Capítulo 13
Nick recorría de un extremo a otro su oficina. Debido a que el espacio era más bien escaso, el recorrido no resultaba particularmente agotador, pero tampoco conseguía calmarle, tal como había confiado. Ya había atravesado de un extremo a otro el patio de exposición de la tienda de vehículos usados al tiempo que recolocaba los carteles de SE VENDE y se cercioraba de que las poco elegantes banderitas de papel que adornaban el perímetro del solar ondearan debidamente bajo la brisa, pero aquello tampoco había servido para serenarle. Además, era un día muy frío. Por la mañana, el hombre del tiempo de Radio Cuatro -la emisora favorita de los padres de Nick- había anunciado que la primavera estaba en camino, pero no daba la impresión de que nadie hubiera avisado de ello a los elementos climatológicos. Por lo que Nick interpretaba, aún seguían resueltamente estancados en el invierno.
Se detuvo ante el escritorio. Reorganizó sus papeles en montones más ordenados y colocó la silla de confidente en una posición más desenfadada. Camino al trabajo, se había detenido en la frutería del barrio, donde había adquirido un vistoso ramo de flores que ahora procedió a ahuecar en el jarrón que había cogido a hurtadillas de un armario de la cocina de su madre. Las flores aportaban un toque de color muy necesario a un panorama, por lo demás, insulso y más bien mugriento. Tal vez debería haber cogido también un trapo y un aerosol para el polvo. Nick se frotó las manos con objeto de tranquilizarse. Se preguntó si el ambiente resultaba lo bastante acogedor. Durante los meses más fríos, la línea divisoria entre mantener la oficina a una temperatura agradable y calentar el exterior a través de los múltiples huecos en los marcos de las ventanas se traspasaba con facilidad.
Nick hizo girar los hombros en un esfuerzo por librarse de la contractura que los agarrotaba.
«Hola -se dijo a sí mismo-. Nick Diamond.»
Estiró el brazo y realizó un imaginario apretón de manos.
«Demasiado serio. Demasiado serio. Relájate. Relájate.»
Nunca había imaginado que la contratación de personal fuera una tarea tan abrumadora, pero la agencia de empleo le había advertido que últimamente lo único que querían las mujeres jóvenes era trabajar en el campo de las relaciones públicas y medios de comunicación o en bares de copas de última moda; al parecer, no mostraban interés en destartaladas tiendas de vehículos de ocasión en las que se ofrecían un sueldo bajo, condiciones terribles y expectativas de promoción nulas. Lo que probablemente significaba que Nick iba a acabar cargando con una inadaptada social o una psicópata demente como secretaria de confianza. Aun así, volvió la vista al curriculum colocado sobre el escritorio, en lo alto de un montón de papeles. Parecía extraordinario, de tal forma que Nick estaba decidido a hacer un buen papel para que, con un poco de suerte, aquella joven en particular recibiera una impresión favorable. También se daba la circunstancia de que era el único curriculum que le habían enviado de la agencia de empleo. Nick se ajustó la corbata.
«Hola. Nick Diamond. Tome asiento, por favor.»
Indicó la silla, colocada en una posición un tanto peculiar. Se hallaba considerando si debía cambiarla de sitio otra vez cuando escuchó una tímida llamada en la puerta de la caseta prefabricada.
Nick volvió a ajustarse la corbata y se encaminó a la puerta. Cuando la abrió, sintió una ligera alarma al encontrarse con la mujer que había conocido en el despacho de abogados, la cual mostraba un atractivo aspecto sonrojado, aunque un tanto sombrío debido al traje de chaqueta negro que vestía. ¿Cómo había dicho que se llamaba? Y, más importante aún, ¿cómo había averiguado el paradero de Nick?
- Mierda.
Nick cerró la puerta. Era un mal momento. Se alisó el pelo y se ajustó la corbata por tercera vez. Se dispuso a volver a abrir la puerta, pero el cuerpo entero se le había paralizado en contra de su voluntad.
Se escuchó otra llamada. Esta vez bastante más contundente.
- Mierda. Mierda.
Antes de que el coraje le abandonara, Nick volvió a abrir la puerta de un tirón.
- Hola -dijo la mujer.
- ¿Qué haces aquí?
- Vengo por lo del trabajo.
- ¿Por lo del trabajo?
- ¿Por qué si no iba a haber venido?
- No lo sé -respondió Nick.
- Será mejor que me presente como es debido -dijo ella-. Me llamo Anna, Anna Terry. Y lamento muchísimo llegar tarde.
- Ah, ¿sí? -Nick echó un vistazo a su reloj-. No te esperaba hasta dentro de media hora.
Una sombra recorrió el rostro de la recién llegada, si bien sus hombros en tensión parecieron relajarse en cierta medida.
- ¿Puedo entrar? -dejando a un lado a Nick, entró en la oficina, la cual examinó con aire consternado.
- ¿Esto es todo?
- Me temo que sí.
- No está mal -repuso Anna forzando una sonrisa.
- Lo último que querías era trabajar en un cuartucho. Y cito textualmente -dijo Nick-. Por desgracia, no hay muchos cuartuchos peores que éste.
- Estoy desesperada -admitió Anna con un suspiro melancólico.
- Entiendo.
Sin saber qué hacer, ambos se quedaron de pie, intercambiando miradas expectantes.
- ¿Es que no vas a entrevistarme? -preguntó Anna por fin.
- Ah, sí. Claro. Quieres que te entreviste, ¿eh?
- Esa era la idea, creo yo.
- Nunca he tenido secretaria -confesó Nick-. No sé muy bien lo que hay que hacer.
Anna sonrió con timidez.
- ¿Qué clase de funciones tienes en mente?
Nick le brindó una sonrisa alentadora. A pesar de su actitud jactanciosa y llena de seguridad, Anna parecía sorprendentemente vulnerable.
- ¿Se te da bien preparar el té?
- La verdad es que no.
- Ya. Bueno, a mí sí. Prepararé un par de tazas mientras te pones cómoda.
Nick señaló la silla con el mismo gesto que había ensayado con anterioridad. Anna tomó asiento y permaneció con el bolso pegado a las rodillas.
Nick se afanó en preparar el té mientras Anna trataba de leer al revés los papeles que había en el escritorio. Nick se fijó en que, al sentarse, la falda se le había subido hasta los muslos. ¿Eran imaginaciones suyas o es que de repente hacía un calor agobiante en la habitación? ¿Acaso los hombres de cierta edad padecen de sofocos? Anna era una monada. Una auténtica monada, más aún de lo que él recordaba, y le sorprendía lo mucho que recordaba acerca de ella, si bien, en un despiste típicamente masculino, se le había olvidado su nombre, si es que alguna vez había llegado a escucharlo. Colocó el té en una bandeja que depositó sobre el escritorio. Entregó un tazón a Anna al tiempo que se percataba de que ella, con ademán nervioso, volvía a colocarse la falda a la altura de las rodillas antes de coger la infusión.
- En fin -dijo Nick-, la agencia de empleo me envió un fax con tu curriculum.
Nick podría jurar que había visto bajar un nudo por la garganta de Anna. Se sentó al escritorio y recogió una hoja de papel.
- «Licenciatura en Ciencias Empresariales.»
Ella esbozó una sonrisa nerviosa.
- Cinco años como ayudante personal de Richard Branson.
La sonrisa se desvaneció del rostro de Anna, quien comenzó a rebullirse en su asiento. Ambos recorrieron con la vista la destartalada oficina.
- Más tarde, un empleo temporal en Nueva York, con Donald Trump.
Anna se había deslizado hasta el borde de la silla y sujetaba el tazón de té a modo de barrera.
Nick le dirigió una sonrisa amable.
- Cuando nos conocimos en el bufete de abogados, me pareció entender que no habías trabajado nunca.
- No me gusta darme bombo -respondió ella con voz tirante.
- Sin embargo, no parece que te importe dar gato por liebre.
Anna se puso de pie y le arrancó el curriculum de las manos.
- Tengo que irme -dijo-. Gracias por el té. El que yo hago es mejor, la verdad.
- Espera.
Nick suspiró. Por alguna inexplicable razón, no podía dejar que se marchara en aquellas circunstancias. Mientras examinaba el negocio de su propiedad, Nick cayó en la cuenta de que lo había descuidado durante un tiempo excesivo. No es que confiara en que Anna Terry entrara en escena y le convirtiera de la noche a la mañana en un Donald Trump, pero sí necesitaba a alguien que le estimulara a aspirar más alto. Qué extraño. Con Janine, semejante actitud le había parecido un fastidio. Pero, en efecto, su pequeño negocio podía convertirse en algo grande si Nick pudiera conseguir organizarse -o que otra persona le organizara- y ponerlo a punto. Para eso no se requería una licenciatura en Ciencias Empresariales. Desde que él y Janine habían roto, tenía la sensación de moverse a través de una densa niebla. Apenas recordaba los primeros meses tras la ruptura, en los que carecía por completo de los recursos para dirigir una empresa. Pues bien, había llegado el momento de respirar aire fresco.
- ¿Has usado un ordenador alguna vez?
- Tengo una báscula de baño digital -replicó Anna-. Llegar a entenderla es una pesadilla. No creo que un ordenador sea mucho más complicado.
Nick soltó una carcajada.
- Aprendo con rapidez -continuó ella sin respiro-. Me podrías enseñar.
- Anna…
- Mira -le interrumpió ella-, desde la primera vez que te vi supe que existía afinidad entre nosotros. Somos almas gemelas.
- Anna…
- Nick, necesito el trabajo -suplicó ella-. Lo necesito desesperadamente. Dame una semana. Trabajaré una semana y si en ese tiempo no consigo que este negocio funcione como…, como…
- ¿Como el imperio de Donald Trump?
- Si no funciona exactamente como el imperio de Donald Trump -prosiguió ella con una sonrisa burlona-, me despides y tan amigos.
- Anna…
- No digas que no, por favor -tenía los ojos cuajados de lágrimas-. Por favor te lo pido, no me digas que no. Me siento incapaz de volver a enfrentarme a esa mujer engreída de la agencia de empleo.
- Anna -repitió Nick con paciencia-, el trabajo es tuyo.
Anna atravesó la estancia, rodeó a Nick con sus brazos y le plantó un beso en la boca. El tuvo que hacer uso de toda su entereza para no desplomarse del sillón.
- Creo que me he enamorado de ti -dijo ella.
Nick notaba la huella de los labios de Anna en los suyos; sabían a fresa, a cereza y a toda clase de frutas de verano. Por alguna intrincada razón, la perspectiva de tener a Anna en la oficina de manera permanente le resultaba de lo más alentadora.
- Me basta con tu gratitud eterna.
Anna, llevada por la emoción, batió las palmas.
- Bueno, ¿y cuándo quieres que empiece?
- Cuanto antes, mejor -propuso Nick, al tiempo que lanzaba una lánguida mirada al papeleo-. No creo que todo esto vaya a organizarse por arte de magia de un día para otro.
- ¿Mañana?
- ¿Por qué no?
- Entonces, está decidido: mañana. ¿A las nueve?
- Que sea a las diez -sugirió Nick-. Esta noche Sam, que se supone que es mi mejor amigo, me va a sacar por ahí, aunque a rastras. Será mi regreso a la vida de soltero. Vamos a una patética discoteca para solteros y divorciados -hizo una mueca de disgusto-. Estará llena de mujeres de vida alegre, feas y desesperadas, con más hijos que los Von Trapp.
- Suena genial -repuso ella-. Que lo paséis bien.
- No lo soportaré -confesó Nick-. Ni un solo minuto.
Anna se encaminó hacia la puerta.
- ¿Y tú? ¿Vas a hacer algo esta noche? -preguntó.
- ¿Yo? -Anna soltó un bufido-. No. Me acostaré temprano. Mañana tengo que estar rebosante de alegría y entusiasmo. Quiero impresionar a mi nuevo jefe.
- Te irá muy bien. He oído que se deja convencer con facilidad.
- ¿En serio? A mí me han dicho que es una buena persona.
- No des crédito a todo lo que oigas -le advirtió Nick-. No tienes ni idea de lo déspota que puedo llegar a ser.
- Hasta mañana -dijo Anna-. Y gracias otra vez. Te lo agradezco de veras.
- De nada.
- Nick -Anna se detuvo con la mano en la puerta-, lo del título en Ciencias Empresariales es verdad.
- ¡No me digas!
- Sí -respondió ella con orgullo-. Bueno, casi. Hice un curso de dos años en la escuela universitaria de la zona. Pero saqué la máxima nota.
- Seguro que podremos sacarle partido -respondió Nick-. ¿Y qué me dices de lo de preparar el té?
- No -Anna se mordió el labio-. Hago un té espantoso.
Nick se encogió de hombros.
- Nadie es perfecto.
- Es verdad.
- Formaremos un gran equipo -aseguró Nick-. Hasta mañana.