Capítulo 6
Nick, sentado en una silla de jardín de plástico, balanceaba su pizza sobre las rodillas; mientras tanto, Sam se recostaba en el sillón de piel de imitación y apoyaba los pies sobre el escritorio, en el reducido espacio que su amigo había dejado libre entre la pila de papeles. El viento se colaba por las rendijas de las ventanas mal ajustadas, por lo que las cortinas oscilaban acompasadamente.
- Cuéntame más.
- Era atractiva -explicó Nick-. Preciosa, diría yo. Rubia. Divertida. Sofisticada. Soltera.
- ¿Pecho?
- Sí, aunque no demasiado.
- ¿Es que se puede tener demasiado? -preguntó Sam al tiempo que masticaba con entusiasmo su pizza de masa gruesa-. ¡Menuda suerte! Encontrarse a una piba en el despacho de tu abogado. Mis felicitaciones, tío -bebió un ruidoso sorbo de café-. Dime, ¿cuándo vuelves a verla?
- Bueno…, no quiero precipitarme a la hora de empezar otra relación.
- Es decir, que ni siquiera le pediste el número de teléfono.
- Exactamente, no.
Esa era otra de las muchas formas de actuar en las que Nick y su mejor amigo diferían. Sam habría tenido a la encantadora Anna Terry en su dormitorio la misma noche, mientras que a Nick le iban los procesos más lentos. Cuando en el borroso y distante pasado había frecuentado la escena de las citas amorosas, solía tardar una media de doce meses en juntar el coraje suficiente para pedirle a una chica que saliera con él. Y sólo en el caso de que ella tuviera fama de libertina y previamente hubiera expresado su interés, a través de alguna amiga, por que la vieran en público con Nick. La única razón por la que había terminado saliendo con Janine era que ella le había perseguido sin descanso hasta que se hicieron novios. Nick sabía que no era un depredador por naturaleza.
Observó cómo Sam arrancaba con los dientes un pedazo de su pizza rellena de carne. Estaba claro: su amigo sí que era un depredador.
- ¿Cómo vas a convertirte en un dios del sexo cuando dejas escapar una oportunidad de oro como ésa? -masculló Sam a través de la salsa de tomate.
- ¿No querrás decir que cómo voy a convertirme en un dios del sexo cuando he vuelto a instalarme con mis ancianos padres en un adosado de las afueras, donde llevo pijamas a rayas y me paso el día comiendo brazo de gitano relleno de mermelada?
- Tienes que salir de casa de tus padres, colega -dijo Sam-. Ya mismo. Vente a vivir conmigo.
- Sam, tienes una única cama, y por lo general los dos lados están ocupados: uno por ti mismo y el otro por alguna persona cuyo nombre a lo mejor no recuerdas a la mañana siguiente.
- Podría quitar el aparato de remo de la habitación de invitados.
- Sí, sería estupendo -ironizó Nick-. Siempre he querido hacer de carabina. Por lo menos, en casa de mis viejos no tengo que escuchar cómo cumplen con sus derechos conyugales a través de las paredes.
Sam esbozó una sonrisa burlona.
- Apuesto a que lo siguen haciendo.
- Venga ya, no seas absurdo -resopló Nick-. Mi madre lo hizo una sola vez para tenerme a mí y, según cuenta, encontró que se le daba demasiada importancia al asunto. En cuanto a mi padre, ha mantenido un tempestuoso romance con su cortadora de césped Flymo durante los últimos treinta años.
- ¡Vaya vida! -Sam se lamió los labios con aire pensativo-. ¿Crees que nosotros acabaremos así algún día?
- Tú no -musitó Nick-. Tú serás como Mick Jagger, seguirás cantando y bailando pase lo que pase, aunque estés a punto de cobrar la jubilación. Pero es verdad que, muy de vez en cuando, cuando veo cómo mi padre encaja con gran cariño la caja colectora de césped en la cortadora, pienso que podría ser yo mismo dentro de unos años -Nick levantó los ojos de su pizza-. Verás, es que a mí me gusta la jardinería.
Sam apartó a un lado su caja de cartón.
- Esto tiene que acabarse de una vez por todas -se levantó, dispuesto a marcharse-. Esta noche, amigo mío, vamos a salir de juerga.
- Imposible.
- Dime por qué, te lo ruego.
Nick se mostró un tanto reticente.
- Baile en grupo, al estilo country.
Sam soltó una carcajada.
- Sí, ya lo sé; pero he prometido a mi madre que la acompañaría.
- ¿Baile en grupo?
- Sí, baile en grupo.
- Esto es peor de lo que pensaba -concluyó Sam-. A veces, los hijos pueden pasarse de buenos.
- Soy incapaz de dejarla tirada -explicó Nick-. Me lava la ropa y se preocupa por mi bienestar emocional.
- El baile en grupo no va a solucionar el problema -señaló Sam-. Sólo hay una cosa que dará resultado.
- La respuesta no es siempre un polvo a lo loco.
- Ya cambiarás de opinión.
Nick suspiró.
- Bueno, pues mañana por la noche -Sam no iba a aceptar una negativa por respuesta-. Y nada de excusas. No quiero escuchar que vas a acompañar a tu padre a la sociedad de amigos de la Flymo.
- De acuerdo, mañana -accedió Nick-. Mañana, perfecto.
- Genial -Sam se frotó las manos con regocijo-. Acaban de abrir una discoteca para solteros ávidos de sexo y divorciados desesperados que está hasta arriba de nenas calientes. Se van a enterar de quiénes somos.
Nick se mostraba inquieto.
- Ya sabes lo que me cuesta decidirme.
- Todo irá sobre ruedas -Sam hizo caso omiso de las preocupaciones de su amigo-. Lo que pasa es que te falta práctica.
- No quiero practicar con una divorciada desesperada.
Sam le guiñó un ojo.
- Pero puede que alguna sí quiera practicar contigo.
El interés de Nick se avivó en cierta medida. Tal vez había llegado el momento de empezar a cortar las ataduras con su matrimonio, de desechar la esperanza de que una pequeña chispa volviera a encenderse en el corazón de Janine. La sola idea de volver a salir con mujeres le producía dolor de estómago.
- Soy demasiado mayor y demasiado tímido para esas cosas -protestó-. Me gustaba estar casado.
En efecto, le gustaba. El compromiso y la convivencia en armonía conformaban su estado natural. Lástima que Janine se hubiera hartado.
- Pero ya no estás casado, colega. Se ha terminado. Hay que pasar página.
Nick resopló con tristeza y apartó su pizza, inacabada.
- Prepara tus pantalones de baile de licra, amigo mío. Mañana será el comienzo del resto de tu vida -Sam abrió la puerta de la caseta prefabricada, lo que provocó que la brisa removiera los papeles sin archivar-. Tengo que irme -anunció-. Hay dinero que ganar. Y corazones que romper.
Nick se apoyó en el marco de madera mientras observaba cómo Sam atravesaba a zancadas el patio de exposición. Lamentó no parecerse más a su amigo, tan seguro de sí mismo, tan desenvuelto, egocéntrico y carente de sensibilidad.
Sam se dio la vuelta y señaló a Nick con el dedo.
- Mañana. Que no se te olvide.
- ¡No pienso bailar con nadie que tenga raíces negras o lleve zapatos de aguja blancos! -gritó Nick.
- Ya lo veremos -respondió Sam. Acto seguido, se subió de un salto a su reluciente Boxster y agitó la mano con aire despreocupado-. Ya lo veremos.