Capítulo 77

Sophie estaba tumbada en la cama junto a su hija, que aferraba un osito de peluche mientras lloraba en silencio. La lámpara de la mesilla de noche arrojaba una suave luz de color rosa sobre ambas, al tiempo que disimulaba la estropeada decoración del dormitorio. Sophie acarició el cabello de Ellie.

- Tranquila, cielo -murmuró-. Mamá está contigo. Sólo ha sido una pesadilla, nada más.

- Soñé que un dragón te atrapaba -gimoteó la niña-. Era enorme, con dientes negros. Te llevaba muy lejos para devorarte, y no podías volver.

- Eso te pasa por ver el DVD de Shrek -dijo Sophie-. Te hace pensar en dragones.

Ellie no parecía convencida.

- Además, mamá es demasiado grande para que un dragón la devore -Sophie le dio una palmada en el trasero-. ¿Quién querría masticar tanta cantidad de carne?

A regañadientes, Ellie esbozó una sonrisa y se acurrucó junto a ella.

- No quiero que te vayas.

Sophie notó que la garganta se le contraía.

- No voy a irme a ninguna parte, cariño.

- ¿Nunca?

- No.

- Algunas madres sí se van -prosiguió Ellie, frunciendo las cejas con preocupación.

- La tuya no -respondió Sophie.

Hablaba en serio. De pronto cayó en la cuenta de lo que sería estar sin las niñas. ¿Y si Ellie se hubiera despertado de su pesadilla y su madre no hubiera estado en casa para tranquilizarla? ¿Acaso Tom habría sido capaz de confortarla de la misma manera? ¿Y si algo malo les hubiera ocurrido a sus hijas mientras ella, dejándose llevar por el egoísmo, se dedicaba a hacer cabriolas con su amante? Sophie cerró los ojos para no pensar en las tragedias que podrían haber ocurrido. Ellie, acurrucada a su lado, dejó de sollozar y empezó a respirar con el ritmo lento y pesado que acompaña al sueño.

- Buenas noches, mamá -masculló con voz adormilada.

Sophie abrió los ojos y contempló a su hija. Con suavidad, le pasó la yema del dedo por los párpados, la nariz y los labios.

- Buenas noches, tesoro.

Ellie exhaló un suspiro de satisfacción y se recostó en la cama con aire relajado. Mientras se introducía el pulgar en la boca y regresaba a sus sueños, Sophie paseó la vista por la habitación. Necesitaba un buen repaso, desde luego. Las paredes seguían decoradas con los patitos y los conejos de los primeros años de su hija. El papel pintado estaba sucio y rasgado en las junturas, y la parte inferior se veía cubierta de garabatos pintados con ceras de colores. La moqueta se veía descolorida y desgastada, y mostraba excesivos restos de manchas de leche, babas y quién sabe qué otras cosas restregadas por una mano inexperta. El propio dormitorio de Sophie se encontraba en un estado igual de lamentable. Sin duda, era un firme candidato para Changing Rooms, el programa televisivo en el que algunas parejas intercambian temporalmente sus casas con amigos o familiares y las someten a un cambio radical. Las cortinas pasadas de moda y el edredón del grosor de un papel de fumar no contribuían a realzar el opaco tono magnolia que cubría las paredes desde que los constructores de la casa las pintaran. El ambiente no era precisamente el de un palacio que invitara a la pasión, por lo que no resultaba extraño que a Tom nunca le apeteciera hacer el amor.

Una buena batida por toda la casa podría ayudar. Sophie debería lanzarse a limpiar la casa a fondo y decorarla. Se pondría a fregar y a sacar brillo, a lijar y pintar paredes hasta erradicar cualquier rastro de su antigua vida como pareja. A algunas mujeres les funcionaba un nuevo corte de pelo. Tal vez ella debía inclinarse por una nueva mano de pintura. El intento merecía la pena. Para ser sincera, no se le ocurría ninguna otra solución. Jamás conseguiría llevar a Tom a un consejero matrimonial que les ayudara a recuperar su relación. Ya le costaba Dios y ayuda conseguir que cruzara con ella un par de palabras, así que sería pedirle peras al olmo pretender que se sincerase ante un «chismoso entrometido», como sin duda calificaría al pobre consejero. Si iban a arreglar su situación de pareja, tendrían que actuar sin la ayuda de nadie.

Sophie bajó la vista hacia su hija. Pasara lo que pasase, tendría que quedarse en casa por el bien de las niñas. No podía destrozar sus vidas de forma tan cruel, cuando ellas no habían hecho nada para merecerlo.

Ellie dormía profundamente, una vez ahuyentados los fantasmas de la pesadilla. Sophie apagó la lámpara de la mesilla de noche y permaneció sentada en la oscuridad. ¡Ojalá su mayor preocupación consistiera en impedir que un dragón la devorara!

Me vuelves loca
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