Epílogo
Dos horas más tarde, estaba sentada en el centro de mando de la FDD, envuelta en una manta, con los dos pies subidos al asiento. Me habían dejado la butaca de la almirante Férrea.
Desde que había estado en la ninguna-parte, me sentía helada. Era una gelidez que no lograba quitarme de encima, y contra la que la manta apenas ayudaba en nada. Seguía palpitándome la cabeza, a pesar de la tonelada métrica de analgésicos que me había tragado.
Había un grupo de personas importantes alrededor de mi butaca, rodeándome. Líderes de la Asamblea Nacional, almirantes de segunda, jefes de escuadrón. Cada vez estaba más convencida de que no pensaban que fuese a volverme contra ellos, aunque al principio, después de mi reentrada en la atmósfera, se habían mostrado muy cautelosos.
La puerta del centro de mando se abrió y por fin entró Cobb cojeando. Había insistido en esperar a que el transporte lo recogiera y lo trajera, y hasta que se hubiera tomado su taza de café de por las tardes.
—Muy bien —dijo Férrea, cruzándose de brazos—. El capitán Cobb ha llegado. ¿Podemos hablar ya?
Levanté un dedo. Quizá fuese mezquino por mi parte, pero sentaba de maravilla hacer esperar a Férrea. Además, había otra persona que merecía estar allí antes de que empezara a dar explicaciones.
Mientras aguardábamos, cogí la radio que tenía al lado.
—M-Bot —dije—, ¿va todo bien?
—Intento no ofenderme por la forma en que me miran los ingenieros de este hangar —respondió él—. Parecen demasiado ansiosos por empezar a arrancarme pedazos. Pero, de momento, nadie ha intentado nada.
—Ese caza es propiedad de… —empezó a decir Férrea.
—Ese caza —la interrumpí— está más que dispuesto a freír sus propios sistemas si alguien intenta abrirlo por la fuerza. La FDD obtendrá su tecnología, pero será en nuestros propios términos.
Lo roja que se puso al oírme también resultó extremadamente satisfactorio. Pero ya no siguió desafiándome.
Por fin volvió a abrirse la puerta y entró Jorgen. Estaba sonriendo, y se me ocurrió que esa expresión, por agradable que fuese, no encajaba del todo con él. Se parecía más a sí mismo cuando se ponía serio.
Pero no era a él a quien estábamos esperando, sino al joven desgarbado que Jorgen había ido a recoger por orden de la almirante. Gali sonrió como un idiota al entrar en la sala, y luego se sonrojó cuando los jefes de escuadrón y los almirantes se apartaron para dejar que pasara y le hicieron el saludo militar. Aunque Férrea estaba furiosa porque Gali y yo no habíamos entregado la nave al instante, la mayoría de los presentes parecía coincidir en que, a la hora de trabajar con una IA demente que amenazaba con destruirse a sí misma, Gali había obtenido un resultado admirable llevando tecnología nueva a la FDD.
—Y ahora, ¿querrás hablar? —preguntó Férrea en tono imperioso.
—Los krells no son lo que creemos —dije—. Mi nave se ha descargado algunas bases de datos suyas y ha descubierto lo que ocurrió antes de que nuestros antepasados aterrizaran aquí, en Detritus. Hubo una guerra. Una gran guerra intergaláctica. Humanos contra alienígenas.
—Contra los krells —dijo Férrea.
—Al principio, no había krells —la corregí—. Éramos solo nosotros contra la galaxia. Y la humanidad perdió. La guerra la ganó una coalición de alienígenas que, hasta donde sabemos M-Bot y yo, consideraba a los humanos demasiado brutales, demasiado incivilizados y demasiado agresivos para permitirnos formar parte de la comunidad intergaláctica.
»Exigieron que todas las flotas humanas, independientes o no, se sometieran a su autoridad. Nuestros antepasados, a bordo de la Desafiante y su pequeña flota, se consideraban inocentes. No habían participado en la guerra. Pero cuando se negaron a entregarse, la coalición envió a un grupo para capturarlos o retenerlos. Eso, y no otra cosa, es a lo que nos referimos como los krells.
Cerré los ojos y continué:
—Nos arrinconaron. Y, después de un conflicto en la Desafiante, mi bisabuela nos trajo aquí, a Detritus. Un planeta que conocíamos pero que había sido abandonado siglos antes.
»Los krells nos siguieron e instalaron una estación para vigilarnos después de que nos estrelláramos. No son unos alienígenas asesinos. Son carceleros, una fuerza cuyo objetivo es mantener a la humanidad atrapada aquí, ya que algunos alienígenas están seguros del todo de que intentaremos conquistar la galaxia si alguna vez se nos permite volver al espacio.
»Las aniquiladoras estaban diseñadas para arrasar nuestra civilización si parecíamos estar cerca de escapar de Detritus. Pero en la mayoría de sus ataques, no creo que de verdad intentaran destruirnos. Tienen leyes que prohíben extinguir una especie por completo. Consideran este planeta como… una reserva de la humanidad. Envían naves para mantenernos concentrados en la lucha, ocupados, y que así no tengamos tiempo de investigar la forma de huir. Y aunque sus cazas siempre han intentado que nuestra flota no crezca demasiado, solo estaban autorizados a emplear cierto nivel de fuerza contra nosotros, para no extinguirnos sin querer.
Me estremecí a pesar de la manta.
—Pero en los últimos tiempos, algo ha cambiado —proseguí—. Parece que esa última bomba de verdad iba con intención de destruirnos. Ha habido… discrepancias políticas sobre cuánto deberían tolerar de nosotros. Han intentado destruir Alta e Ígnea, pero los hemos derrotado. Y eso les da miedo.
—Genial, estupendo —dijo Férrea, volviendo a cruzarse de brazos—. Pero eso no cambia gran cosa. Sabemos por qué nos atacan los krells, pero siguen siendo una fuerza superior a nosotros. Esto solo va a reforzar su determinación de extinguirnos.
—Tal vez —respondí—. Pero esos alienígenas que nos retienen no son guerreros. Son guardias de prisión que, sobre todo, pilotan drones a distancia que no tienen por qué luchar bien, ya que pueden abrumarnos con su superioridad numérica.
—Lo cual sigue siendo el caso —dijo Férrea—. Estamos bajos de recursos, mientras ellos tienen una tecnología más avanzada y una flota orbital. En esencia, estamos condenados.
—Eso es cierto —convine.
—Entonces ¿por qué sonríes? —exigió saber Férrea.
—Porque puedo oír lo que se dicen entre ellos —dije—. Y siempre que sabes lo que va a hacer tu enemigo, tienes una ventaja. Creen que estamos atrapados en este planeta.
—¿Y no es así? —preguntó Jorgen.
Volví a estremecerme y recordé el momento en que había estado en ninguna-parte. Los krells sabían que debían atacar a cualquiera de nosotros que volara demasiado bien porque eran conscientes de la existencia del defecto. Sabían que quien lo tuviera quizá fuese capaz de hacer lo que había hecho yo.
No sabía cómo había podido teleportar mi nave. No sabía si me atrevería a hacerlo otra vez. Pero al mismo tiempo, sabía que la yaya tenía razón. Usar ese poder era la clave. De la supervivencia. De escapar del planeta.
De ser verdaderamente Desafiante.