32

Llegué al complejo de la FDD hecha un desastre sudoroso y sin aliento. Por suerte, mis caminatas diarias desde y hacia mi cueva habían sido un buen sustituto del entrenamiento físico, así que estaba en una forma razonable. Los guardias de la puerta me abrieron paso con un gesto y me obligué a apretar el paso de nuevo. Paré en los vestuarios que había cerca de la plataforma de lanzamiento y me puse el traje de vuelo.

Salí corriendo por la puerta hacia mi nave. Mi Poco estaba solo en la plataforma. El caza de Nedd estaba asignado a otro escuadrón desde hacía tiempo, y todos los demás estarían ya en el aire. Desde lejos llegaba el tenue sonido de las baterías antiaéreas, y las franjas ardientes de escombros cayendo indicaban que aquel campo de batalla estaba peligrosamente cerca del perímetro defensivo de Alta.

De repente, mi fatiga se vio superada por una punzada de preocupación. Había una piloto subiendo a la cabina de mi nave.

—¡Espera! —grité—. ¿Qué estás haciendo? ¡Ese caza es el mío! La piloto vaciló y bajó la mirada hacia el personal de tierra que había preparado la nave. Uno de ellos asintió.

La piloto descendió despacio por la escalera.

—Llegas tarde —me dijo Dorgo, un hombre del personal de tierra—. La almirante ha ordenado que se asignen pilotos a todas las naves desocupadas y se envíen como reservas.

El corazón me martilleó en el pecho mientras la mujer, de mala gana, saltó al suelo y se quitó el casco. Tendría veintipocos años y tenía una cicatriz prominente que le cruzaba la frente. Me levantó el pulgar, pero no dijo nada más mientras se volvía para regresar con paso abatido a los barracones de personal.

—¿Quién es? —pregunté en voz baja.

—Identificador: Vigor —dijo Dorgo—. Una ex cadete a la que derribaron justo antes de graduarse. Era tan buena que la almirante la añadió al listado de reservistas.

—¿Se eyectó? —pregunté.

Dorgo asintió con la cabeza.

Remonté la escalera y cogí mi casco de manos de Dorgo, que había subido detrás de mí.

—Dirígete a 110-75-1.800 —dijo, señalando hacia el campo de batalla—. A no ser que te digan otra cosa. Es donde han ordenado a tu escuadrón que mantenga la posición. Informaré al Mando de Vuelo de que has despegado.

—Gracias —dije. Me puse el casco y las correas.

Dorgo levantó el pulgar, bajó y retiró la escalera. Otro miembro del equipo de tierra hizo ondear una bandera azul cuando todo el mundo se hubo apartado a una distancia segura.

Activé el anillo de pendiente y elevé mi nave. Mil ochocientos era una altitud muy baja para combatir: por lo general, entrenábamos en torno a los 30.000 pies. Me dio la impresión de rozar el suelo mientras me lanzaba en la dirección indicada.

—Cielo Diez —dije después de apretar el botón para llamar a Jorgen—, presente. Identificador: Peonza.

—¿Al final has llegado? —repuso Jorgen—. Me han dicho que iban a enviarnos a un reservista.

—Ha sido por los pelos —dije—, pero los he convencido de que yo soy la única persona capaz de darte la suficiente candela. ¿Estáis combatiendo?

—No —respondió—. La almirante nos ha ordenado mantener la posición cerca de un arma antiaérea. 110-75-1.800, Peonza. Me alegro de que estés, candela o no.

Tardé unos diez minutos en llegar a las coordenadas, donde vi a los otros cinco miembros de mi escuadrón flotando entre dos grandes colinas. Desaceleré haciendo una propulsión inversa y me quedé en posición de compañera de ala con Arcada. Detrás de nosotros, una inmensa arma antiaérea, más larga con creces que el edificio de la escuela de vuelo, oteaba el cielo en busca de krells que se aproximaran. De su base emergían varios cañones más pequeños, listos para disparar a cualquier caza que volara bajo.

Los demás me recibieron con una ronda de saludos. Apenas alcancé a vislumbrar las luces en el cielo que señalaban el campo de batalla. El arma antiaérea, sin embargo, rugió al disparar desde detrás e hizo temblar mi Poco. Muy por arriba, un cascote de los grandes estalló en una lluvia de chispas y polvo.

—Bueno —dijo Arcada por mi auricular—, ¿cuántas muertes vas a acumular hoy, Peonza?

—En fin, la puntuación máxima en una sola batalla la ostenta identificador: Esquivo. Doce muertes directas y nueve asistencias. Supongo que sería arrogante por mi parte intentar superarlo, así que aspiraré al empate.

Esperaba una risita, pero Arcada parecía seria cuando respondió:

—¿Doce-nueve? No parecen tantas.

—¿Ni teniendo en cuenta que la mayoría de las fuerzas de incursión krells son de unas treinta naves?

—Hoy tenemos setenta y cinco —dijo Arcada—. Hay para dar y tomar, si la FDD nos dejara luchar de verdad. —Adelantó un ápice su Poco usando los impulsores de maniobra y yo la seguí.

—¿Dónde creéis que vais? —preguntó Jorgen.

—Solo queríamos ver mejor el campo de batalla —dije.

—Pues dejadlo estar. Regresad a la hilera. Nos han ordenado mantener la posición.

Obedecimos, pero me descubrí ansiosa por entrar en combate. Allí quieta, esperando, mi fatiga no dejaba de reclamar mi atención.

—Llamemos a Cobb —propuse—, a ver si quiere que destaquemos un par de cazas para explorar la zona.

—Seguro que ya tienen exploradores sobre el terreno —dijo Jorgen—. Mantén la posición, Peonza.

—Eh, Arturo —dijo FM por la línea general—. ¿A qué distancia crees que está la batalla principal?

—¿Me lo preguntas a mí? —dijo él.

—Tú eres el listo.

Hubo un momento de silencio en la línea.

—¿Y bien? —insistió FM.

—Ah —dijo Arturo—. Perdona. Estaba… bueno, esperando a que Nedd soltara alguna ocurrencia. Supongo que aún no me he quitado la costumbre. Espera, puedo calcularte la distancia exacta. —Se encendió una luz en nuestra consola de comunicaciones—. Eh, Cobb, ¿a cuánto estamos de la lucha?

—A unos cincuenta kilómetros —respondió Cobb—. Quedaos ahí, cadetes. El Escuadrón Victoria ya casi ha vuelto de las cavernas y os relevará cuando despegue. —Su luz se apagó.

—Qué bueno eres calculando, Anfi —dijo FM a Arturo.

—Considero una señal de verdadera inteligencia saber cuándo hay alguien que ya te ha hecho el trabajo —dijo él—. Eh, sería un buen dicho, ¿verdad, Rara? ¿Lo usarás alguna vez?

—Esto… Benditas sean tus estrellas.

—No es justo —dijo Arcada—. Tendríamos que estar combatiendo. Ya casi hemos dejado de ser cadetes y estoy harta de tanta simulación. ¿Verdad, Peonza?

En la lejanía, los estallidos de luz señalaban los lugares donde morían hombres y mujeres. Donde otras personas perdían amigos, como había hecho yo.

Odiaba aquella preocupación reptante e insidiosa que, de algún modo, se había infiltrado en mi corazón. Aquella vacilación, aquel miedo. Ese día me sentía más fuerte, quizá porque estaba cansada. A lo mejor, si lograba entrar en combate, podría demostrar mi valía… a mí misma.

—Sí, Arcada tiene razón —respondí—. Deberíamos estar acabando con krells, no con nuestra propia paciencia.

—Haremos lo que se nos ha ordenado —afirmó Jorgen—. No se debate con los comandantes. Me parece curioso que afirméis que casi ya no sois cadetes, cuando os falta comprender algo tan fundamental como la estructura de mando.

Me mordí el labio y sentí que se me calentaba la cara de vergüenza. Tenía razón. Estúpido Caracapullo.

Reuní fuerza de voluntad para quedarme esperando a nuestro reemplazo. Sería algún escuadrón de reserva que había estado resguardado, cazas estelares incluidos, en las cavernas profundas. Era un equilibrio precario: no podíamos arriesgarnos a que una detonación barriera de un plumazo la FDD entera al destruir Alta, pero cualquier nave que no tuviéramos en disponibilidad inmediata tardaba un tiempo en regresar por los montacargas de vehículos.

Al cabo de un tiempo, la línea de Cobb volvió a iluminarse. A decir verdad, no estábamos en condiciones de luchar ese día, no después del entrenamiento largo y arduo que habíamos tenido. Me dispuse a dar media vuelta y regresar.

—Escuadrón krell —dijo Cobb—. Ocho naves.

«¿Qué?».

—Están en rumbo 125-111-1.000 —siguió Cobb—. Una pareja de exploradores nuestros los ha pillado colándose a baja altitud. Jefe de escuadrón, vuestros refuerzos aún tardarán entre cinco y diez minutos. Tendréis que entablar combate.

Combate.

—Entendido, Mando de Vuelo —dijo Jorgen.

—Son interceptores krells normales, hasta donde han podido ver los exploradores —añadió Cobb—. Las órdenes de la almirante son que os aproximéis y confirméis visualmente que no hay ningún bombardero entre ellos. Luego, destruid o repeled a los cazas.

»Las baterías antiaéreas estarán preparadas y en espera. Disparar hacia un combate cerrado es una buena forma de matar a nuestra propia gente, pero si podéis anular los escudos de los cazas que se os escapen, las armas pequeñas deberían poder ocuparse de ellos. Y si conseguís llevaros a algún enemigo lo bastante arriba, el cañón grande quizá pueda eliminarlo.

Cobb calló un momento.

—He conectado vuestras naves con el canal general de batalla. Buena suerte, cadetes. Obedeced al jefe de escuadrón y recordad vuestro entrenamiento. Esta vez es de verdad.

La luz se apagó.

—¡Por fin! —gritó Arcada.

—Quiero una formación amplia de barrido —nos dijo Jorgen—. Ya habéis oído el rumbo: 125-111-1.000. Vamos a estar muy cerca del suelo, así que vigilad vuestra elevación relativa. ¡Adelante!

Formamos muy separados, en parejas de compañeros de ala. Arcada y yo, Jorgen y Arturo, FM y Kimmalyn. Aceleramos por el hueco entre las dos cimas y virando hacia el este, siguiendo el rumbo indicado. Hallamos la visual casi al instante: ocho naves krells que volaban formando una U.

—Estamos a tus órdenes, jefe de escuadrón —dijo una voz de mujer por el canal general—. Clase Val. Exploradora Siete, identificador: Capa.

—Explorador Ocho, identificador: Subrayado —añadió una voz masculina.

Clase Val. Serían las dos naves exploradoras. Aún no las veía, pero se unirían a la batalla con nosotros.

Mi fatiga se derritió con el fragor de la emoción. Estaba sucediendo. Un combate auténtico. No un enfrentamiento accidental, sino órdenes concretas de eliminar un escuadrón enemigo.

—Gracias por vuestra ayuda, exploradores —dijo Jorgen—. Tenemos orden de obtener confirmación visual de la posible existencia de un bombardero entre esos amigos de ahí. Pareja de exploradores, quiero que coordinéis eso con el Mando de Vuelo. Mis cazas Poco entrarán en formación de dispersión e intentarán separar al enemigo en unidades solitarias. Centrad vuestra atención en aseguraros de que hemos identificado todas las naves.

—Confirmado —respondió Capa.

—Muy bien, equipo —dijo Jorgen—. Sobrecargad hasta Mag 3 y, cuando establezcamos contacto, reducir a velocidad de combate. Batalla campal, pillad los que podáis y cuidad de vuestro compañero de ala. —Soltó aire—. Que las estrellas os guarden.

—Y a ti, jefe de escuadrón —dijo Arturo.

Los dos sonaban preocupados. Mi resolución se tambaleó. Cosa que odiaba. No iba a convertirme en una cobarde.

—¡Adelante! —ordenó Jorgen.

—¡Sí! —chilló Arcada, y sobrecargó su propulsor.

La seguí, surcando el cielo con una repentina aceleración hacia el enemigo. Al igual que en las simulaciones, los krells se dispersaron ante el ataque directo. No se preocupaban de dividirse en compañeros de ala que se cubrían mutuamente: contaban con que sus naves superiores compensaran nuestra mejor coordinación.

Me ceñí a la parte trasera izquierda de Arcada. Dejamos de sobrecargar yendo a gran velocidad y nos escoramos a la derecha, escogiendo una nave krell concreta como objetivo. Habíamos entrado en una lluvia de cascotes, pero sobre todo eran trozos pequeños que ardían en las alturas. De vez en cuando caía un pedazo de tamaño intermedio cerca de nosotras, soltando humo, pero ninguno era lo bastante grande para maniobrar con la lanza de luz.

Redujimos a velocidades de combate y seguimos a nuestro objetivo. Retrocedí a la distancia justa para estar fuera de alcance si Arcada activaba su PMI. Por encima pasaron dos cazas estelares de clase Val, diseñados para evitar escáneres y alcanzar altas velocidades. No tendrían demasiada potencia de fuego.

—Capa —dije después de pulsar un botón—, aquí Cielo Diez, identificador: Peonza. La nave a la que persigo es un interceptor krell normal.

—Confirmado —respondió Capa. No oí las demás conversaciones, porque los demás estarían informando de manera individual. Con un poco de suerte, los dos exploradores podrían llevar lo bastante bien la cuenta para identificar todas las naves.

Arcada y yo volamos en paralelo al suelo, viramos a la derecha y luego a la izquierda cuando entramos en un gran cráter. Arcada sobrecargó para intentar acercarse y usar el PMI, pero se pasó de largo cuando el krell elevó el morro y ascendió.

Yo seguí tras él y Arcada soltó un reniego en voz baja y se puso en formación detrás de mí.

—No nos persiguen, Peonza. Derribemos esa chatarra antes de que venga alguien en su ayuda.

—Confirmado.

Mantuve la atención en el enemigo. Sí… concentración absoluta. Los sensores de mi casco, a los que ya prácticamente no hacía caso, se calentaron. Sentí que podía anticiparme al viraje del krell mientras salía del cráter y se escoraba a la derecha.

«Céntrate». No importaba nada más. Sin preocupaciones. Sin miedo. Solo yo, mi nave y el objetivo.

Más cerca.

Más cerca.

Ya casi.

—¡Chicos, ayuda!

Kimmalyn.

Maldije mientras se quebraba mi concentración. Allí estaba, perseguida por tres cazas krells. ¡Tirda! FM estaba trazando una curva por detrás, intentando ponerse en posición de ayudarla.

Abandoné la persecución y Arcada me siguió mientras nos lanzábamos hacia Kimmalyn.

—Fuego de cobertura —dije, y las dos disparamos los destructores, acribillando la zona lo suficiente para que los tres perseguidores emprendieran maniobras defensivas y dejaran escapar a Kimmalyn.

—Gracias —dijo FM, entrando en formación al lado de Kimmalyn.

Dediqué un tiempo a localizar a Arturo y Jorgen, que estaban enzarzados en combate aéreo contra tres krells. Con tantos adversarios encima, no se atreverían a usar el PMI y quedar expuestos.

—Tenemos que ir cargándonos a los que van sueltos —dije a Arcada—, y así poner los números a nuestro favor.

—Vale —dijo ella—. A tus tres. ¿Te gusta?

—Ve a por él —dije, y la seguí en dirección a otro krell.

Parecía idéntico al que habíamos estado dando caza, con su misma forma y arrastrando cables que salían por su cola. No parecía que ninguno de los dos fuese un bombardero.

Informé por radio de lo que habíamos visto y acosamos a la nave para apartarla del combate principal. Cuando intentó virar a la izquierda para dar un rodeo, pude sobrecargar mi propulsor e impedírselo. Aislado, intentó dejarnos atrás volando en línea recta y aceleró a Mag 3, a Mag 4.

—¡Voy a entrar! —exclamó Arcada. Su propulsor refulgió con la sobrecarga y la nave se abalanzó hacia delante.

Yo ya estaba anticipando sus actos. Habíamos hecho aquello mismo tantas veces juntas la última semana que sabía por instinto lo que iba a pasar. En una maniobra perfecta, se aproximó justo lo suficiente para liberar su PMI. Con un chispazo azul, su escudo se desactivó, al igual que el del krell.

La adelanté mientras ella desaceleraba y abrí fuego con mis destructores. Fue casi una sorpresa cuando la nave krell explotó en pedacitos fundidos. ¡Había funcionado de verdad!

Arcada aulló mientras las dos perdíamos velocidad. Pivoté y regresé con ella para cubrirla mientras reactivaba su escudo. Cayó a mi lado un trozo de basura espacial, que explotó con un leve estruendo al impactar, no muy por debajo de nosotras.

—¿Es la primera sangre? —pregunté por el canal general—. ¡Jorgen, nos hemos cargado uno!

—Enhorabuena —dijo él con la voz tensa.

Observé el resto de la batalla. Arturo y Jorgen seguían ocupados con las tres naves, y los exploradores habían logrado espantar a otra en dirección contraria, con una maniobra parecida a la que habíamos hecho Arcada y yo. Eso dejaba…

… tres naves persiguiendo a Kimmalyn. Otra vez.

—Tirda —dije—. ¿Arcada?

—Vete. Ya casi estoy reactivada.

Sobrecargué el propulsor y me lancé de vuelta al grueso de la batalla.

—¿Chicos? —llamó Kimmalyn—. ¿Chicos?

—Te tengo —dijo FM—. Te tengo…

FM logró hacer salir en desbandada a las naves, pero otro caza krell trazó un bucle para situarse tras ella. Cuando FM empezó a esquivar, una de las tres naves originales volvió hacia Kimmalyn.

Kimmalyn se puso a esquivar de cualquier manera y me la imaginé entrando en pánico. No había elegido una estrategia a la que ceñirse, sino que iba intentando todas las maniobras de esquiva, una detrás de otra.

Aceleré, pero los disparos de destructor destellaron alrededor de Kimmalyn y su escudo crepitó al absorber un disparo. No dejaba de sobrecargar el propulsor a ráfagas cortas.

«No voy a alcanzarla. No a tiempo».

—¡Rara, aguanta! —exclamé por la línea general—. Voy a intentar una cosa. FM y todos los demás, si podéis desmarcaros y seguirme, intentad hacerlo. Formad una V normal conmigo en la punta.

Viré hacia la nave que perseguía a FM, mucho más cercana que las que hostigaban a Kimmalyn. En vez de disparar, pasé a su alrededor haciendo un bucle, casi raspando el suelo y levantando una nube de polvo. Entonces me lancé hacia arriba y usé la lanza de luz para enganchar un trozo pequeño de escombro espacial. Hice un giro cerrado, pivoté y arrojé el escombro hacia los perseguidores de Kimmalyn. Hasta yo me quedé impresionada de lo cerca que pasó de uno de los krells.

Salí del bucle y FM entró en formación detrás de mí. Jorgen y Arturo abandonaron su enfrentamiento y la imitaron.

—¿Para qué es esto? —preguntó Jorgen por radio—. ¿Qué estamos haciendo?

—Salvar a Rara —dije. «Con un poco de suerte».

Iba a depender de si mi teoría era correcta. Tensa, alcé el morro y sobrecargué el propulsor. Por un breve instante, mantuvimos la formación.

Encima de nosotros, los krells que perseguían a Kimmalyn la dejaron escapar y empezaron a descender… hacia mí.

—Cobb nos advirtió de que los krells intentan destruir nuestra estructura de mando —dije—. Atacan primero a los jefes de escuadrón, si pueden identificarlos, y…

Me vi rodeada de fuego de destructor.

Bien.

Puse en práctica el conjunto de esquivas más complejo que conocía, la secuencia Barrett. Nada menos que cuatro krells se lanzaron en mi persecución. Con ello logré proteger a Kimmalyn, pero cuatro eran demasiados para mí. Cada vez que intentaba ascender o alejarme, una o dos naves lograban interponerse. Mi Poco tembló mientras rodaba y esquivaba, y los destructores impactaron contra mis escudos.

«Tirda. Tirda. ¡Tirda!».

—Ya voy, Peonza —dijo Arcada—. Aguanta.

Seguí esquivando, librándome de los disparos de destructor por los pelos. Una parte de mi cerebro fue consciente de que Arturo derribaba una nave krell. ¿Cuánto tiempo llevábamos luchando? ¿De verdad solo habíamos acabado con dos? ¿Dónde estaban esos refuerzos?

—Más naves —informó Jorgen.

—Ya era hora —dije con un gruñido mientras me escoraba.

—No nuestras. Suyas.

El viraje me llevó directa hacia ellas. Era otro escuadrón de seis interceptores krells. Pasé rodando a través de ellos y, no sé muy bien cómo, me las ingenié para no chocar con ninguno. En la confusión, por fin logré ganar algo de altitud.

Mi truquito debió de convencerlos del todo de que yo era alguien importante, porque tres krells se pusieron a mi cola sin dejar de disparar, mientras yo chillaba perforando el aire. Mis sensores de proximidad estaban atronando, y mis escudos…

Un disparo me alcanzó, haciendo que mi escudo chisporroteara y luego se apagara. Se encendieron luces de aviso por todo el panel de control.

Seguí derecha hacia arriba, haciendo rotar el anillo de pendiente para que apuntara hacia abajo, por detrás de mi caza. Solo tenía que alcanzar la altura suficiente para…

Una explosión iluminó el cielo detrás de mí. La onda de choque sacudió mi Poco sin escudo. Susurré una queda oración dirigida al artillero que estuviera manejando aquellos cañones antiaéreos cuando, con otro impresionante estallido, una segunda nave krell desapareció de mis sensores de proximidad.

El último interceptor krell abandonó la caza, lanzándose en picado para salir del alcance de las baterías antiaéreas. Me recliné en el asiento, sudando, con dolorosos latidos en la cabeza y las luces brillando en mi consola. Viva. Estaba viva.

—¡Arcada! —llamó FM por la línea—. ¿Qué haces?

—Estoy bien —dijo Arcada, casi gruñendo—. Voy a cargarme a este. Sus escudos casi han caído.

Me apresuré a hacer rotar mi nave e inclinarla hacia abajo para ver el ajetreado campo de batalla. Estaba bastante segura de que era Kimmalyn quien se había elevado en mi dirección, para salir del alcance de los krells. El resto de la batalla era un revoltijo de naves krells y fuego de destructor.

«Ahí». Vi a Arcada persiguiendo a un enemigo mientras, a su vez, la perseguían otras tres naves krells. Me había visto obligada a dejarla sin compañera de ala.

Sin hacer caso a la luz intermitente del escudo, porque no tenía tiempo para reactivarlo, me lancé hacia abajo de nuevo en dirección al campo de batalla. Descargué mi destructor hacia los perseguidores de Arcada, pero estaba demasiado lejos y mis disparos fallaron por mucho. El enemigo no abandonó la cacería.

Arcada absorbió un disparo. Y otro.

—¡Arcada, elévate! —grité.

—Ya casi lo tengo. No batiremos ninguna marca actuando como cobardes.

Disparó y acertó a los escudos del krell que tenía delante.

Yo sobrecargué mi propulsor y me arrojé tras ellos. Pero los descensos en picado eran peligrosos para el cuerpo y, en el momento en que se saturaron mis ConGravs, noté en los ojos que la aceleración estaba empujándome la sangre hacia la cabeza.

Apreté los dientes y mi visión se enrojeció mientras me acercaba al grupo de krells. Activé el PMI sin mirar las lecturas de proximidad. No podía desactivar mi propio escudo, al fin y al cabo. Ya no lo tenía.

No vi a cuántos de ellos alcancé. Me faltaba demasiado poco para provocarme daños permanentes. Me nivelé, con la cabeza palpitando y los ojos doloridos. Mientras regresaba mi visión, inicié la reactivación de mi escudo y estiré el cuello para buscar a Arcada. ¿Estaba a salvo?

—¡Me están acribillando! —exclamó Arturo—. ¡Necesito ayuda!

—¡Los refuerzos han llegado! —dijo Jorgen.

Todo era un caos. Apenas lograba encontrar sentido a aquel embrollo, aunque de momento, y por sorprendente que pareciera, nadie parecía estar atacándome.

Vi una explosión a mi derecha.

—¡Lo pillé! —dijo Arcada.

«Ahí». Arcada había abatido a su objetivo, pero seguía teniendo dos naves krells en su cola.

—¡Asciende, Arcada! —chillé—. Siguen detrás de ti. ¡Entra en el alcance de las baterías antiaéreas!

Se inclinó hacia arriba, haciéndome caso por fin. La seguían dos cazas. Activé mi escudo, giré y me lancé en su dirección para echarle una mano, pero había perdido mucho terreno.

—Voy sin escudos —dijo Arcada con un gruñido.

—¡Rara! —llamé, desesperada, volando hacia mi amiga pero demasiado rezagada—. Cárgatelos. Antes he pillado a ese grupo con el PMI. Tampoco llevan escudos. ¡Dispara!

—Eh… —Kimmalyn sonaba inquieta—. Eh…

—¡Puedes hacerlo, Rara! Es como en las simulaciones. ¡Venga!

Un estallido de luz procedente de un destructor cargado hendió el aire sobre nosotras, dirigido a las naves que seguían a Arcada.

Y falló.

Al segundo siguiente, un disparo alcanzó a Arcada y su ala explotó, esparciendo piezas por los aires. El resplandor azul de debajo de su nave empezó a destellar, encendiéndose y apagándose.

«No…».

La nave de Arcada se precipitó hacia el suelo. Desde lejos, no se distinguía de los escombros.

—¡Arcada! —chillé—. ¡Eyéctate! ¡Sal de ahí!

—Puedo… —Hablaba en voz baja, y apenas podía oírla entre los avisos que estaban saltando en su tablero y el mío—. Puedo controlarlo… puedo dirigir…

—¡Tienes el anillo de pendiente dañado! —le dije—. Estás perdiendo altitud. ¡Eyéctate!

—No. Soy. Una. Cobarde —dijo ella—. Valiente hasta el…

Un fogonazo de luz.

Una pequeña explosión en el suelo, insignificante en la tormenta de destrucción que era aquel campo de batalla.

—¡Replegaos! —ordenó Jorgen—. ¡Todos, replegaos ahora mismo! Dejad este combate a los pilotos graduados. ¡Tenemos orden de retirarnos!

«Arcada…».

Al principio, no pude moverme. Solo me quedé mirando el lugar donde Arcada había chocado contra el suelo.

—Peonza —dijo Jorgen. ¿Cuándo se había situado junto a mí?—. Tenemos que irnos. Estamos demasiado agotados para esta lucha. ¿Me oyes?

Parpadeando para contener las lágrimas, susurré:

—Sí.

Entré en posición tras él mientras descendíamos, y volamos casi rozando la superficie para huir del campo de batalla.

Alzamos el vuelo para reunirnos con FM y Arturo, y di un respingo. La nave de Arturo tenía ennegrecidos toda el ala izquierda y el costado, y la cubierta de la cabina agrietada. Su anillo de pendiente seguía activado y podía mantenerse en el aire, pero… tirda. Había sobrevivido a un impacto de destructor después de perder el escudo.

Cuando informó de su estado, tenía la voz apagada, agitada. Parecía saber la suerte que había tenido de seguir con vida.

En cambio, Arcada…

Kimmalyn por fin descendió hacia nosotros.

—¿Y Arcada? —preguntó FM.

—Ha caído —dijo Kimmalyn—. Yo… estaba mirando. Lo he intentado, pero…

—No ha querido eyectarse —dije en voz baja—. Se ha negado.

—Regresemos —ordenó Jorgen.

Llegó otro escuadrón de naves de refuerzo al campo de batalla. Mientras los observaba, toda confianza que hubiera podido tener en mis capacidades se evaporó. Aquellos cazas eran mucho más eficientes que nosotros, escorándose y volando en equipo, coordinados hasta en los movimientos más bruscos.

De pronto, me di cuenta de que me faltaban centenares de horas de práctica para estar preparada. Si es que alguna vez llegaba a estarlo. Me quité las lágrimas de los ojos mientras la voz de Jorgen, suave pero firme, nos ordenaba acelerar a Mag 3.

Mientras volábamos, me temblaron las manos… delatándome como la cobarde que era.