Capítulo 16
Estoy tumbada en la bañera, tratando de mentalizarme para mi noche de juerga con Sophie. No recuerdo cuando fuimos juntas a una discoteca por última vez; por consiguiente, también se me ha olvidado lo que el proceso de mentalización implica. Cuando éramos jóvenes nos pasábamos el día arreglándonos y acicalándonos como preparación para las actividades nocturnas. Hay que ver a lo que me ha conducido semejante actitud: dos padres desaparecidos y una falta de liquidez permanente.
- Mamá, ¿no eres ya muy vieja para ir a discotecas?
- Sí -respondo a mi encantadora hija-. Muchas gracias por recordármelo.
También trato de prepararme espiritualmente para una noche de fiesta con el acompañamiento de un solo de tambor por parte de Connor. Por mucho que quiera a mi hijo, no puedo decir que esté dotado para la música. Poppy baila al son del tambor. Recuerdo que Sophie y yo danzábamos al ritmo de A-Ha, KC and the Sunshine Band y Bananarama. Empleábamos tres horas e igual número de botes de laca Silvikrin en conseguir que nuestro pelo adquiriera la rigidez necesaria para que nos vieran en público. Yo trataba de parecerme a Kim Wilde, mientras que Sophie -por razones que sólo ella conocía- se esforzaba por dar la imagen de Sheena Easton. Cuando vuelvo la vista atrás, aquellos días se me presentan despreocupados, libres de tensiones, y jamás imaginé que mi vida se iba a desarrollar de esta manera. Al contrario, me veía casada con Morten Harket o con uno de los miembros de Duran Duran -John Taylor, a ser posible-. Chicos: siempre han sido mi perdición.
- La madre de Stephanie Fisher no va a las discotecas.
Pero es que la madre de Stephanie Fisher es una fastidiosa ama de casa que hornea bizcochos caseros y prepara sus propias bolsas de cumpleaños. No expreso esta opinión, pues quiero evitar que mi hija crezca sin respetar a sus mayores, incluso aunque algunos sean unos pelmazos de tomo y lomo.
- ¿No te alegras de que todavía me apetezca pasármelo bien?
Poppy reflexiona antes de contestar:
- Podría enseñarte unos pasos de baile para que no hagas el ridículo.
- De acuerdo, adelante.
Cualquier cosa por mantenerla callada. Ahora bien, tengo la firme intención de hacer el ridículo esta noche, ya que puede transcurrir mucho tiempo hasta que vuelva a tener la oportunidad. Vamos a ir a un espantoso local frecuentado por empleados de oficina donde se lleva a cabo un mercadeo de carne fresca. Además, el precio de las copas es excesivo y la música suena a tal volumen que resulta imposible entablar una conversación. Creo que me va a horrorizar, lo que es un signo evidente de que me estoy haciendo mayor antes de tiempo.
- Connor, toca: Oops! I Did It Again, la canción de Britney Spears -decreta su hermana.
Connor nunca pierde un redoble, ni siquiera lo cambia: se limita a tocarlo más fuerte. Mucho más fuerte. Oops! I Did It Again parece tener exactamente la misma melodía que En la granja de Pepito. Es curioso. No me había dado cuenta hasta ahora. Renuncio a tratar de relajarme y me hundo entre la espuma de mi gel de baño barato, de la línea blanca de los supermercados Tesco. Me muero por usar un gel de marca -de Jo Malone o algo parecido- que desprenda olor a nardos, además de crema para el cuerpo con minerales marinos esenciales y escamas de oro, a unas ciento diez libras por bote. Ésa es la vida que yo quiero.
Mi hija se lanza a ejecutar giros, vueltas y sacudidas que resultan de lo más indecente para una niña de tan corta edad. En serio, tengo que hacer algo con su tendencia a bailar al estilo de Spearmint Rhino, y debería demandar a Los 40 principales por los destrozos que provocan en mis muebles y paredes. Voy a tener que alimentar a mis hijos a base de judías con tomate y tostadas durante el resto de la semana para poder financiar el despilfarro de esta noche. Mientras los redobles de Connor me provocan dolor de cabeza, me pregunto si será demasiado pronto para pedirle a Nick un adelanto de sueldo.