Capítulo 5
Nick dio un respingo cuando el borde del tazón caliente le rozó el labio inflamado. Con los dientes, comprobó el grosor de la inflamación, que recordaba a una salchicha. El señor y la señora Smith también sujetaban sus respectivas tazas de té mientras que los tres, de pie, admiraban el confortable automóvil de pequeño tamaño que tenían ante sí.
- Es un coche mucho más bonito -indicó Nick a la pareja. Se trataba de otro Rover, aunque era un modelo mucho más reciente-. Sólido como una roca. Su historial de servicio es impecable. Lleva equipo de CD de última generación…
Ambos ancianos se mostraban muy confusos.
- Aunque puede que eso no les importe.
Preocupada, la señora Smith preguntó:
- ¿Podremos escuchar a Terry Wogan?
- Sí, dispone de radio. Voy a sintonizar Radio Dos especialmente para ustedes.
La mujer suspiró aliviada.
- Tiene un equipo completo de llantas nuevas y, a ese precio, es una ganga -Nick se alejó un paso del señor Smith-. No tendrá que tumbarme a tierra otra vez.
El señor y la señora Smith se encontraban visiblemente satisfechos.
- ¿Cómo es que sabe tanto sobre este coche? -preguntó el marido.
Nick suspiró.
- Porque es el mío.
- Ah, pero no podemos quitarle su coche, ¿no es cierto, Ron? -intervino la mujer.
- Insisto -repuso Nick-. Les durará mientras vivan -Nick consideró la fragilidad de la pareja-. Probablemente más.
- Es usted una buena persona -la señora Smith le dio una palmadita en el brazo.
- Sí, es la fama que tengo.
Mientras trataba de no pensar en lo mucho que la decisión iba a costarle, Nick abrigó la esperanza de que cuando sus propios padres fueran igual de ancianos y seniles encontrarían a alguien compasivo que no les estafaría aprovechándose de su ignorancia.
- ¿Se quedará con nuestro coche como parte del pago?
Nick siguió la mirada del señor Smith hasta una pila de chatarra aparcada en la calle. Aquella cosa no podía seguir circulando por la carretera, de ninguna manera. Era una trampa mortal. ¿Acaso la pareja no tenía escondido en algún sitio un hijo cariñoso que cuidara de ellos?
- ¿Ha pasado la ITV?
El señor y la señora Smith le miraron sin comprender.
Jamás conseguiría vender semejante cacharro. Daba la impresión de que el vehículo se mantenía de una pieza a base de cuerdas y oraciones.
- Sí -respondió Nick-, lo aceptaré como parte del pago. Les daré quinientas libras por él.
Los ojos del señor Smith se iluminaron. Cincuenta libras ya le parecían demasiado.
- Bueno, ¿hacemos el trato?
- Sí -el señor Smith le entregó su taza vacía, sacó un talonario y extendió un cheque.
- No suelo aceptar talones por esta cantidad -Nick se mordió el labio-. ¿Tiene tarjeta de crédito?
De nuevo ambos le miraron con evidentes signos de incomprensión. Lo más probable era que tuvieran en casa un reproductor de vídeo que no sabían programar.
- Se tardará unos días en compensar el cheque.
La decepción les cayó encima como una losa.
- ¡Vaya! -se lamentó el señor Smith-. Nos hacía mucha ilusión llevárnoslo ahora mismo. Tenemos dinero suficiente en el banco, ¿no es verdad, Elsie?
Elsie asintió con entusiasmo.
- Hemos estado ahorrando de nuestra pensión.
- De acuerdo -accedió Nick-. Seguro que no habrá problemas. ¿Le importa escribir su dirección en el dorso del cheque? En los días que corren, toda precaución es poca.
El señor Smith obedeció y Nick le entregó las llaves, la documentación y el permiso de circulación del automóvil.
- Ya es todo suyo.
- Ay, muchas gracias -la señora Smith parecía a punto de echarse a llorar mientras soltaba su taza-. Ha sido usted muy amable, querido mío. Y gracias por el té.
- De nada -respondió Nick con una cálida sonrisa.
El señor Smith forcejeó hasta colocarse en el asiento del conductor y Nick rodeó el coche para ayudar a la señora Smith a montarse por el lado del acompañante. Les observó mientras rodaban lentamente para salir del solar; sonreían sin parar y agitaban la mano como locos. Luego avanzaron por la calle a un ritmo tal que jamás pondría un radar de velocidad en funcionamiento.
Nick contempló con desolación la vieja y oxidada pila de chatarra que le habían endosado. No tenía ni idea de cómo aquel matrimonio se las había arreglado para llegar hasta allí en semejante artilugio. Lo más probable era que el maldito chisme ni siquiera arrancara. De alguna manera tendría que moverlo para introducirlo en el recinto, pues de lo contrario le plantarían una multa en el parabrisas; encima, más gastos.
- Hola, hola -Sam, el amigo de Nick, atravesó el patio de exposición.
- Hola, Sam -Nick apartó su atención del problemático coche-. ¿Qué haces por aquí?
Su amigo acarreaba dos cajas con pizzas para llevar sobre las que se balanceaban sendos vasos de plástico.
- Ya he conseguido suficiente dinero por esta mañana -respondió Sam-. ¿Qué tal si hacemos que las ruedas de nuestros grandes negocios dejen de avanzar sin descanso y nos tomamos un respiro para una comida de trabajo?
Sam era alto, guapo y poseía una aplastante seguridad en sí mismo, además de todas las otras cosas que Nick desearía tener en su próxima vida. Se dedicaba a alguna clase de trabajo maravillosamente glamuroso en uno de los edificios más distinguidos de la ciudad, vestía trajes de firma y conducía un Porsche flamante y sinuoso. Por lo general, los hombres odiaban a Sam, mientras que las mujeres lo adoraban. A Nick siempre le daba la impresión de que encogía bajo la sombra de Sam, ahora en la misma medida que en los días escolares de ambos; pero entonces a su amigo le gustaba ejercer de protector. Además, Sam había sido una constante fuente de apoyo durante la ruptura de Nick con Janine. El hecho de que ya odiase a Janine con anterioridad le había hecho especialmente vociferante a la hora de criticarla, lo que había conseguido que Nick se sintiera mejor, ya que él mismo nunca había sido capaz de censurar a su mujer.
Nick siguió los pasos de Sam mientras éste se encaminaba hacia la oficina.
Sam echó una mirada a la pila de metal oxidado que Nick había aceptado como parte del pago del coche de sus amores e hizo un desdeñoso gesto de cabeza en su dirección.
- Me parece que te acaban de timar, colega.
- Los dueños eran ancianos. Y pobres -alegó Nick en defensa de la pareja-. Habría sido como desplumar a mis propios abuelos.
Sam lanzó a Nick una mirada de lástima.
- Es un vehículo clásico -prosiguió Nick.
- Es verdad, clásicamente espantoso.
Nick suspiró.
- ¿Has pensado alguna vez que no valgo para los negocios?
- Con frecuencia -Sam pasó un brazo por los hombros de Nick y le fue guiando para que esquivara los charcos que se habían formado durante el último chaparrón-. ¿Qué pizza te apetece? ¿«Fantasía de carne» o la más afeminada, de marisco y granos de maíz dulce?
- Tomaré los granos afeminados -respondió Nick-. De momento, paso de la carne.