25

Me senté en mi Poco, con el traje de presión y el casco puestos.

Era la primera vez que me metía en una cabina de verdad desde el día en que habían muerto Bim y Marea.

Pensarlo hizo al instante que me doliera algo dentro. ¿Iba a ser así siempre? ¿Jamás podría quitarme del fondo de la mente aquella queda preocupación? Aquella que susurraba: «¿Cuál de tus amigos no volverá a casa de esta otra misión?».

Sin embargo, se suponía ese día íbamos a hacer algo más rutinario. No era una batalla. Activé el Poco y sentí aquel ronroneo tan maravilloso que la simulación no era capaz de imitar.

Cogí la esfera de control con la mano derecha, el acelerador con la izquierda, despegué y ascendí al cielo junto con los otros seis cazas. Jorgen nos pasó lista y llamó a Cobb.

—Escuadrón Cielo preparado. ¿Órdenes, señor?

—Id a 304,16-1.240-25.000 —dijo Cobb.

—Escuadrón, introducid coordenadas —ordenó Jorgen—. Yo iré en cabeza. En caso de emboscada krell, me replegaré con Arturo y FM. Nedd, vas con Rara en el centro de la formación. Peonza y Arcada, os quiero en la retaguardia preparadas para abrir fuego de cobertura.

—No habrá emboscadas, cadete —dijo Cobb en tono divertido—. Vosotros desplazaos a la posición indicada.

Volamos, y por las estrellas, qué bien sentaba. La nave temblaba al moverse, respondiendo a mis órdenes. Las corrientes de aire estaban mucho más vivas que como las hacía parecer la simulación. Me entraron ganas de hacer un picado tras otro, de volar bajo y rozar la superficie picada de cráteres y luego elevarme y serpentear por el campo de escombros, casi saliendo al espacio.

Me mantuve bajo control. A veces era capaz de hacerlo.

Al cabo de un tiempo, nos aproximamos a un gran grupo de cazas que volaban mucho más arriba. Habría como unos cinco escuadrones desplegados.

—Nos acercamos a las coordenadas —dijo Jorgen a Cobb—. ¿Qué es esto, un ejercicio de entrenamiento?

—Para vosotros, sí —respondió Cobb.

Más arriba, unas franjas de luz señalaban la entrada en la atmósfera de escombros pequeños. Los vigilé, preocupada.

—Eh, sabelotodo —dijo Cobb.

—¿Sí, señor? —respondió Arturo de inmediato.

—¿Qué provoca las caídas de escombros?

—Varias cosas —dijo Arturo—. Ahí arriba hay un montón de mecanismos antiguos y, aunque muchos aún funcionan, sus matrices de energía se van agotando poco a poco, con lo que sus órbitas decaen y terminan precipitándose. Otras veces, es porque se producen colisiones.

—Correcto —confirmó Cobb—. Bueno, pues eso es lo que tenemos aquí. Ha habido algún tipo de colisión entre dos cachos enormes de metal ahí arriba, y han provocado que algunos cascotes pierdan la órbita. Cabe esperar una incursión krell, y esos cazas están ahí de guardia. Pero vosotros habéis subido por otra razón: un pequeño ejercicio de puntería.

—¿Contra qué, señor?

Cayeron del cielo varios trozos grandes de escombro, que ardieron en torno a los escuadrones que teníamos encima.

—Los cascotes —adiviné.

—Quiero que voléis en parejas —dijo Cobb—. Vais a practicar formaciones y hacer pasadas meticulosas. Escoged un trozo de los más grandes, seguidlo durante unos segundos y marcadlo para inspección y rescate. Vuestros destructores están modificados para disparar balizas si tiráis del dial de control de cadencia hasta que haga clic.

—¿Y ya está? —preguntó Arcada—. ¿Marcar trozos de basura espacial?

—La basura espacial no puede esquivar —dijo Cobb—, no tiene escudos y acelera de forma predecible. Creo que viene a ser perfecta para vuestro nivel de habilidad. Además, a menudo se os pedirá que marquéis para rescate durante las lluvias de cascotes, mientras esperáis para ver si atacan los krells. Es un buen ejercicio, así que no os quejéis, o volveré a meteros otro mes en las simulaciones.

—Estamos preparados y bien dispuestos, señor —dijo Jorgen—, Arcada incluida. Gracias por esta oportunidad.

Arcada simuló unas náuseas por una línea privada con FM y Kimmalyn —lo sabía porque las luces de la consola bajo los números de nave me indicaban quién estaba escuchando—, y no me dejó fuera a mí. ¿Sería quizá un paso adelante?

Jorgen nos organizó en parejas y nos puso a trabajar. Cuando caían del cielo trozos grandes de cascote, descendíamos tras ellos, igualábamos su velocidad como se nos había enseñado y les disparábamos una baliza de radio. Los escombros más útiles eran los que emitían un brillo azul por la piedra de inclinación. A partir de ella, se podía construir naves.

Me permití disfrutar del trabajo. No era combate de verdad, pero la sensación del picado, la emoción de apuntar y disparar… Hasta podía imaginar que los trozos de escombro espacial eran cazas krells.

—¿Estás haciéndome caso omiso otra vez? —preguntó M-Bot por mi auricular—. Creo que me estás haciendo caso omiso.

Mientras marcaba otro cacho de escombro, di un gruñido y respondí:

—¿Cómo voy a hacerte caso omiso si no sé cuándo estás escuchando?

—Siempre estoy escuchando.

—¿Y eso no te parece un poco espeluznante?

—¡Para nada! ¿Qué estás haciendo?

Remonté el vuelo, con Arcada a mi ala, y retomé la formación para esperar nuestro próximo turno.

—Estoy disparando a basura espacial.

—¿Qué te ha hecho ella a ti?

—Nada. Es solo un ejercicio.

—¡Pero ni siquiera puede devolverte el fuego!

—M-Bot, es basura espacial, nada más.

—Como si eso fuese excusa.

—Eh… En realidad, lo es —dije—. Es una excusa buenísima.

Kimmalyn dio una pasada, acompañada de Arturo. Lo hizo bastante bien para ser ella, pero Jorgen encontró un motivo para ponerse quisquilloso, aun así.

—Apura más —le dijo mientras Kimmalyn descendía—. Y ahora, no te acerques demasiado. Si estuvieses disparándole con destructores de verdad, podrían saltar esquirlas y darte. Asegúrate de no apretar demasiado al disparar y…

—No es por quejarme —dijo ella, con voz tensa—, pero creo que ahora mismo debería concentrarme.

—Huy, perdona —dijo Jorgen con brusquedad—. Intentaré ayudar menos de ahora en adelante.

—Querido mío, creo que te costará hacerlo. —Kimmalyn marcó el trozo de escombro y dio un suspiro de alivio.

—Bien hecho, Rara —dijo Jorgen—. Nedder, te toca, con FM a tu ala.

Kimmalyn regresó a la formación mientras, más arriba, caían a la vez varios cachos de cascote espacial. Los cazas se quitaron de en medio y los dejaron pasar. Estábamos volando relativamente altos, para tener tiempo de hacer buenos picados, por lo que el suelo quedaba muy por debajo. Pero aun así, seguíamos muy lejos del cinturón de escombros en sí, cuyas capas inferiores orbitaban trescientos kilómetros sobre la superficie del planeta.

Nedd eligió un trozo y se lanzó tras él, sin hacer caso a los otros tres. Así que Kimmalyn cargó sus destructores para hacer disparos de largo alcance y acertó a los tres escombros, marcándolos uno tras otro sin fallar ni una vez.

—Para de presumir, Rara —ordenó Cobb.

—Lo siento, señor.

Fruncí el ceño y llamé a Cobb por una línea privada.

—Cobb, ¿alguna vez se pregunta si estamos haciendo esto mal?

—Pues claro que lo estáis haciendo mal. Sois cadetes.

—No —dijo—. Me refiero a… —¿Cómo podía explicarlo?—. Rara tiene una puntería buenísima. ¿No habría forma de sacarle mejor partido? Se siente una fracasada en casi todos los ejercicios que hacemos, porque es la peor pilotando. ¿No podría limitarse a disparar desde lejos?

—¿Y cuánto tiempo crees que podría quedarse allí tranquilita, cargándose a krells, antes de que se lanzaran en tropel a por ella? Recuerda que, si concluyen que algún piloto es demasiado peligroso, se centran en él.

—Pero eso quizá podríamos aprovecharlo. Nos dijo que, si puedes anticiparte al enemigo, juegas con ventaja, ¿verdad?

Cobb gruñó.

—Deja la táctica para los almirantes, Peonza. —Cerró la línea mientras Nedd marcaba con éxito el cascote.

—Buenas noches, buen príncipe —susurró M-Bot mientras el trozo de basura se estrellaba contra el suelo—. O princesa. O supongo que, en realidad, pedazo de escombro espacial inanimado sin género.

Miré hacia arriba, buscando más cascotes. La próxima pasada tenía que darla Arcada, conmigo de compañera de ala. Por allí se estaban moviendo cascotes, sin duda. Varios trozos, volando hacia abajo…

No era basura. Eran krells.

Me erguí al instante y la mano se me tensó en la esfera de control. Varios escuadrones enemigos se destacaron del cinturón de escombros, y los pilotos graduados volaron para enfrentarse a ellos.

—Descended a veinte mil pies, cadetes —dijo Cobb—. Os quedaréis ahí como fuerzas de reserva, pero esos pilotos deberían poder encargarse del ataque. Parece que solo hay… como unas treinta naves enemigas.

Volví a reclinarme, pero ya no pude relajarme cuando las explosiones empezaron a iluminar el cielo. Al poco tiempo, los escombros que caían a nuestro alrededor ya no procedían solo del cinturón orbital. Cobb ordenó a Arcada que hiciera su incursión. Por lo visto, íbamos a seguir a pesar del combate, lo que probablemente sería un buen entrenamiento, cuando me paré a pensarlo.

Arcada ejecutó una maniobra excelente, con una serie de disparos precisos al final.

—Bien hecho —le dije mientras volvíamos a la formación. No me respondió, por supuesto.

—¡Ay, pobre basura espacial! —dijo M-Bot—. Habría fingido conocerla, si fuese capaz de mentir.

—¿No puedes hacer nada útil?

—¿Esto no es útil?

—¿Qué pasa con esos krells de ahí arriba? —le pregunté—. ¿No puedes, por ejemplo, darme datos sobre sus naves, o algo así?

—A esta distancia, solo tengo acceso a los escáneres más generales —respondió él—. Para mí son solo puntitos, nada concreto.

—¿No puedes ver con más detalle? —pregunté—. Cobb y los almirantes tienen una especie de holograma que reproduce el campo de batalla, así que tienen que usar radares o algo para reconstruir lo que está pasando.

—Menuda tontería —dijo M-Bot—. Si hubiera un canal de vídeo, me habría dado cuenta, a menos que fuese una baliza de corto alcance creada por dispositivos de ecolocalización en las distintas naves que… ¡Aaaaaaaanda!

Una nave estelar en llamas, de las nuestras, cayó en una mortífera espiral y, aunque Arturo intentó acercarse y engancharla con la lanza de luz para ayudar, estaba demasiado lejos.

El piloto no se eyectó. Intentó hasta el último momento remontar el vuelo, rescatar su nave. Me recompuse y me obligué a alzar la mirada hacia el campo de batalla.

—Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaanda —dijo M-Bot.

—¿Qué? —pregunté.

—He encontrado el canal de vídeo —dijo él—. Qué lentos vais todos. ¿De verdad voláis así? ¿Cómo podéis soportarlo?

—Ir más rápido rompería las naves o nos aplastaría a los de dentro por la aceleración.

—Ah, claro. El cociente de espachurramiento humano. ¿Por eso estáis tan enfadados con esa basura espacial? Los celos no son buenos, Spensa.

—¿Tú no ibas a hacer algo útil?

—Computando patrones de ataque enemigos —dijo M-Bot—. Me costará unos minutos terminar de hacer simulaciones y analizar los datos predictivos. —Calló un momento—. ¡Vaya! No sabía que podía hacer esas cosas.

—¿Me toca a mí? —preguntó Arturo por la línea general, sobresaltándome. No dejaba de temer que oyeran a M-Bot hablar conmigo, aunque la IA me había dicho que enviaba su propio audio directamente a mi casco e interceptaba mis emisiones para eliminar todo rastro de su voz y de las respuestas que yo le daba. De algún modo, hacía todo al instante, antes de que mis señales llegaran al resto del escuadrón.

—Espera un momento —dijo Cobb—. Este ataque tiene algo raro. No sabría deciros muy bien por qué.

Una sombra enorme se movió por encima. Inmensa. Era tan grande que a mi mente le costaba asumir su tamaño. Era como si el propio cielo estuviera cayendo. De pronto, cayeron centenares de cascotes, toda una granizada llameante. Y tras ella, aquel algo. Aquel gigantesco e inconcebible algo.

—Retiraos —ordenó Cobb—. Jefe de escuadrón, reúne tus naves y tráelas de vuelta a…

En un súbito estallido de movimiento, la batalla que teníamos encima se convirtió en la batalla que teníamos alrededor, cuando las naves de ambos bandos descendieron en picado. Los cazas krells y humanos se dispersaron por delante del objeto inmenso que caía, un oscuro cubo metálico del tamaño de una montaña.

¿Era una nave? ¿Qué nave podría ser tan grande? Era más extensa que una ciudad. ¿Podía haber sido tan enorme la nave insignia de nuestra flota, siquiera? Yo siempre la había imaginado como un transporte de tropas algo más grande.

Los cazas siguieron disparándose mientras perdían altitud. Nuestro pequeño escuadrón estaba de repente en el centro de una tormenta de disparos de destructor y trozos de metal ardiente en caída libre.

—¡Fuera! —gritó Jorgen—. Acelerad a Mag 5 y seguidme. Rumbo local 132, alejándonos de esos combatientes de atrás.

Activé el propulsor y me lancé hacia delante, con Arcada en mi ala.

—Eso es una nave —dijo Arturo—. Mirad qué despacio cae. Lo que tiene en la parte de abajo son anillos de pendiente activados. Hay cientos.

Una sombra cubrió el terreno. Empujé a fondo el acelerador y aceleré a Mag 5, que estaba muy por encima de las velocidades normales en combate aéreo. Un poco más deprisa y ya no podríamos reaccionar al entorno. De hecho, cuando cayó un trozo de escombro del tamaño de un caza cerca de nosotros, apenas tuvimos tiempo de respuesta. La mitad del escuadrón esquivó a la izquierda y la otra mitad a la derecha.

Yo viré a la izquierda con Kimmalyn y Nedd, mientras perdía velocidad para poder maniobrar mejor. Estalló fuego de destructor delante de mí cuando dos cazas estelares de los nuestros pasaron zumbando, seguidos por nada menos que seis cazas krells. Solté una palabrota y esquivé rodeándolos, seguida de una gimoteante Kimmalyn, que se situó a mi ala.

—¡Análisis completo! —exclamó M-Bot—. ¡Ah! Vaya. Estás ocupada.

Descendí, pero empezó a perseguirnos un caza krell. El enemigo disparó a mi alrededor. Maldije de nuevo y reduje la velocidad.

—¡Ve por delante, Rara!

Kimmalyn aceleró y yo viré a la derecha, haciendo que la nave krell se centrara en mí, su objetivo más próximo.

—Tendrías que haber esperado a tener mis cómputos antes de empezar —me regañó M-Bot—. La impaciencia es un defecto muy grave.

Apreté los dientes y ejecuté una secuencia de esquivas.

—Peonza, Rara, Nedder —dijo Jorgen por la línea—. ¿Dónde estáis? ¿Por qué no habéis imitado mi…?

—¡Me están disparando, Caracapullo! —espeté.

—Te tengo, Peonza —dijo Nedd por mi auricular—. Si puedes nivelarte, intentaré derribarlo.

—No atravesarás el escudo. Rara, ¿sigues ahí?

—A tus tres —dijo ella con voz temblorosa.

—Prepárate para cargarte a ese tío.

—¡Ah! Hum, vale. Vale…

La inmensa nave se cernía por encima, sin dejar de caer. Arturo había estado en lo cierto: su descenso era lento, constante. Pero era vieja y estaba rota, con enormes agujeros en el casco. La batalla proseguía en un amplio y ensombrecido sector de aire abierto por debajo de ella, lleno de escaramuzas de naves y líneas de fuego de destructor.

Mi perseguidor me acertó con un disparo y mi escudo crepitó.

«Concéntrate». Aquello lo había practicado cien veces en las simulaciones. Ascendí en bucle, seguida por el caza krell. En la cima de la curva, realicé una maniobra de nave estelar: al no verme afectada por la resistencia del aire, hice rodar la nave sobre su eje y sobrecargué el propulsor, con lo que salí despedida del bucle hacia un lado.

Los ConGravs saltaron a máxima potencia y amortiguaron casi toda la aceleración, pero aun así el estómago estuvo a punto de salírseme por la garganta. Las simulaciones no hacían justicia a lo mucho que me desorientó la maniobra, sobre todo cuando los ConGravs se cortaron y me aplané contra el respaldo.

En teoría, debería ser capaz de soportar esa cantidad de fuerza, y no caer inconsciente me demostró que, en efecto, la soportaba. Pero estuve a punto de vomitar.

Se disparó mi alarma de proximidad. La nave krell, como esperaba, no había compensado lo bastante deprisa. Había seguido haciendo el bucle, y yo, al salir despedida de mi maniobra, pasé muy cerca de ella. Combatí la náusea y pulsé con fuerza el PMI, con lo que anulé mi escudo y el de mi perseguidor.

Me preparé para lo peor. Estaba completamente expuesta. Si ese krell lograba girar hacia mí y hacer un solo disparo…

Hubo un fogonazo a mi cola y, casi al instante, una onda de choque recorrió mi nave.

—Le he dado —dijo Kimmalyn—. ¡Lo… lo he conseguido!

—Gracias —respondí, soltando aire aliviada y desactivando la sobrecarga. Seguí en línea recta, empezando a perder velocidad. Apagué el propulsor y preparé el activador de escudo. Noté el casco caliente y sudoroso contra la cabeza mientras mis dedos repetían unos movimientos familiares. Gracias a las estrellas por el entrenamiento de Cobb; mi cuerpo sabía lo que tenía que hacer.

Otra nave krell se aproximó al verme flotar solo con el impulso que llevaba. Me encogí, pero una ráfaga de disparos hizo apartarse a la nave.

—Te tengo cubierta —dijo Nedd, que pasó zumbando por arriba—. Rara, forma conmigo una pauta defensiva.

—Hecho —respondió Kimmalyn.

—No hace falta —dije yo, pulsando con fuerza el activador—. Ya ha vuelto. ¿Nos largamos de aquí?

—Encantada —dijo Kimmalyn.

Guie a los otros dos en un trazado que confiaba en que nos sacara de allí y llamé a Jorgen.

—Estamos con rumbo 304,8 —le dije—. ¿Los demás habéis salido de debajo de esa cosa?

—Afirmativo —respondió Jorgen—. Hemos rebasado la sombra en 303,97-1.210,3-21.200. Os esperamos aquí, Peonza.

Sonaba tranquilo, cosa que, a decir verdad, era más de lo que podía decir de mí misma. No dejaba de imaginar más asientos vacíos en nuestra aula.

—¿Estás preparada para mi análisis? —preguntó M-Bot.

—Dependerá de cuántas veces se mencionen las setas.

—Solo una, me temo. Eso tan enorme que ves ahí arriba es más o menos medio astillero orbital C-137-KJM, dotado de instalaciones de entrenamiento para zapadores. No sé muy bien lo que es eso, pero creo que debía de servir para manufacturar cazas estelares. No hay ni rastro de la otra mitad, pero este pedazo seguramente lleva siglos flotando allá arriba, a juzgar por la escasa emisión de energía de esos anillos de pendiente.

»Mis proyecciones indican que su órbita ha decaído porque ya no le queda suficiente energía para autocorregirse. No parece contar con inteligencia artificial, o si la tiene, se niega a hablar conmigo, lo cual es de mala educación. Las pautas del ataque krell indican un objetivo defensivo, con el fin de manteneros apartados de la estación.

—¿En serio? —dije—. Repite eso último.

—¿Eh? Ah, resulta evidente a partir de sus pautas de vuelo. No les importa mataros, ni llegar a vuestra base, ni nada de eso. Hoy, solo quieren que no os acerquéis a esa nave, supongo que por lo muchísimo que podría rescatar de ella vuestra subdesarrollada y carnosa sociedad de pilotos de naves lentas.

Tenía sentido. A veces los krells destruían escombros para impedir que obtuviéramos anillos de pendiente. ¿Cuánto los preocuparía que capturáramos aquel mastodonte, que los tenía a centenares?

—Y además, tiene un poco forma de seta —añadió M-Bot.

Otra pareja de pilotos de la FDD, quizá los mismos que habíamos visto antes, pasó volando, seguida por un grupo numeroso de krells.

—Escuchad —dijo Nedd—. Peonza y Rara, salid las dos. Ya casi estáis. Yo tengo que hacer una cosa.

—¿Qué? —dije, girando la cabeza para mirar hacia atrás—. ¿Nedder?

Salió de nuestra formación de vuelo y se lanzó tras las naves krells que habían pasado junto a nosotros. ¿Qué creía que estaba haciendo?

Viré y lo seguí.

—¿Nedder? Tirda.

—¿Peonza? —dijo Kimmalyn.

—No lo dejaremos solo. Vamos.

Aceleramos tras Nedd, que seguía a las seis naves krells. Ellas, a su vez, daban caza a los dos cazas de clase Sigo pintados de azul, indicando que pertenecían al Escuadrón Tormenta Nocturna. Estaba claro que Nedd quería echarles una mano, pero ¿un cadete contra seis krells?

—¡Nedd! —grité—. Sabes que me encantan las peleas, pero también tenemos que cumplir las órdenes.

No respondió. Por delante, ambos cazas Tormenta Nocturna, abrumados por el fuego enemigo, tomaron una medida desesperada. Se aproximaron al gigantesco astillero, trazaron una curva y se introdujeron por un agujero del costado. Era una negrura enorme, quizá en el lugar por donde una vez se había unido otra sección del astillero a aquella mitad.

La estructura seguía cayendo, pero muy despacio. En algún momento impactaría contra el suelo, y dudaba mucho de que nos interesara estar cerca cuando eso pasara. Vi que las naves krells perseguían a nuestros pilotos hacia las profundidades de la antigua nave, y Nedd se lanzó tras ellas. Así que apreté los dientes y seguí en esa misma dirección.

—Peonza —dijo Kimmalyn—. No creo que yo pueda hacer eso. Si intento volar ahí dentro, te juro que me estrello.

—Sí, vale —respondí—. Vuelve con Jorgen y los demás.

—De acuerdo —dijo. Viró a la izquierda y emergió de la sombra de la máquina que caía.

Yo, en cambio, descendí por la brecha, siguiendo a Nedd hacia la oscuridad.