Capítulo 95

- Éste es el dormitorio principal -dijo la agente inmobiliaria.

En realidad era el único dormitorio, pero Nick optó por no corregirla. Lauren Baker, de Ketley amp; Co., le ofreció una gran sonrisa.

- Ideal para un soltero con ganas de divertirse.

Lo que significaba un triste, solo y desconsolado divorciado. Pero Nick tampoco la corrigió en eso. El dormitorio rezumaba un ambiente inconfundiblemente varonil. Una pared recubierta de pizarra gris se alzaba tras la cama de matrimonio extra grande, que estaba cubierta con un edredón rojo oscuro. Los radiadores de acero inoxidable tenían un aire retro, como los de las aulas de su colegio, y otra de las paredes estaba adornada con una embarazosa pintura erótica que mostraba a una pareja copulando en una atlética posición. Nick se percató de que Lauren también ladeaba la cabeza tratando de averiguar quién estaba encima del otro. Se sonrieron mutuamente al caer de pronto en la cuenta de que ambos estaban mirando lo mismo.

- La habitación es perfecta -comentó Nick.

Si no conseguía hacer que se sintiera como un dios del sexo, ninguna otra cosa daría resultado.

- ¿Echamos un vistazo al resto del apartamento? -propuso Lauren.

- Vamos -respondió él, y se dispuso a seguirla hasta el cuarto de baño.

Más pizarra, más adornos eróticos típicamente masculinos. Un plato de ducha capaz de albergar a seis personas. «Con dos bastaría», pensó Nick.

El apartamento se encontraba en el edificio de Sam, una planta más abajo del piso de su mejor amigo. Era más pequeño y con peores vistas sobre el parque, pero en cualquier caso sería un lugar fabuloso en el que instalarse a vivir. Sin punto de comparación con su incómodo dormitorio de la infancia de la casa de sus padres. Si se mudara aquí volvería a sentirse fuerte e independiente. Era caro -«como todo en estos tiempos», pensó Nick-, pero su espíritu hecho trizas necesitaba un buen estímulo y el director del banco había dado luz verde a la hipoteca. Lo único que tenía que hacer era presentar una oferta por la vivienda -el «atractivo estudio amueblado para soltero», según anunciaba el folleto de la agencia inmobiliaria.

Lauren se hallaba en pleno discurso de promoción y venta, pero Nick no le prestaba mucha atención. Ya se había decidido. Se lo merecía. Se merecía un poco de comodidad y lujo en su vida. Si no cuidaba de él mismo, ¿quién iba a hacerlo? No daba la impresión de que hubiera ninguna desbandada de mujeres dispuestas a preocuparse por él. Con la excepción de su madre, claro.

Estaba convencido de que a Mónica no le sentaría nada bien su decisión de apartarse de las garras de su amorosa progenitora, pero Nick corría el grave peligro de acabar muriendo víctima de sus mimos y atenciones. Se había propuesto tomar las riendas de su propia vida. Para empezar, se pasaba horas en el gimnasio con objeto de recuperar su cintura, perdida tras los asaltos de calorías perpetrados por su madre. Se frotó el abdomen, que pronto parecería una tableta de chocolate, y notó que los ojos de Lauren viajaban hasta esa zona. Como cualquier hombre habría hecho, contrajo el estómago.

- La cocina -anunció convenientemente ella cuando llegaron.

Era minimalista y reluciente, y seguro que le serviría para retomar sus habilidades culinarias, restringidas desde que se había instalado en casa de sus padres.

Pasó la mano por la encimera. Granito, y del más caro, lo que resultaba agradable. La mesa, de tamaño reducido, para dos personas, se encontraba junto a una enorme ventana panorámica, ideal para organizar cenas románticas. Cocina casera, vino y velas en agradable compañía.

- Resulta un espacio perfecto para recibir invitados -comentó Lauren, como si le leyera el pensamiento. Se cambió de mano la carpeta llena de papeles-. ¿Tienes pareja?

- No -respondió Nick con sinceridad antes de que se le ocurriera una respuesta mejor.

- Ah -Lauren le brindó otra sonrisa.

Era una joven alta, de melena larga y negra. Esbelta. Guapa. Justo el tipo de Sam.

Nick se acercó a la ventana y dirigió la vista hacia el extenso y frondoso parque. Los críos corrían por la zona infantil entre gritos y risas. Las madres empujaban los cochecitos de sus bebés y los niños pequeños, ayudados por sus padres, daban de comer a los patos junto al pequeño estanque que tenía una fuente sobredimensionada. Sintió en las entrañas una punzada de añoranza. ¿Alguna vez formaría él parte de aquel escenario? Aún se encontraba agotado desde el punto de vista emocional. Dudaba si volvería a reunir la energía necesaria para embarcarse en una nueva relación. Pero ¿no les ocurría lo mismo a la mayoría de los hombres recién divorciados? ¿No gruñían para sus adentros ante la idea de tener que empezar desde el principio el engorroso proceso de encontrar otra media naranja? Sólo pensar en conocer a una mujer, examinar su equipaje y permitir que ella hiciera lo mismo le llenaba de angustia. Tendría que volver a contar sus viejas y cansinas historias, a efectuar las presentaciones de rigor ante sus padres… Suficiente para quitarle las ganas a cualquiera. Luego habría que pasar por la etapa de fingimiento que toda nueva relación lleva consigo, para descubrir tres semanas más tarde que no tienen absolutamente nada en común, salvo que los dos son seres vivos y pertenecen al género humano. Por otro lado, también podrían pasar meses en los que, creyendo haber acertado, la nueva pareja jugase con sus sentimientos y Nick acabaría por ver que sus castillos en el aire se desmoronan ante sus ojos y se convierten en un montón de polvo. Lamentaba que las relaciones no fueran como los CD: uno podría saltarse los tres primeros cortes e ir derecho a lo que le gusta.

- ¿Suficiente? -preguntó Lauren.

- Sí -respondió Nick. A decir verdad, suficiente para toda una vida-. Siento haberte entretenido.

- No te preocupes -Lauren se colocó un mechón de pelo detrás de la oreja. Su actitud resuelta, profesional, resultaba muy atractiva-. ¿Te interesa el apartamento?

- Mucho. Me gustaría hacer una contraoferta.

La negociación nunca había sido su fuerte, y era consciente de que un lugar así tendría una gran demanda.

- Genial. Llamaré al propietario en cuanto llegue a la oficina -Lauren le entregó una tarjeta de visita-. Espero que no te importe -dijo en tono coqueto-, pero he anotado mi número particular en el dorso -un leve rubor le tiñó las mejillas-. Puede ser que te apetezca llamarme alguna vez para salir a tomar una copa o algo así.

Nick le dio la vuelta a la tarjeta y se quedó mirando el número de teléfono. Se las había arreglado para escapar de las garras de la gran Gemma relativamente bien, pero pronto tendría que hacer un esfuerzo por regresar al mundo y empezar a alternar.

- Gracias -respondió con una sonrisa.

Era una chica encantadora. Adorable. Sería de locos no llamarla.

- Muchas gracias -repitió.

Se guardó la tarjeta en el bolsillo. Algún día no lejano volvería a salir con mujeres. Pero todavía no.

Me vuelves loca
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