Capítulo 71
Nick seguía nervioso cuando aparcó frente a su casa. Se quedó dentro del coche contemplando la vivienda, tratando de quitarse de encima la impresión de que era el hogar de otra persona. La nariz le empezó a sangrar de nuevo, de modo que reunió fuerzas y se bajó del vehículo. Pensó que lo que le había ocurrido esa mañana podía dejarle marcado de por vida, y escudriñó la calle con nerviosismo en busca de intrusos que pudieran atacarle o dañarle de algún modo. No vio a nadie, así que rebuscó en el bolsillo y sacó la llave. No encajaba en la cerradura.
Llamó al timbre y esperó. Escuchó las pisadas de Janine sobre las escaleras y luego su mujer abrió la puerta y le hizo pasar.
- Madre mía -Janine se llevó la mano a la boca-, ¿qué te ha pasado?
- Has cambiado la cerradura -dijo Nick con un tono de voz que sonó más acusador de lo que a él le hubiera gustado.
- Perdona -repuso ella-, se me olvidó decírtelo. Me lo recomendó mi abogado. Tengo una llave de repuesto en algún sitio.
El recién llegado suspiró y siguió a su mujer.
«Bienvenido a casa, Nick», masculló para sí.
- Siéntate -dijo Janine mientras atravesaba la cocina con paso marcial-. Te prepararé un té.
- No me apetece un té -respondió él-. Acabo de tomar una taza. Anna me ha dicho que me ponga una bolsa de guisantes congelados en la herida, para bajar la inflamación.
Janine frunció los labios como si acabara de chupar un limón.
- Debe de ser una experta en estos asuntos, ¿no?
- Por lo visto sí. Se partió la nariz hace un par de años.
Aunque su nariz se veía demasiado bonita como para haber estado rota. Nick trató de apartar la imagen de su mente, porque no le parecía correcto albergar esa clase de pensamientos mientras se encontraba herido en la cocina de su casa y en compañía de su mujer.
Janine se apartó del hervidor de agua y se sentó a la mesa, enfrente de Nick. A éste le dolía el cuerpo entero, como si estuviera incubando un resfriado.
- ¿Vas a decirme qué te ha pasado?
Nick se tocó las heridas con cautela.
- Sam tiene una aventura con una mujer casada -explicó a regañadientes-. Se produjo un malentendido propio de Shakespeare o de una comedia de enredo a la francesa, y acabé apaleado por el marido de ella.
- ¡Cielo santo -Janine chasqueó la lengua-, vaya imbécil!
- ¿Te refieres a mí, a Sam o al marido?
- ¡Al marido! -espetó ella-. No se puede ir por la vida propinando palizas a los demás.
- ¿Ni siquiera aunque pienses que están liados con tu mujer? -Nick se frotó la barbilla. Ya no le dolía, lo que era buena señal-. Ahora debe de sentirse mucho mejor. No sabe que ha derribado a quien no debía.
- En cualquier caso -replicó Janine con voz tensa-, me alegro de que tú no te comportaras de esa manera.
- Tal vez debería haberlo hecho -Nick se encogió de hombros-. Es un elemento disuasorio muy efectivo. Si hubiera sido yo el que tenía una aventura con Sophie, la habría abandonado como quien suelta una patata caliente.
- No hablas en serio.
Nick soltó una carcajada, aunque carente de humor.
- ¿Aconsejarías actuar como lo hice yo? Dejé que otro hombre me quitara a mi mujer delante de mis narices. Sin la más mínima protesta por mi parte, se metió directamente en mi casa, en mi cama y en mi vida.
Janine se levantó de su silla, se sentó sobre las rodillas de Nick y le rodeó el cuello con los brazos.
- Todo eso ya ha quedado atrás.
- Sí -respondió él, pero, incluso a sus propios oídos, sus palabras sonaban sin convencimiento. Tal vez se habría sentido mejor si le hubiera dado una buena tunda a Phil, el carnicero. Ya nunca lo sabría. De pronto no le apetecía estar con Janine, ni con nadie más-. Mira, voy a tumbarme un rato. No puedo soportar tantas emociones juntas.
Janine vaciló antes de tomar la palabra. Se puso a juguetear con el cabello de Nick.
- Podría subir al dormitorio contigo.
Nick le retiró las manos del cuello y la bajó de sus rodillas. Esbozó una sonrisa cansada.
- Puede que todavía no haya llegado el momento -respondió.