Capítulo 83
Cuando paso por delante de la puerta de mi dormitorio descubro que Bruno se encuentra como en su propia casa en todos los sentidos. Se ha quitado la camisa y está tirado cuan largo es sobre el edredón, mientras una lata de cerveza descansa en la mesilla de noche. Suspiro profundamente y me apoyo en el marco de la puerta. ¿Cómo me puede seguir atrayendo una persona que al mismo tiempo me provoca tanta repugnancia?
- Parece que estás cómodo -comento con toda la aspereza de la que soy capaz.
Me resulta extraño volver a verle tumbado ocupando gran parte de mi cama.
- Te he echado de menos -responde Bruno-. Os he echado de menos a los tres. Son unos niños geniales.
- Sí, lo son -le clavo las pupilas-. Y no se merecen que entres y salgas de sus vidas a tu antojo. Yo tampoco me lo merezco.
- No empecemos a discutir la primera noche que paso en casa -Bruno sacude la cabeza-. He vuelto. Ya te he dicho que voy a quedarme.
Me agarro un mechón de la frente y empiezo a retorcerlo con el puño.
- Puede ser que me hayas repetido lo mismo demasiadas veces.
- Ven a la cama -dice Bruno, y proyecta hacia mí toda la fuerza de su sonrisa de adolescente.
- ¿No te parece un poco presuntuoso por tu parte?
- Antes no te habías quejado nunca -su voz suena melosa, zalamera.
- Tal vez las cosas han cambiado -le respondo.
- Mira -mi marido se incorpora y se apoya sobre los codos-, quiero que lo nuestro funcione. En serio. Sé que hemos tenido nuestros problemas…
- Te quedas un poco corto.
Ignora mi comentario y continúa como si tal cosa:
- Quiero quedarme, por los niños. Y también por ti.
- ¿A qué se debe ese repentino cambio de opinión?
- Tal vez me haya convertido en una persona diferente -sugiere él.
Se me escapa un resoplido desdeñoso.
- Me he dado cuenta de dónde están mis prioridades -afirma con aire sincero-. Estoy madurando. Sí… -levanta una mano-, ya era hora, lo sé.
Me ha quitado las palabras de la boca. Bruno es el máximo exponente del síndrome de Peter Pan, del adulto que se niega a crecer.
- ¿Dónde has estado este tiempo? -pregunto con voz tranquila.
Baja la vista hacia su estómago bronceado.
- En España -responde-. En Marbella, un sitio precioso.
- Ya me imagino.
- Anna, te lo prometo -dice con suavidad mi hiriente marido-, esta vez es para siempre. Lo juro por la vida de mi hija.
Se muestra tan convincente que empiezo a flaquear. Sería tan bueno volver a ser una familia… Si Bruno cambiara…
- Ven aquí -da una palmadita en la cama. Mi cama.
- No -respondo-. Es demasiado pronto.
- Pero puedo quedarme, ¿no? -pregunta con nerviosismo-. Necesito tiempo para demostrarte que voy en serio.
- Sí, puedes quedarte -respondo exasperada-. Puedes incluso dormir en mi cama -Bruno me brinda su mejor sonrisa-. Pero yo me voy al sofá -añado.
- Anna Terry, eres una mujer fría y obstinada.
- Y tú eres un hijo de puta embustero y tramposo -contraataco yo.
- Me encanta cuando sueltas tacos -comenta Bruno.
Ha llegado el momento de marcharme.
- Todavía te amo -declara mi marido.
Me pregunto si con eso basta. Después de haber despedazado el corazón de una mujer y haberlo arrojado a los perros; después de haber vuelto su vida del revés; después de abandonarla magullada, maltratada y sin blanca, ¿es suficiente con presentarse como caído del cielo y anunciar que todavía la amas? ¿Así se arregla todo? En opinión de Bruno, eso parece. Contemplo a mi marido de la manera más desapasionada que me resulta posible. Se le ve guapo, tranquilo, bronceado. No está hecho un manojo de nervios e inseguridades como yo. No da la impresión de que durante los últimos meses haya tenido que batallar contra la adversidad, como me ha pasado a mí. Por el simple hecho de que aún tenemos un documento que nos vincula, no tiene derecho, a colarse en mi vida otra vez. Cada uno a nuestra manera, hemos funcionado sin el otro. Aun así, yo le amaba con todas mis fuerzas. ¿Podría volver a amarlo otra vez? Hubo un tiempo en el que la vida sin él me aterrorizaba. Pero ahora he recuperado mi independencia, mi autoestima. Y sé que no quiero volver a sentirme así nunca más. Sin embargo, tengo que pensar en los niños. Obtener el divorcio es lo más fácil del mundo. Un matrimonio puede disolverse en cuestión de segundos. Pero no es posible borrar del mapa a los pequeños seres humanos que ambos miembros de la pareja han traído al mundo y que por siempre los mantendrán unidos. Hago esto por Connor y por Poppy. Si no tuviera hijos en los que pensar, si sólo dependiera de mí, le cantaría las cuarenta y le obligaría a salir por la puerta; en ese orden.
En cambio, digo:
- Buenas noches, Bruno.
Y me marcho en busca de mi edredón de repuesto.