto para niños, pero cuando Nick se lo había comentado a Janine, a ésta no le había sentado bien, por lo que ahora prefirió mantenerse en silencio. Se veía a sí mismo en años venideros a la imagen y semejanza de su propio padre, incapaz de expresar cualquier opinión que no coincidiera con la de su mujer. ¿De verdad deseaba aquella clase de vida? Se sacudió la idea de la cabeza, aunque sólo figuradamente. Cualquier sacudida física se encontraba más allá de sus capacidades actuales. Debía de haber dormido una hora o más, a juzgar por la oscuridad del atardecer. La lluvia golpeteaba sobre las ventanas Velux y el viento soplaba melancólicamente en los aleros. Había sido un día horrendo que daba paso a una noche de pesadilla.

- ¿Cómo te encuentras?

- Como si alguien muy grande me hubiera propinado una paliza -respondió Nick con voz serena.

- No tienes buen aspecto -observó su mujer.

Ciertamente, se sentía fatal.

- ¿Qué hora es? -preguntó, aún somnoliento.

- La hora de que nos enfrentemos a lo que está pasando -respondió Janine con suavidad.

El comentario le hizo incorporarse.

- ¿A qué te refieres?

Empezó a notar violentos latidos en la cabeza.

- Nick -Janine exhaló un suspiro cargado de decepción-, no está funcionando, ¿verdad?

No, no estaba funcionando, y se debía principalmente a que la mujer que tenía enfrente, la mujer a la que había prometido amar, mantener y cuidar sobre todas las cosas, ahora le resultaba una desconocida. Nick pensaba que no había pasado página desde que él y Janine se habían separado. Pensaba que se había quedado estancado en su antiguo dormitorio y su antigua vida, pero no era así. En algunos aspectos, por insignificantes que fueran, había cambiado. Aunque hasta ese mismo momento no se había dado cuenta, no era la misma persona de antes.

- Dale tiempo.

Nick evitó la mirada de su mujer. Estuvo a punto de cogerla de la mano, pero no se sintió con el valor suficiente. ¿Volvería a confiar en Janine otra vez? ¿Se sentiría alguna vez seguro en la relación que mantenían o andaría siempre preocupado por si ella encontraba de nuevo otro hombre para reemplazarle? Quizá en un futuro Janine perdiera la cabeza por el frutero. Tal vez viera en la tienda un pepino y se preguntara si esa hortaliza no estaría mejor en algún otro lugar. El pensamiento era absurdo y Nick lo sabía, pero ¿confiaría alguna vez en Janine? No podía pasarse el resto de su vida abrigando la esperanza de que su mujer evitara toda clase de establecimientos en los que pusieran a la venta productos frescos.

- No creo que el paso del tiempo sea suficiente -respondió ella con voz cansada-. Después de todo lo que hemos pasado, no me parece que podamos volver a estar como antes.

- No podemos volver hacia atrás -coincidió Nick-, pero a lo mejor podemos avanzar hacia delante -hizo un esfuerzo por alargar los dedos a través de la cama y rozar su mano-. Tenemos que ser sinceros el uno con el otro.

Janine agarró la mano de Nick y la estrechó mientras sacudía la cabeza con tristeza.

- He notado cómo me miras -dijo-. Ya no hay nada en tus ojos para mí.

- Yo…

Janine le puso un dedo sobre el labio hinchado y dolorido para silenciarle.

- También me he dado cuenta de cómo miras a Anna.

- ¿A Anna?

- Tenemos que ser sinceros entre nosotros -le recordó ella-. Tú mismo lo acabas de decir.

Janine pellizcaba la tela del edredón mecánicamente. Cuando levantó la vista, tenía los ojos cuajados de lágrimas y la voz se le quebraba:

- A veces me pregunto si no estarás enamorado de ella.

- Yo…, yo… -Nick se recostó sobre la almohada. En efecto, la sinceridad era la mejor política a seguir-. De pronto tengo la horrible sensación de que puede que estés en lo cierto.

Me vuelves loca
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