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Como supondrás —dijo Jorgen mientras volábamos de vuelta a Alta—, empiezo a sospechar pero que mucho.

Me asomé del aerodeslizador para mirar el propulsor que colgaba por debajo, unido mediante una cadena a los anillos de remolque que había en los bajos del chasis. El pequeño anillo de pendiente que tenía el coche apenas había logrado levantar el peso.

—Primero me robas la matriz de energía —dijo Jorgen—, y ahora esto. ¿Qué estás haciendo, construir tu propio Poco?

Se rio.

Cuando no hice lo mismo, me miró. Entonces se llevó la mano a la frente y se la frotó mientras la comprensión empezaba a arraigar.

—Es eso. Estás construyendo un caza estelar.

—Te he dicho que no hagas demasiadas preguntas.

—Y yo no he aceptado. Peonza, ¿de verdad estás construyendo una nave?

—Reparándola —dije—. Encontré una derribada.

—Todos los restos pertenecen a la FDD. Apropiártelos equivale a robar.

—¿Igual que acabas de ayudarme a robar un propulsor?

Dio un gemido y apoyó la espalda.

—¿Qué creías que estábamos haciendo? —pregunté, divertida—. ¡Nos hemos tirado media hora sacando un cacho de nave del suelo!

—¡Me has dicho que suponga que estás emocionalmente inestable por la muerte de Arcada!

—Pero no esperaba que me creyeras —dije yo—. Mira, llevo un montón de tiempo haciendo esto sin meterme en líos. Allá abajo, en Ígnea, usé restos para hacerme un arpón con el que cazar.

—Un caza completo es algo muy distinto de un arpón. ¿Cómo planeas arreglar el trasto? No tienes la experiencia necesaria… ¡ni el tiempo!

No respondí. No hacía falta involucrar a Gali.

—Estás loca —dijo.

—La almirante Férrea no quiere dejarme volar. Está resentida conmigo por mi padre. Aunque me gradúe, pasaré la vida en el suelo.

—¿Así que te construyes tu propia nave? ¿Y qué crees que va a pasar? ¿Que aparecerás en el campo de batalla en el último momento y a todo el mundo se le olvidará preguntarte de dónde has sacado tu propio tirdoso caza estelar?

Siendo sincera, no tenía respuesta para eso. Había dejado a un lado la lógica, pensando que esa clase de preguntas eran puentes que habría que incendiar después de conquistarlos.

—Peonza, incluso suponiendo que puedas arreglar tú sola un Poco accidentado, que no puedes, por cierto. La primera vez que lo lleves al aire, la FDD lo detectará en los escáneres. Si no te identificas, te derribarán. Si te identificas, te quitarán la nave en menos tiempo del que te cuesta decir «consejo de guerra».

«Me gustaría ver cómo lo intentan».

—Podría no volar con él para la FDD —dije—. Hay otras cavernas, otros pueblos.

—Ninguno de los cuales tiene fuerza aérea. Han podido establecerse porque los krells tienen la atención centrada en nosotros.

—Algunos usan naves para comerciar —señalé.

—¿Y abandonarías la lucha? —preguntó—. ¿Para transportar mercancías?

—No lo sé.

Me hundí en el asiento, intentando no enfurruñarme. Jorgen tenía razón. Acostumbraba a tener razón. Empezaba a más o menos no odiarlo, pero seguía siendo Caracapullo.

Suspiró.

—Mira, si quieres volar, a lo mejor te encuentro trabajo como piloto privada. Algunas familias de las cavernas profundas despliegan cazas como escolta en operaciones comerciales. No tendrías que reparar ninguna vieja nave destrozada. Podrías usar una de las nuestras. La familia de Arturo tiene unas cuantas.

Me animé.

—¿De verdad? ¿Eso podría hacerlo?

—Tal vez. —Se quedó pensando un momento—. Bueno, lo más seguro es que no. Esos puestos están muy buscados, y suelen ocuparlos pilotos de la FDD retirados. Eso y que… también hace falta una reputación buenísima.

«Cosa que no tiene la hija de un cobarde. Ni tendrá jamás, a no ser que pueda luchar en la FDD». Era la gran contradicción de mi vida. Nunca valdría nada a menos que pudiera demostrar mi capacidad, pero no podía demostrarla porque nadie me daba la oportunidad.

Bueno, pues no estaba dispuesta a renunciar al sueño de volar en M-Bot. Por ridículos y endebles que sonaran mis planes cuando los exponía Jorgen, M-Bot era mi nave. Encontraría la manera.

Volamos en silencio. Y eso me hizo pensar en el propulsor y mi mente derivó hacia los restos del impacto. Era extraño, pero me parecía que aún podía notar las llamas contra la piel. Había esperado que el funeral me ayudara con el dolor, pero seguía sintiéndolo. La muerte de Arcada me había dejado un gran vacío. Y muchísimas dudas.

«¿Pasará esto cada vez que pierda a un amigo en combate?», me pregunté. Pensarlo me dio ganas de huir y hacerme piloto de carga, como había dicho Jorgen. Para no tener que enfrentarme nunca más a los krells ni a sus destructores.

«Cobarde».

Alta terminó apareciendo en la lejanía. Cogí el brazo de Jorgen y señalé unos grados hacia la izquierda, en dirección a mi caverna oculta.

—Vamos hacia ahí.

Me lanzó una mirada sufrida, pero hizo lo que le pedía. Hice que parara a unos cuatro metros de mi agujero, para evitar que el polvo arrastrado por el viento revelara la parte del terreno que era un holograma.

Hizo descender el aerodeslizador para dejar el propulsor en el suelo con suavidad. En el momento en que noté que tocaba la superficie, adherí mi línea de luz a un lado del coche y me preparé para bajar y desenganchar el propulsor.

—Peonza —dijo Jorgen, deteniéndome—, gracias.

—¿Por qué?

—Por enredarme para hacer esto. Me siento mejor después de haberme despedido de ella como corresponde.

Bueno, al menos había ayudado a uno de los dos.

—Nos vemos dentro de una semana —dijo—. Supongo que mi familia me organizará hasta el último minuto de tiempo libre. —Me miró y se le puso una expresión muy rara en el rostro—. Esa nave rota… ¿tiene un anillo de pendiente operativo?

—Eh… sí. —Me había ayudado, y ya sabía lo suficiente para meterme en problemas diez veces si quería. Merecía la sinceridad—. Sí, tiene anillo de pendiente. Toda la nave está mejor de lo que podrías creer, en realidad.

—Pues repárala —dijo—. Repárala y pilótala. Busca la manera y desafíalos. Por aquellos de nosotros que no tenemos el coraje.

Ladeé la cabeza, pero él giró la cara, tensó la mandíbula y cogió el volante con las dos manos. Así que descendí y desenganché el propulsor. Estábamos lo bastante cerca como para que pudiera traer a M-Bot, atarle el propulsor y bajarlo a la caverna. Pero iba a necesitar la cadena, de modo que solo desenganché un extremo.

Me despedí de Jorgen con un gesto y, cuando se elevó, la cadena resbaló por los anillos de remolque y cayó a mi lado. Jorgen no me pidió que se la devolviera. Se limitó a salir volando hacia Alta. Hacia la responsabilidad.

De algún modo… era cierto. De algún modo, yo era más libre que él. Lo que me resultaba de locos.

Saqué la radio de la mochila.

—Eh, ¿sabes qué, M-Bot? Te he traído un regalo.

—¿Una seta?

—Mejor.

—¿Dos setas?

Sonreí.

—La libertad.