Capítulo 69
Nick decidió que tenía que marcharse de inmediato, antes de que Sam y Sophie se volvieran a meter en faena. Aquel edificio podría albergar apartamentos de lujo, pero los tabiques debían de ser tan finos como los de cualquier chalet adosado de clase media. Justo cuando iba a salir por la puerta principal, sonó el portero automático.
- Ya contesto yo -dijo Nick elevando la voz, aunque no obtuvo respuesta por parte de Sam. Cogió el telefonillo-. ¿Sí?
- Mensajero -respondió una voz ronca.
- Suba.
Nick apretó el botón para abrir la puerta de entrada al edificio. Menos mal que él estaba allí, si no Sam tendría que haber vuelto a practicar el coitus interruptus. Tras echar un vistazo en dirección al dormitorio, que por fortuna aún seguía en silencio, Nick abrió la puerta del apartamento.
Antes de que pudiera darse cuenta, alguien le atacó. Como caído del cielo, un puño salió disparado hacia delante y le golpeó de lleno en la nariz. Nick se cayó al suelo y se llevó la mano a la cara. La sangre le corría entre los dedos. Era la segunda vez que le derribaban en dos semanas; algo tenía que cambiar en su estilo de vida.
El hombre que descollaba por encima de él se frotaba los nudillos enrojecidos. Tenía el semblante blanco de ira. Era corpulento y parecía de esos tipos a los que no conviene enfadar. La cabeza de Nick palpitaba de dolor.
El hombre agitó un rollizo dedo en dirección al herido.
- Apártate de mi mujer.
- Pero… -comenzó a decir Nick, mientras trataba desesperadamente de salir de su aturdimiento.
- Nada de excusas -zanjó el desconocido-. Escúchame bien: apártate de ella.
- De acuerdo -respondió Nick con un hilo de voz.
Esa especie de portero de discoteca le había confundido con Sam, qué se le iba a hacer. Nick podría haber alegado su inocencia, pero entonces su amigo habría recibido una buena paliza.
El hombre se marchó con paso firme y salió del edificio dando un portazo.
Nick se quedó tumbado en el frío suelo de baldosas del vestíbulo de Sam deseando con todas sus fuerzas que el dolor remitiera. Pensó que el asaltante debía de ser el marido de Sophie. A menos que hubiera más maridos por ahí buscando a su amigo, lo que siempre era una posibilidad. Le dolía el cuerpo entero, incluso las zonas que habían quedado a salvo del ataque. Una agradable oscuridad acechaba en los bordes de su campo de visión.
- ¡Ay! -exclamó Nick a nadie en particular.
Desde algún lugar lejano de un mundo diferente, escuchó cómo se abría la puerta del dormitorio. Su amigo salió corriendo a toda velocidad.
- ¿Se ha marchado?
- Humm -masculló Nick.
- ¡Mierda! -Sam se arrodilló junto a la cabeza de su amigo-. Era Tom, el marido de Sophie.
«¿En serio?», se preguntó Nick, sin llegar a articular palabra.
- ¡Madre mía! -Sam empezaba a sucumbir al pánico-. ¡Te ha pegado!
- Sí. Me ha pegado -a la hora de afirmar lo obvio, su amigo no conocía rival.
- Joder! -exclamó Sam-. ¡Estás sangrando!
Nick trató de levantarse.
- No es más que una herida.
La habitación giraba a su alrededor de manera alarmante.
Tras sujetar a Nick, Sam se cargó el peso muerto de su cuerpo sobre el hombro y lo fue arrastrando a través del salón.
- Tom debe de haberse enterado de lo nuestro -dijo, mordiéndose el labio con inquietud.
- Me parece que no vas desencaminado.
Sophie llegó como una exhalación, intentando alisarse el cabello enmarañado mientras se ceñía el cinturón de la bata de Sam.
- Hola -se las arregló para decir Nick mientras yacía en el sofá de su amigo deseando encontrarse en cualquier sitio que no fuera en mitad de aquella cita amorosa que había dejado de ser secreta.
- Siento muchísimo haberte metido en este embrollo -dijo ella con voz llorosa al tiempo que le entregaba una toalla de manos de color negro que había cogido del cuarto de baño.
- ¿Qué quieres que haga? -preguntó Sam.
- Dejar de tirarte a las mujeres de los demás.
Sophie estalló en un llanto.
- No pretendía ofender -se excusó Nick.
- Estaba pensando en un poco de coñac o de cerveza -repuso Sam con tono malhumorado-. Tengo algunas latas en la nevera.
- ¿Va bien la cerveza para las narices rotas?
La pregunta parecía indicada.
- ¿Crees que está rota?
Nick pensaba que con aquel puñetazo tan brutal tenía que haberse partido con toda seguridad. Pero no respondió, sino que permaneció tumbado mientras le embargaba el sentimiento de que se trataba del primero de una pavorosa cadena de acontecimientos que cambiarían las vidas de todos ellos de manera irrevocable.
Sophie seguía de pie, alejada del centro del salón, con aspecto avergonzado.
- Será mejor que me vista -indicó con tono azorado.
Acto seguido, desapareció tras la puerta del dormitorio.
- Te debo una, colega -dijo Sam, agradecido.
Nick notó que los párpados, pesados como el plomo, se le cerraban. La habitación se fue estrechando a su alrededor, envolviéndole.
- Sí, me la debes -respondió.
Y ya no recordó más.