Capítulo 80
Temo este momento. Poppy está en la cama y ya no tengo excusa para rezagarme. Ya es mayor para permitirme que le lea un cuento en voz alta; ni siquiera accedería por complacerme. Reconozco que cuando la veo con su padre siento celos de su expresión de entusiasmo, de sus ansias de agradar. Nunca he visto que haga lo mismo con su pobre madre, que la mima y le procura todo cuanto necesita sin fallar ni un solo día. No me encuentro en la lista de los objetos de veneración, sino que aparezco en el listado de elementos a tolerar, junto con las revisiones del dentista, la verdura fresca y la ducha diaria.
Cuando Bruno ha subido a darle las buenas noches, Poppy ha mostrado tal grado de emoción que se diría que la reina de Inglaterra, o el cantante Gareth Gates o algún otro personaje por el que mi hija daría la vida, hubiera acudido a visitarla. Pero es verdad que hubo un tiempo en el que Bruno provocaba en mí un efecto parecido. En este momento se encuentra abajo, en el salón, y oigo el siseo de otra lata de cerveza al abrirse.
- Buenas noches, cariño -planto a Poppy un beso en su mejilla caliente, sobreexcitada.
- Mamá -dice ella-, me alegro de que papá haya vuelto a casa.
- Duérmete -le doy un golpecito con el dedo en la punta de la nariz-. Ahora mismo. Estarás agotada por la mañana.
Mi hija me lanza una mirada de desdén, como diciendo: «Podría pasarme la noche en pie y seguir tan fresca». Mientras tanto, yo me encuentro al borde de la extenuación. Para demostrar su vitalidad, Poppy abre los ojos de par en par y se pone a entonar una canción de Atomic Kitten que habla de echar un polvo a cualquier cosa que se mueva.
Haciendo caso omiso de tan lasciva letra, le doy una palmada en el trasero por encima del edredón y repito:
- Duérmete de una vez.
Me encamino a la puerta con la vana esperanza de que pesque la indirecta.
- Mamá…
- ¿Y ahora qué?
Una expresión preocupada ensombrece el rostro de mi hija.
- ¿Crees que papá se quedará esta vez?
No, creo que no, pero, diplomáticamente, respondo:
- Mañana hablaremos de eso.
- Me encanta que esté en casa -insiste Poppy, clavando unos cuantos alfileres más en mi corazón herido-. ¿Y a ti?
- Sí -miento con el fin de apaciguarla-. Y ahora, por última vez, ¡a dormir!
Salgo de la habitación y una vez fuera, en el rellano, me apoyo contra la puerta y trato de concentrarme en la respiración con el fin de serenarme. Para ser sincera, ni siquiera me apetece que Bruno respire el mismo aire que yo.