43

Anillo de pendiente, operativo —dijo M-Bot mientras nos elevábamos despacio en el aire—. Propulsor y maniobra, operativos. Soporte vital, operativo. Comunicaciones y sistemas de sigilo, operativos. Lanza de luz y pulso antiescudos PMI, operativos.

—No está nada mal —dije.

—Los destructores siguen no operativos —prosiguió M-Bot—, igual que las funciones de autorreparación y el hipermotor citónico.

—Bueno, como eso último aún no sé lo que es, vamos a tomárnoslo como una victoria clara. ¿Tus dispositivos de sigilo están activados?

—Por supuesto. Me prometes que no entraremos en combate hoy, ¿verdad?

—Nada de combate —aseguré—. Es solo un vuelo rápido para probar ese propulsor.

Nos elevamos a través del techo falso de la caverna y me sentí cada vez más tensa, más emocionada. Había estado volando a diario, pero aquello era distinto. El panel de control de M-Bot se las ingeniaba para hacer que hasta el más complejo que hubiera visto en cualquier nave de la FDD pareciera simple, así que me ceñí a los botones que conocía.

El cielo abierto me llamaba. Intenté relajarme y me recliné en el asiento. La esfera de control, el acelerador y la palanca de altitud eran idénticos a los que estaba acostumbrada a manejar. Podía hacerlo.

—¿Preparada? —preguntó M-Bot.

En respuesta, sobrecargué el propulsor.

Salimos disparados hacia delante, y la gestión avanzada de la aceleración que tenía la nave se activó al instante. Esperaba verme empujada hacia atrás en el asiento, pero apenas lo sentí, incluso en plena sobrecarga.

—Tiiiiirda —dije en voz baja.

—Te gusta, ¿verdad? —dijo M-Bot—. Soy mucho mejor que esas otras naves con las que pierdes el tiempo.

—¿Podemos acelerar más que esto?

—No con un solo propulsor. Pero estoy equipado con otros dos espacios para propulsores más pequeños bajo las alas, así que es posible.

Teníamos algo menos de aceleración que un Poco, lo cual tenía sentido, teniendo en cuenta que la nave era más pesada pero estaba usando el mismo propulsor. Sin embargo, sí noté una auténtica diferencia a medida que ganábamos velocidad. Superamos como una exhalación Mag 6, Mag 7, Mag 8… Tirda, en un Poco, la nave estaría sacudiéndose hasta casi deshacerse en pedazos. Pero M-Bot alcanzó Mag 10 y casi no me di ni cuenta. Volaba con tanta suavidad como si fuese a Mag 1.

Probé algunas maniobras a alta velocidad y los controles eran increíblemente sensibles. Ya hacía tiempo desde la última vez que había sobrecompensado en los giros sin querer, pero le pillé el tranquillo enseguida. Reduje hasta velocidades normales de combate aéreo y practiqué unas escoras y luego algunos virajes de nave estelar.

Iba todo tan bien que volví a acelerar a Mag 3 y ejecuté algunas esquivas complejas. Virajes, giros y al final un bucle muy cerrado con sobrecarga en el descenso.

Era perfecto. M-Bot era perfecto.

Tenía que llevar a Gali en la cabina. O quizá a Jorgen. Le debía una por haberme ayudado a conseguir el propulsor. Protestaría por obligarlo a llegar hasta mi caverna, porque Jorgen venía a protestar más o menos por todo, pero seguro que le encantaría el vuelo. Surcar el aire, libre de restricciones y expectativas, y…

Y… ¿por qué había vuelto a ese tipo de pensamientos? Agité la cabeza y volví a centrarme en volar.

—Piensa en lo alucinante que serías en una batalla —dije a M-Bot.

—Lo prometiste.

—Prometí no hacerte entrar en combate esta noche —maticé—, pero no que no intentaría hacerte cambiar de opinión. ¿Por qué tienes miedo?

—No tengo miedo. Obedezco órdenes. Además, ¿de qué serviría en combate? No tengo destructores.

—Ni falta que te hacen. Te funcionan el PMI y la lanza de luz. Con tu maniobrabilidad y esas herramientas, podríamos arrasar con los krells. Los dejaríamos persiguiendo nuestra sombra, ¡y entonces nuestra sombra consumiría la suya! ¡Esto va a ser increíble!

—Peonza —dijo él—, mis órdenes son apartarme del combate.

—Encontraremos la forma de cambiarlas, no te preocupes.

—Hum… —Sonó poco convencido—. A lo mejor… podemos hacer algo que satisfaga tus extraños deseos humanos sin meternos en una pelea de verdad. ¿Quieres un poco de emoción? ¿Qué tal si te proyecto una batalla?

—¿Como en un simulador, te refieres?

—¡Más o menos! Puedo proyectar un holograma de realidad aumentada en tu cubierta, con lo que creerás que estás en una situación de combate. Así, puedes fingir que intentas hacer que te maten, ¡y yo no tengo que desobedecer mis órdenes!

—Vaya —dije, curiosa. Bueno, por lo menos, así podría probar su capacidad de respuesta en una simulación—. Hagámoslo.

—Asciende a once mil pies y te meteré en la Batalla de Alta.

—Pero ese estuche de datos se lo devolví a Cobb.

—Saqué una copia. —M-Bot vaciló un momento—. ¿Hice mal? Pensé que quizá querrías…

—No, no, está bien. Pero ¿es la única batalla que puedes simular?

—Es la única de la que tengo representaciones tridimensionales como deben ser. ¿Te supone un problema? ¡Ah! Tu padre. Esta es la batalla en la que tu padre se convirtió en traidor, algo a lo cual eres emocionalmente vulnerable por tus sentimientos de deslealtad e incompetencia. Ups.

—Está bien.

—También podría intentar…

—Está bien —insistí, poniendo la nave a la altitud que me había pedido y usando los impulsores de maniobra para estabilizarnos—. Inicia la simulación.

—De acuerdo, de acuerdo. No hace falta que te pongas gruñona solo porque te he insultado.

De pronto, aparecí dentro de una batalla.

Era como en las simulaciones, solo que estaba en una nave de verdad. Todo lo que era holográfico brillaba y era un poco traslúcido, como si estuviera rodeada de fantasmas. Tenía que ser así para que pudiera distinguir la realidad y evitar estamparnos por accidente en la ladera de un precipicio o algo parecido.

M-Bot había dicho que solo estaba proyectándolo todo en mi cubierta, pero a mí me pareció tridimensional. Y la lucha tenía un realismo increíble, sobre todo cuando activé el propulsor y me lancé a ella. M-Bot incluso hizo todo lo que pudo para generar sonidos en la cabina cuando pasaban naves volando cerca.

—Puedo simular los destructores —dijo M-Bot—, aunque no los tenga instalados.

Sonreí y entré en formación con un par de cazas de la FDD. Cuando me lancé en picado a por una nave krell cuyo escudo había anulado alguien, M-Bot fue capaz de alterar la simulación para que mi objetivo estallara con un satisfactorio fogonazo.

—Muy bien —dije—. ¿Cómo activo los sensores de proximidad?

—Puedo activarlos yo. Hecho.

—Qué práctico. ¿Qué otras cosas puedes hacer por orden verbal?

—Tengo acceso a los sistemas de comunicaciones y sigilo, y puedo reactivar el escudo. Sin embargo, según la ley galáctica, tengo prohibido controlar los propulsores y los sistemas de armamento, incluido el PMI. No tengo conexión física con esos sistemas salvo para realizar diagnósticos.

—Muy bien, pues —dije—. Ponme el canal de radio de los jefes de escuadrón. Quiero oír las grabaciones como si estuvieran en tiempo real.

—Hecho —dijo, y empecé a oír la radio—. Pero debes ser consciente de que quizá el audio deje de estar sincronizado con los elementos visuales a medida que vayas alterando el progreso de la batalla.

Asentí y me lancé al combate.

Y era magnífico. Escoré y disparé, activé el PMI y me propulsé. Giré por un campo de batalla virtual lleno de luces brillantes, naves que explotaban y cazas desesperados. Pilotaba una nave que tenía una maniobrabilidad sin igual, y me descubrí adaptándome a ella, aprovechándola cada vez más. Derribé a cuatro krells en media hora, superando mi marca personal, sin recibir más que unos disparos de refilón en el escudo.

Y lo mejor de todo fue que era seguro. No había ningún amigo mío en peligro. Era una simulación de un nivel nuevo del todo, pero de todos modos seguía sin poner en peligro la vida de nadie.

«Te da miedo —susurró una parte de mí—. Te da miedo la batalla. Te da miedo la pérdida». Era una voz que se había convertido en casi constante en mi mente.

Empecé a sudar, con el corazón martilleando en el pecho. Me centré en un krell al que otra nave había acribillado con sus destructores. Ese escudo quizá estuviera cerca de caer. Apunté y…

Una nave pasó volando sobre mí, abriendo fuego con sus destructores, atacando antes que yo y haciendo explotar el caza krell. Supe al instante quién era. Mi padre.

Otra nave se situó en posición de compañero de ala tras mi padre.

—M-Bot —dije, sintiendo que algo temblaba dentro de mí—. Ponme el audio de esos dos.

Con un chasquido, el canal de jefes de escuadrón dejó de oírse. En su lugar, me llegó la línea directa entre mi padre y Chucho.

—Buen disparo, Perseguidor —dijo la voz de Cobb. Sonaba exactamente igual que él, solo que quitándole todo el cinismo—. ¡Por las rocas, hoy estás en racha!

Mi padre trazó un bucle para dar media vuelta. Me situé en posición junto a él, al otro lado de Cobb. Estaba volando como compañera de ala… de mi padre. El mejor hombre que había conocido jamás.

El traidor.

«Te odio —pensé—. ¿Cómo pudiste hacer lo que hiciste? ¿No te paraste a pensar en lo que supondría para tu familia?».

Mi padre se escoró y yo lo imité, manteniéndome cerca de su forma transparente y brillante mientras se lanzaba en persecución de otras dos naves krells.

—Yo les daré con el PMI. Tú mira a ver si puedes cargártelos.

Sofoqué la repentina oleada de emociones que sentí al oír de nuevo la voz de mi padre. ¿Cómo podía odiar y querer a ese hombre a la vez? ¿Cómo podía reconciliar la imagen que tenía de él, orgulloso aquel día que habíamos subido a la superficie, con las cosas horribles que sabía que había hecho?

Apreté los dientes e intenté concentrarme solo en la lucha. Las naves krells esquivaron hacia una aglomeración de cazas y estuvieron a punto de chocar contra unas naves de la FDD. Mi padre las siguió de cerca, rodando en bucle. Cobb se fue quedando un poco atrás.

Me pegué a mi padre, ceñida a su ala. En ese momento, no había nada más que la persecución, y el mundo que me rodeaba perdió intensidad. Solo estábamos yo, el fantasma de mi padre y la nave enemiga.

Escora a derecha.

Ascenso rápido.

Giro con vuelta.

Rodear aquella explosión.

Empeñé toda mi destreza en la cacería, y aun así empecé a quedarme atrás poco a poco. Los virajes de mi padre eran demasiado cerrados, sus movimientos demasiado precisos. Aunque contaba con la capacidad superior de maniobra que tenía M-Bot, mi padre era mejor que yo. Tenía años de experiencia y sabía el momento exacto de propulsarse, el momento exacto de girar.

Y había algo… algo más…

Me fijé en la nave krell. Se escoró a la derecha. Mi padre hizo lo mismo. Ascendió. Mi padre hizo lo mismo. Viró a la izquierda…

Mi padre viró a la izquierda. Y habría podido jurar que lo hizo una fracción de segundo antes que el krell.

—M-Bot —dije—, calcula el tiempo de los virajes de mi padre respecto a los de la nave krell. ¿Es posible que esté reaccionando antes de que ella actúe?

—Eso es imposib… Anda.

—¿Qué? —pregunté.

—Creo que el término correcto es TIRDA. Spensa, tu padre de verdad se está moviendo antes que el krell. Es solo por una fracción de segundo, pero está sucediendo. Quizá mi grabación esté mal sincronizada, por algún motivo. Encuentro muy poco plausible que un humano sea capaz de adivinar estas maniobras con tanta precisión.

Entrecerré los ojos, sobrecargué mi propulsor y me lancé de nuevo a la persecución. Me desplacé hasta quedar dentro del contorno de la nave de mi padre y tener el resplandor de su holograma rodeándome. Dejé de tenerlo en cuenta a él y centré mi atención solo en la nave krell, intentando seguirla mientras emprendía otra secuencia de esquivas.

Izquierda. Derecha. Giro. Altitud…

No pude hacerlo. Mi padre atajaba y viraba en los momentos exactos, y luego activó su PMI para anular el escudo de la nave enemiga. Giraron uno en torno al otro en un bucle retorcido, entremezclado, como dos cuerdas trenzándose. Perdí el ritmo por completo y salí de la compleja maniobra mientras mi padre, no sabía cómo, desactivaba su propulsor en el momento preciso para caer tras el enemigo.

El krell murió con un estallido de luz.

Mi padre salió del picado mientras Cobb daba un aullido por radio. Desde luego, el Cobb joven era todo un entusiasta.

—Perseguidor —dijo—, se retiran. ¿Hemos… hemos ganado?

—No —respondió mi padre—. Solo se reagrupan. Volvamos con los demás.

Planeé mientras veía a Cobb y a mi padre regresar a la alineación.

—Has volado de maravilla —dijo Férrea por el canal—. Pero Perseguidor, ten cuidado. Estás dejando atrás todo el rato a tu compañero de ala.

—Bla bla bla bla bla —dijo Cobb—. «Perseguidor, deja de hacerlo explotar todo, que me dejas mal a mí. Atentamente, Férrea».

—Luchamos por la supervivencia de toda la humanidad, Chucho —dijo Férrea—. Ojalá mostraras algo de madurez, aunque fuese solo de vez en cuando.

Sonreí.

—Suena igual que Jorgen cuando habla con vosotros.

Di media vuelta y miré hacia los krells que se reagrupaban en la lejanía. Cerca de mí, los cazas de la FDD formaron de nuevo en escuadrones.

Sabía lo que vendría a continuación.

—¿Habéis visto ese agujero en los escombros, ahí arriba? —preguntó Cobb—. No se ve a menudo un alineamiento tan bueno de… ¿Perseguidor?

Miré hacia arriba, pero la simulación no se extendía tanto como para mostrarme el hueco en los escombros del que estaban hablando.

—Perseguidor, ¿qué ocurre? —preguntó Cobb.

—¿Es el defecto? —preguntó Férrea.

—Puedo controlar el defecto —dijo mi padre—, pero…

¿Qué era aquello? Esa parte no la había oído.

Mi padre se quedó callado un momento.

—Puedo oír las estrellas. También puedo verlas, Cobb —dijo mi padre—. Igual que las he visto antes, hoy mismo. Un agujero en el campo de escombros. Puedo atravesarlo.

—¡Perseguidor! —exclamó Férrea—. Mantén la formación.

Aquello sí que lo había escuchado la vez anterior. Me daba pavor oírlo de nuevo, pero no pude obligarme a pedir a M-Bot que apagara el audio.

—De verdad que puedo atravesarlo, Judy. Tengo que intentarlo. Tengo que ver. Puedo oír las estrellas.

—Ve —susurré, al mismo tiempo que hablaba Férrea—. Confío en ti.

Férrea había confiado en mi padre. Él no había desobedecido ninguna orden; se había marchado con el permiso de su jefa de escuadrón. Me pareció un detalle insignificante, considerando lo que ocurriría a continuación.

La nave de mi padre rotó y su anillo de pendiente se abrió para apuntar hacia abajo. Con el morro hacia el cielo, activó su propulsor.

Lo vi marcharse mientras se me formaban lágrimas en las comisuras de los ojos. No podía ver aquello. No otra vez. «Por favor, padre…».

Intenté alcanzarlo. Con la mano, por muy estúpido que fuese el gesto, y también… también con…

Con otra cosa.

Entonces oí algo, muy arriba. Un sonido como de mil notas musicales entremezcladas. Me imaginé a mí misma, como siempre me había enseñado la yaya, ascendiendo. Avanzando hacia las estrellas.

Mi cabina se volvió negra, sumiéndome en una oscuridad absoluta. Y entonces, a mi alrededor, apareció un millón de puntitos de luz.

Entonces esos puntitos se abrieron. Eran un millón de ojos blancos, como estrellas, todos vueltos hacia mí. Enfocándome. Viéndome.

—¡Apágalo! —chillé.

La oscuridad se esfumó. Los ojos desaparecieron.

Estaba de vuelta en la cabina.

Respiré con dificultades, inhalando y exhalando, hiperventilando.

—¿Qué ha sido eso? —pregunté, imperiosa, frenética—. ¿Qué me has enseñado? ¿Qué eran esos ojos?

—Estoy confundido —dijo M-Bot—. Yo no he hecho nada. No sé de qué me estás hablando.

—¿Por qué no reprodujiste el principio de esa conversación la otra vez? ¿Por qué me lo ocultaste?

—¡No sabía por dónde empezar! —protestó M-Bot—. ¡Creía que la parte de las estrellas era lo que querías!

—¿Y esa parte en la que hablaban de un defecto? ¿Sabías algo de eso?

—¡Los humanos tenéis muchos defectos! —exclamó, casi gimoteando—. No lo comprendo. Puedo procesar a mil veces la velocidad de tu cerebro, y aun así no te sigo. Lo siento. ¡No lo sé!

Me puse las manos en la cabeza y noté el pelo mojado de sudor. Apreté con fuerza los párpados y me concentré en respirar.

—Lo siento —dijo M-Bot de nuevo, con voz más suave—. Se suponía que esto iba a emocionarte, pero he fracasado. Debería haber previsto que tu frágil psique humana acusaría el impacto de…

—CÁLLATE.

La nave se quedó en silencio. Me acurruqué en la cabina, intentando aferrarme a la cordura. ¿Qué le había pasado a mi confianza? ¿Dónde estaba aquella niña tan segura de que podía enfrentarse ella sola a toda la flota krell?

«Se quedó atrás, como todas las infancias».

No fui consciente de cuánto tiempo me quedé allí, pasándome las manos por el pelo sudado, meciéndome adelante y atrás. Me asaltó un dolor de cabeza terrible, un suplicio punzante tras los ojos, como si alguien hubiera empezado a atornillarme los globos oculares al cráneo.

El dolor me proporcionó un foco. Me ayudó a regresar, hasta que por fin pude darme cuenta de que seguía flotando allí arriba. Sola, sobre un campo vacío, en la negrura de la noche.

«Vuelve y ya está —me dije—. Duerme un poco».

De repente, me pareció que eso era lo único que quería en el mundo entero. Despacio al principio, volví a acostumbrarme a los controles y los puse en dirección a las coordenadas de nuestra caverna.

—Ahora tengo miedo a la muerte —dijo M-Bot con suavidad mientras volábamos.

—¿Qué? —pregunté con voz rasposa.

—He escrito una subrutina —dijo él—. Para simular la sensación de temer la muerte. Quería saber lo que era.

—No debiste hacerlo.

—Lo sé. Pero no puedo desactivarla, porque eso me da más miedo. ¿No es peor no temer la muerte?

Viré hacia la entrada de la cueva y nos situé sobre ella.

—Me alegro de haber podido volar contigo —dijo M-Bot— una última vez.

—Eso ha sonado… definitivo —repuse, mientras algo en mi interior se estremecía de inquietud.

—Tengo que decirte una cosa —afirmó—, pero me preocupa provocarte más angustia emocional.

—Habla.

—Pero…

—Que hables.

—Yo… tengo que apagarme —dijo M-Bot—. Ahora resulta evidente para mí que, si permito que sigas pilotándome, no serás capaz de evitar la batalla. Está en tu naturaleza. Si continuamos así, será inevitable que me vea obligado a incumplir mis órdenes.

Lo encajé como un golpe físico, encogiéndome. No podía estar diciendo lo que yo creía que decía.

—Quédate en la sombra —dijo mientras descendíamos al interior de la caverna—. Estudia la situación. No te metas en peleas. Esas son mis órdenes, y debo obedecer a mi piloto. En consecuencia, esta habrá sido la última vez que volemos juntos.

—Te reparé yo. Me perteneces.

Aterrizamos.

—Ahora voy a desactivarme —dijo él—, hasta que mi piloto me despierte. Lo siento.

—¡Tu piloto está muerto y lleva siglos muerto! ¡Tú mismo lo dijiste!

—Soy una máquina, Spensa —replicó él—. Puedo simular emociones, pero no las siento. Tengo que obedecer mi programación.

—¡No tienes por qué! ¡Nadie tenemos por qué obedecerla!

—Te doy las gracias por haberme reparado. Estoy seguro de que… mi piloto… también te lo agradecería.

—Vas a desactivarte para siempre —dije—. Vas a morir, M-Bot.

Silencio. Las luces de la consola empezaron a apagarse una tras otra.

—Lo sé —dijo él en voz baja.

Pulsé el botón que abría la cabina, me quité las correas y salí.

—¡Pues muy bien! —exclamé—. ¡Venga, muérete como los demás!

Bajé al suelo y me aparté de la nave mientras sus luces de aterrizaje perdían cada vez más intensidad hasta que solo quedaron encendidos unos pocos indicadores rojos en la cabina.

—No lo hagas —dije, de pronto sintiéndome muy sola—. Vuela conmigo. Por favor.

Las últimas luces se apagaron, dejándome en la oscuridad.