Capítulo 61

Cualquiera pensaría que estoy loca. Yo misma creo que estoy loca. Me he pasado la noche en vela pensando en Nick. Ya sé que he dicho que es mi jefe y que, por algún motivo, sigue vinculado emocionalmente a su manipuladora ex mujer; pero no siempre tengo razón. A veces merece la pena que pasen estas cosas para ver adónde conducen, y si ahora no doy el paso puede ser que lo la mente en los años por venir. Le he estado dando vueltas toda la noche, mientras trataba de arrancarles algo de espacio en la cama a mis queridos hijos, tan propensos a acaparar edredones.

¿Y qué estoy haciendo ahora? Aparte de ir con retraso una mañana más, doy un barrido a mi armario, prenda a prenda, intentando encontrar algo para ponerme que, por un lado, sea absolutamente provocativo y, por otro, lo bastante recatado para la oficina. Me decido una vez más por otro de los seductores trajes de chaqueta de Sophie. En esta ocasión se trata de un conjunto azul lavanda bajo el que me pongo un top negro que se me pega al cuerpo. Si tiro de él hacía abajo y me lo remeto por las bragas, que me llegan a la cintura, consigo un escote fabuloso. Ah, y del fondo del cajón de la ropa interior he rescatado aquel sujetador con efecto realce. No me he decidido por el tanga de marabú porque no me serviría para remeterme la parte de arriba y me quedaría sin el escote. El tanga podrá ser sensual, pero no tiene nada de práctico. Además, si me pongo medias encima las plumas se aplastarán. Esperaré a tener las piernas morenas para probarlo.

Esta mañana he estado tan ocupada eligiendo vestuario que no he tenido tiempo de alimentar a mis hijos, de modo que Poppy se ha hecho cargo del desayuno. Eso, con toda probabilidad, significa que ahora quedan en el armario de la cocina muchos menos alimentos con chocolate que hace media hora. Connor muestra un revelador círculo marrón alrededor de la boca, que procedo a limpiar con una bayeta húmeda. Me pregunto de dónde habrá sacado mi hija ese concepto de la nutrición.

En todo caso, los dos están preparados y me esperan. Poppy, con expresión de aburrimiento, se ha vuelto a tumbar en la cama. No ha mencionado la posibilidad de llamar por teléfono a Stephanie Fisher, pero percibo que la pregunta acecha en las comisuras de sus labios.

Mientras me pongo a dar saltos para encajar los pies en unos zapatos de tacón alto que se niegan a cooperar, suena el teléfono, y bien podría tratarse de la antes mencionada Stephanie Fisher interesándose por la ropa que Poppy va a llevar puesta a clase. Soy una de esas madres a la antigua usanza que apoyarían con entusiasmo el regreso al uniforme escolar, en vez de tener que soportar este rito diario de comparación de modelitos. No necesito que mis hijos se expresen a sí mismos a través de la vestimenta que llevan al colegio. De todas formas, tengo que llevar a cabo inspecciones regulares en busca de señales de esmalte de uñas, sombra de ojos o brillo de labios aplicados a hurtadillas en contra de las normas del centro escolar.

- Mierda, mierda -me lamento, olvidando que Connor repite mis exabruptos en el momento más inoportuno-. Cariño, haz el favor de contestar.

Poppy se da la vuelta y levanta el teléfono.

- Pero si es Stephanie Fisher, dile que ahora no tienes tiempo de cambiarte -añado-. Y si es alguien a quien debamos dinero, dile que he emigrado del país.

Poppy se coloca el auricular en la oreja.

- ¿Diga? -mi hija ahoga un grito de júbilo-. ¡Papá! ¡Papá! ¡Es papá!

A Poppy se le salen los ojos de las órbitas de pura alegría. A mí no me ocurre lo mismo. Me lanzo sobre la cama y agarro el teléfono. En cuestión de segundos, los nudillos se me han puesto transparentes.

- ¿Bruno -escupo-, eres tú?

No hay respuesta y, tras unos instantes, cuelgo.

Poppy adquiere una expresión desolada.

La rodeo con el brazo y la atraigo hacia mí.

- No había nadie, tesoro.

- Pero dijo «hola» -insiste ella-. Era la voz de papá.

¿Reconocería mi hija la voz de Bruno después de tanto tiempo? No lo creo.

- Era papá, ¿no es verdad?

- No -respondo con suavidad-. Me parece que no -la abrazo otra vez-. Venga, hora de ir al colegio. Hay que ponerse en marcha.

Poppy se levanta y la noto desanimada, apática.

- ¿Por qué ya no llama nunca?

- Supongo que estará ocupado, cariño -sugiero.

«Donde quiera que se encuentre el muy canalla», añado para mis adentros.

Poppy no parece convencida, pero no se me ocurre una explicación mejor.

- Venga -le doy una palmada en el trasero-, sé buena chica y llévate a Connor y métele en el coche.

Cuando escucho que mi hija abre la puerta principal y sé que no me puede oír, marco el 1471 para devolver la llamada y compruebo que quien acaba de telefonear tiene un número oculto. Qué típico. En fin, ya no puedo hacer más.

Lanzo una frenética mirada al reloj. Por fin consigo embutir los pies en los zapatos y, a tropezones, salgo en busca de mis hijos.

Me vuelves loca
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