Capítulo 31
Nick se encontró con Janine en el Old Boot, un pub situado en un anodino pueblo a las afueras de Milton Keynes que consistía en un puñado de viviendas campestres adosadas; una iglesia demasiado grande para el escaso número actual de feligreses; una flamante urbanización que parecía la clase de lugar al que se mudarían las protagonistas de Las mujeres perfectas si alguna vez se cansaran de Stepford, su idílico paraíso, y ese mismo pub, donde Janine y él habían conmemorado sus cinco aniversarios de boda con celebraciones de un perfil más bien bajo. Si Nick se la hubiera llevado a París a pasar un fin de semana de pasión, tal vez aún seguirían casados.
Eso sí, era un pub agradable, uno de los pocos que se habían resistido a la modernización y seguía aferrado a sus adornos de bronce, sus vigas bajas de madera y su comida tradicional, al contrario que la nueva avalancha de establecimientos que no acababan de decidir si eran bares de copas, restaurantes, clubes nocturnos o sucursales de Hábitat. El Old Boot no era la clase de local donde se sirviera cocina tailandesa los martes por la noche con el único propósito de atraer a una clientela más moderna. Nick no acertaba a comprender por qué a Janine le agradaba aquel lugar, ya que ella era de esa clase de personas a las que les gusta frecuentar establecimientos donde sirven comida tailandesa los martes por la noche. Quizá no le gustase el Old Boot en absoluto y se trataba de otro aspecto más sobre el que Nick se había estado engañando desde el principio.
Colocó el vaso de agua mineral -sin hielo, porque el hielo de los pubs era poco higiénico- sobre la mesa, delante de Janine, quien empezó a dar sorbos sin ningún entusiasmo. A pesar de que su mujer se encontraba claramente incómoda, tenía un aspecto radiante. Como siempre, su cabello brillaba y su cutis lanzaba destellos. Llevaba un jersey negro ceñido que parecía suave al tacto y resaltaba sus curvas, todas ellas en el lugar apropiado; era una buena propaganda de la profesión que había elegido. Nick se preguntó si aún amaba a Janine. ¿Estaría así de nervioso si ya no le importara? No, no lo estaría, y por supuesto que le importaba. No te pasas siete años con una persona y luego deja de importarte de la noche a la mañana. Bueno, por lo menos a él no le había ocurrido. No podía responder por su mujer, quien no daba la impresión de que Nick le importara demasiado, la verdad.
- Bueno -dijo ella, por fin-, ¿qué tal la vida en casa de tus padres?
- Terrible -respondió Nick-. Si no encuentro casa pronto, me voy a volver loco.
- ¿Tu madre?
- Es un misterio que mi padre todavía no la haya descuartizado con el cuchillo eléctrico. Podría alegar sufrimiento humano extremo como defensa.
Janine dejó que su cabello cayera hacia delante y le miró desde debajo de sus pestañas.
- ¿Sabe que has quedado conmigo esta noche?
- No -Nick hizo una mueca-. Cuanto menos sepa, mejor. De hecho cree que me estoy corriendo una juerga con una luchadora de barro de Macclesfield.
Janine arqueó las cejas.
- Es una larga historia -añadió Nick.
- Se enterará -observó Janine-. Lo más probable es que te haya colocado un micrófono oculto.
- Ah, sí -Nick suspiró-. Seguro que me está escuchando.
Janine se puso a juguetear con la cartulina en la que estaba escrito el menú.
- ¿Has cenado?
- Vivo con mi madre -dijo él a modo de respuesta.
- Claro, habrás comido por diez.
- Por veinte -puntualizó Nick dándose palmadas en el estómago-. Pero tú pide lo que te apetezca.
Janine apartó la carta a un lado.
- No tengo hambre -dijo. Frunció los labios mientras miraba a Nick-. Últimamente no tengo mucho apetito…
«Dios santo -pensó Nick-, que no haya venido a decirme que está embarazada. ¿Las mujeres rechazan la comida cuando están embarazadas o acaso comen más?». No tenía ni idea, la verdad. Pero si Janine esperase un hijo de Bone, el carnicero, la noticia le caería como un mazazo. Un sudor frío empezaba a brotarle en la espalda y dio un sorbo de cerveza para tratar de apartar ese pensamiento de su mente.
- ¿Sabes? -prosiguió Janine-. Me alegro de que sigamos siendo amigos.
- Bueno, si no fuera así, echaríamos a perder los años que hemos pasado juntos -se relajó un poco, ya que aún no se había producido el anuncio-. Y tuvimos épocas buenas -Nick esbozó una sonrisa cansada-. De hecho, para mí todo iba bien.
Janine se ruborizó.
- Siento que se acabara de esa manera.
Nick se encogió de hombros y trató de adquirir una expresión de indiferencia.
- Así funciona el mundo en estos días.
«Te hartas del viejo y vas a por el nuevo. Teléfonos móviles. Coches. Frigoríficos. Parejas. Lo mismo da. En el caso de los cónyuges, no importa que hayas hecho todo tipo de promesas solemnes a la parte contraria. Sólo se necesitan unos cuantos miles de libras y un par de papeles diciendo que se trató de una gran equivocación, que en realidad no tenías esa intención, y ya te puedes quedar con la conciencia tranquila», pensó Nick.
- A veces te echo de menos -confesó Janine-. Phil no se parece en nada a ti.
- Creía que ése era el mayor atractivo.
- Nos hemos comportado como auténticos adultos en este asunto.
- Sí, claro -respondió Nick-. Auténticos adultos, es verdad -sólo los adultos son capaces de comportarse tan puñeteramente mal.
Janine vaciló y luego deslizó la mano por la mesa en dirección a Nick. Éste se quedó mirándola con estupor.
¿Esperaba Janine que Nick la cogiera? Por si acaso, seguiría sujetando su vaso.
- Nick -Janine exhaló un suspiro un tanto exasperado y apenas audible-, a veces me pregunto si no nos precipitamos demasiado.
- ¿Los dos?
Ella se enojó ligeramente:
- No toda la culpa es mía.
- No.
Janine adquirió su expresión de empollona de la clase.
- Nick, la gente no abandona los matrimonios perfectos.
- No -coincidió él-, pero a veces se le da a la otra persona la oportunidad de poner remedio a lo que va mal.
Janine no le había dado semejante oportunidad ni por asomo. Se limitó a anunciar que había conocido a otro hombre y pidió a Nick que se marchara. Él seguía sin saber qué había pasado y tal vez ése era el motivo por el que no había podido hacer borrón y cuenta nueva, ya que había existido una lamentable ausencia de detalles sórdidos de los que acusar a su mujer. ¿Cómo podía ser que Miss Vegetariana del Año hubiera ido a liarse con un carnicero? Nick había tenido que contentarse con hacer conjeturas, pues su mujer permaneció con los labios sellados -y cierto aire de superioridad- acerca de la naturaleza exacta del romance.
- ¿Es eso lo que te hubiera gustado?
- Ahora ya no importa mucho, ¿no te parece? -replicó él-. Los dos hemos dejado atrás nuestra relación Tú eres feliz con Phil y yo tengo una luchadora de barro imaginaria.
Janine retiró la mano.
- Me dio la impresión de que te llevas muy bien con Anna.
- Sí -respondió Nick con entusiasmo-. Es fantástica. Una verdadera baza para el negocio.
- ¿En serio? -repuso Janine-. Creía que tenía otras bazas más evidentes.
Nick fingió un aire de inocencia:
- No me había fijado.
Pero claro que se había fijado, y Janine sabía que estaba mintiendo.