38
El restaurante no era gran cosa, en realidad. Un revoltijo de mesas ocupadas por pilotos jóvenes y cadetes. Luz tenue. Un hombre tocando los bongos en una esquina para amenizar el local con un poco de música.
FM me llevó hacia una mesa donde estaba Arturo sentado, rodeando con el brazo los hombros de una chica a la que no conocía, de pelo corto y piel marrón. Kimmalyn estaba sentada con recato a la misma mesa, delante de una bebida muy grande y muy muy púrpura. A su lado estaba Nedd.
Nedd. Hacía semanas que no lo veía. ¡Desde aquella noche en la plataforma de lanzamiento! Llevaba pantalones y una camisa abotonada, y tenía una chaqueta colocada en el respaldo de la silla. Era raro verlo vestido de calle. Sobre todo al lado de Arturo, que tenía puesto su mono de cadete. La voz relajada de Nedd se oía sobre el murmullo de charlas de la sala.
—Yo no he dicho que sea de esa clase de tontos. Soy de la otra clase. Ya sabéis, los tontos agradables.
Arturo puso los ojos en blanco, pero la chica que tenía al lado se inclinó hacia delante.
—Nedd —dijo—. Si se es tonto, se es tonto y ya está.
—No es verdad. Recuerda que hablas con un experto. Yo…
—Chicos —interrumpió FM, y me presentó alzando las manos hacia el lado—, mirad a quién me he encontrado saliendo a hurtadillas de la base. Estaba toda mustia, protestando por no poder disparar a nada en unos días.
Nedd señaló a FM con el pulgar.
—¿Lo veis? Ella es tonta de la otra clase.
FM le dio una colleja y Nedd sonrió. Entonces se levantó y me envolvió en un sofocante abrazo de oso.
—Me alegro de verte, Peonza. Pide algo de comer. Paga Arturo.
—¿Ah, yo?
—Eres rico.
—Y tú también.
—Yo soy de la otra clase de ricos. La clase pobre.
—Venga, por el amor de la Santa —dijo Arturo.
—No pronuncies el nombre de la Santa en vano —dijo Kimmalyn.
—¡Pero si tú no paras de hacerlo!
—Yo soy religiosa, tú no. Si lo hago yo, está bien.
Nedd sonrió, enganchó con el pie una silla de la mesa de al lado y la acercó. Me invitó a sentarme con un gesto.
Lo hice, indecisa. Seguía pensando en la grabación que tenía en el bolsillo del mono. Pero al mismo tiempo, me reconfortaba ver a Nedd y a Kimmalyn. Era algo que necesitaba mucho.
Así que dadas las circunstancias intenté olvidarme de la grabación, por el momento.
—Peonza, esta es Bryn —dijo Arturo, señalando a la chica que tenía sentada al lado, muy al lado—. Es amiga mía de antes de la escuela de vuelo.
—De verdad que no sé cómo lo soportáis todos —dijo ella—. Ya creía que lo sabía todo incluso antes de hacerse piloto. Ahora tiene que ser insufrible.
Arturo le dio un suave puñetazo de broma en el hombro, sonriendo. Sí, saltaba a la vista que aquella era una relación establecida. ¿Cómo era posible que acabara de enterarme de que Arturo tenía pareja?
«Lo habría sabido —pensé—, si hubiera podido pasar algún tiempo con los demás fuera de clase».
A los pocos segundos, FM dejó algo púrpura y con burbujas delante de mí, junto con una cesta de tiras de alga fritas. Se sentó en su silla y lanzó un saquito a Kimmalyn.
—He encontrado tu collar —dijo—. Estaba debajo de tu cama.
—Gracias, querida —respondió Kimmalyn, abriendo el saquito y mirando dentro—. Sí que tuve un pequeño berrinche al marcharme, ¿verdad?
—¿Vais a volver a la FDD? —pregunté—. ¿Queréis que vayamos a hablar con Cobb? Necesitan pilotos. A lo mejor, podemos convencerlos de que os vuelvan a aceptar.
Nedd y Kimmalyn se miraron y luego Nedd dio un largo sorbo a su bebida.
—No —dijo—. Cobb ya dijo que la mayoría de la clase acabaría dejándolo. Así que se lo esperaban, ¿no? No volverán a aceptarnos. Y tampoco creo que pudiera hacerle eso a mi madre, después de…
Silencio. La conversación de la mesa murió.
—Puede que no vaya a volver, pero al menos llegué a cadete —dijo Kimmalyn, animándose—. Mis padres están orgullosos, y los artilleros de Pródiga no paran de hablar de mí.
—Pero… es que… volar… —farfullé, aunque sabía que era mejor dejar las cosas como estaban.
—No somos como tú, Peonza —dijo Nedd—. Volar era una pasada. Volvería a subir al cielo sin dudarlo, pero hay algo en la FDD… No sé, la cultura, eso de empujar a los cadetes a la batalla, la desesperación…
FM levantó los dos pulgares en su dirección. Kimmalyn se limitó a bajar la mirada hacia su regazo. Seguro que estaba pensando lo mismo que yo. La FDD tenía razones para estar desesperada. Cuando los cadetes volaban, no era solo para practicar, ni porque la FDD fuese insensible con las vidas que perdía en combate. Era porque necesitábamos más pilotos en el aire, por inexpertos que fueran.
De pequeña, en Ígnea, ya sabía que la lucha contra los krells era un empeño arriesgado y peligroso. Pero antes de llegar a Alta, no me había dado cuenta de lo apuradísimos que estábamos.
Pero mantuve la boca cerrada, porque no quería amargar el rato a todo el mundo. La conversación derivó hacia algún partido importante que se había celebrado el día anterior, en el que había ganado el antiguo equipo de Arcada. Nedd alzó su vaso y los demás lo imitaron, así que yo también, Di un sorbito a mi bebida púrpura y estuve a punto de escupirlo. ¡Qué dulce estaba!
Disimulé probando un alga frita. Mi boca explotó de sabor y me quedé inmóvil, con los ojos como platos. Me faltó poco para derretirme y quedar hecha un charquito en el suelo. Ya había probado las algas fritas, pero no estaban ni de lejos tan buenas como aquellas. ¿Qué especias llevaría?
—¿Peonza? —dijo Arturo—. Parece que acaben de darte un pisotón.
Levanté un alga frita con dedos temblorosos.
—Están. Buenísimas.
—Lleva unos cuantos meses alimentándose a base de rata —explicó FM—. Sus papilas gustativas padecen una grave atrofia.
—Tienes una manera de expresarte muy singular, FM —comentó Kimmalyn—. ¡Nunca había oído nada igual!
—¿Cuántas puedo comerme? —pregunté.
—He pedido la cesta entera para ti —dijo FM—. Total, invita Arturo.
Empecé a comer a dos carrillos, en plan cómico, intencionado. Pero siendo sincera, quería engullir tanto como pudiera antes de despertar, o de que alguien me echara de allí, o de que algo explotara.
Bryn rio.
—Es agresiva.
—No has visto nada —dijo Arturo, sonriendo mientras jugueteaba con un rizo del pelo de la chica.
Tirda. Que supiera tan poco de mis compañeros de escuadrón clamaba al cielo.
—¿Dónde está Jorgen? —pregunté con la boca llena.
—No habría querido venir —dijo Nedd—. Es demasiado importante para mezclarse con nosotros.
—¿Ni siquiera lo habéis invitado?
—Qué va —dijo Arturo.
—Pero ¿no es vuestro amigo?
—Por eso sabemos que no habría venido —respondió Nedd—. Bueno, ¿cómo le va al viejo Cobb? ¿Ha soltado alguna palabrota interesante últimamente?
—Peonza lo machacó un poco la última vez que hablaron —contó Kimmalyn.
Me tragué el bocado de algas fritas.
—Lo que le dije estuvo mal.
—Si no dices lo que piensas —afirmó Kimmalyn con solemnidad—, se quedará en tu cabeza.
—Lo deconstruiste —dijo FM, alzando un dedo—. ¡Se basaba en lo mismo que estaba negando!
Miré la cesta de algas que, sin saber muy bien cómo, se había vaciado. FM la cogió y fue a la barra, posiblemente para traerme otra. Oía el chisporroteo de la freidora, y el aroma picante y cálido que había en el restaurante me hizo la boca agua. No serían demasiado caras, ¿verdad? ¿Me preocupaba lo más mínimo, en esos momentos?
Probé otra vez la bebida y seguía siendo demasiado dulce. FM dejó otra cesta de algas fritas delante de mí, por suerte, y me lancé a ellas. Las especias estaban deliciosas. El sabor me despertó la boca, como si llevara mucho tiempo dormida.
Los demás pasaron a recordar anécdotas de Arcada y sus voces se impregnaron del mismo dolor que sentía yo. Sabían lo que era. Lo entendían. No estaba sola, al menos allí no.
Me descubrí explicándoles lo que habíamos hecho Jorgen y yo. Escucharon los detalles con gesto serio.
—Tendría que haber ido con vosotros —dijo Arturo—. ¿Crees que Cobb me dejaría coger su insignia un momentito si se lo pidiera, antes de devolverla a la familia?
Bryn le frotó el brazo mientras Arturo bajaba los ojos a la mesa.
—¿Os acordáis de la noche en que apostó a que podía comer más empanadillas de alga que yo? —preguntó Nedd.
—Acabó en el suelo —dijo FM, nostálgica—. En el suelo, allí tirada, gimoteando. Luego estuvo quejándose toda la noche, diciendo que las empanadillas estaban pegándose entre ellas en su estómago.
Los otros se echaron a reír, pero Arturo se quedó mirando su vaso. Parecía… vacío. Había estado a punto de morir en esa batalla. Con un poco de suerte, el equipo de tierra tendría su nave reparada cuando terminara nuestro período de baja.
Lo cual, por supuesto, me llevó a pensar en el trabajo que estaba haciendo Gali en M-Bot. Y en el hecho de que estaba en deuda con él. Muy en deuda.
—FM —dije—, ¿te gustan los chicos listos?
—Yo ya estoy cogido —dijo Arturo con una sonrisa.
FM puso los ojos en blanco.
—Depende. ¿De cómo de guapo estamos hablando?
—Guapo, con un aire reservado.
—Chicas, ya estoy cogido —repitió Arturo.
—FM solo querría salir con alguien de clase baja —dijo Nedd—, para desafiar a los poderosos. Un amor imposible, condenado al fracaso, es el único amor que aceptaría FM.
—No toda mi vida se centra en ser una rebelde, Nedd —repuso ella.
—¿Ah, no? —dijo Nedd—. ¿Y qué bebida has pedido?
Me di cuenta, por primera vez, de que la bebida de FM era de color naranja mientras todos los demás tomábamos la púrpura.
FM volvió a poner los ojos en blanco.
—Sí que eres tonto, sí.
—¿De la clase buena?
—De la clase irritante.
—Me conformo.
Siguieron soltándose pullas y yo me recliné en la silla y disfruté de mis algas fritas hasta que Bryn se levantó para ir al servicio. Sin ella en la mesa, quedaba solo nuestro escuadrón, y me di cuenta de que tenía unas ganas enormes de decirles una cosa, ya que no estábamos en el cuartel de la FDD, donde siempre tenía la impresión de que había alguien observándonos.
—¿Podemos hablar de una cosa? —dije por fin, interrumpiendo una historia que contaba Nedd—. No dejo de pensar en las preguntas que hizo Arturo en clase aquel día. ¿No os parece raro que podamos pasarnos ochenta años luchando contra un enemigo y solo tengamos una idea aproximada del aspecto que tiene?
Kimmalyn asintió.
—¿Y no es muy conveniente para nosotros que los krells nunca desplieguen más que un máximo de cien cazas en cada asalto? Las plataformas de defensa que hay en el campo de escombros explican en buena medida que sigamos vivos aquí abajo, pero esa cuestión me sigue intrigando. ¿Los krells no podrían enviar el doble de naves y destrozarnos?
—Es sospechoso —dijo FM—. Mucho.
—Dirías eso en cualquier situación —comentó Nedd.
—Y en este caso, ¿lo niegas? —preguntó FM.
Nedd no respondió.
—No podemos ser los únicos que nos hayamos hecho estas preguntas, ¿verdad? —dije—. Por lo tanto, ¿de verdad la FDD no sabe las respuestas, o es que las esconde?
Igual que escondía la verdad sobre mi padre.
—Vale, voy a hacer de abogado del diablo —dijo Arturo—. A lo mejor es solo que ese tipo de información no se la dan a los cadetes ni al personal de apoyo. Ya sé que no te cae bien la almirante, Peonza, y con buen motivo, pero tiene un expediente de primera y muy buenos consejeros.
—Y aun así, vamos perdiendo —dije, acercando mi silla a la mesa e intentando bajar la voz—. Sabéis todos que perdemos. Al final, los krells podrán con nosotros.
Los demás se quedaron callados y Arturo miró alrededor, para ver si había alguna otra mesa ocupada lo bastante cerca para oírnos.
—No quieren que hagamos preguntas como estas —dijo Kimmalyn—. ¿Os acordáis de aquella noche en la cena, cuando hablaba Arturo? Pasó un oficial y le dijo que se callara. Todos menos Cobb aplastan cualquier conversación sobre las cuestiones difíciles.
—Necesitan a idiotas —afirmó FM—. A pilotos que hagan lo que les dicen sin pensar y jamás muestren ni una pizca de originalidad, compasión o alma.
La novia de Arturo salió del cuarto de baño y zigzagueó entre las mesas en dirección a la nuestra. Me incliné más hacia delante.
—Vosotros… pensad en ello —dije en voz baja—. Porque yo lo estoy haciendo.
Me palpé el bolsillo, donde guardaba el cuadrado de datos.
La conversación pasó a temas más ligeros, pero FM me miró y sonrió, con un brillo en los ojos. Como si estuviera orgullosa de mis preguntas. Parecía pensar que yo siempre había sido una especie de zombi Desafiante con el cerebro lavado, pero no me conocía. No sabía que había pasado casi toda mi vida apartada de su sociedad, vagando por los túneles en busca de comida.
Si acaso, me habría gustado que los Desafiantes fuesen más valientes, más heroicos, más parecidos a las historias que contaba la yaya. Pero supuse que, al menos, ella y yo podíamos estar de acuerdo en una cosa a aquel respecto: los actuales mandos de la FDD dejaban bastante que desear.
Dejé que FM —bueno, Arturo— me invitara a una tercera cesta de algas fritas. Luego, al cabo de un tiempo, me excusé y me marché. Había disfrutado comiendo con ellos, pero había otra cosa que tenía que hacer.
Había llegado el momento de obtener respuestas.